“¿Mande?” es una respuesta que se escucha en algunos países de América Latina, particularmente en México, cuando se llama a alguien. En primera instancia esta expresión pudiera asociarse con cierta sumisión, e incluso asumirse que proviene de tiempos de la Colonia, pero según algunos expertos en realidad se vincula más con un acto de respeto adoptado en el período poscolonial. Sea por respeto o sumisión, la expresión permite introducir un tema que suele estar presentes en algunos países de la región, el de complacer al superior. Es por ello por lo que es común que muchos empleados se dirijan a sus jefes como “patrón”.
“Dígame, patrón”, expresión muy usada en el campo, pero también en el ámbito urbano, tanto a nivel privado como público. Al igual que en el caso del “¿mande?”, se pudiera argumentar que el “dígame, patrón” es una señal de respecto hacia el patrono (término legal usado todavía para referirse al empleador). Sin embargo, por lo general dicha expresión tiene connotaciones de obediencia, al final de cuentas “el jefe es quien manda”. De esta manera con una u otra expresión, y como consecuencia del impacto del lenguaje condicionando el comportamiento, se va construyendo una relación vertical, en la que uno manda y los demás obedecen, sea en la familia, en el trabajo, o en la sociedad en general.
Pudiera pensarse que lo descrito antes es propio de países menos desarrollados y, especialmente, de sectores menos modernos, como por ejemplo ciertas zonas rurales o entre clases sociales más pobres. Sin embargo, en un artículo publicado recientemente en el Financial Times el autor hacía una reflexión sobre emprendimiento, start ups, capitales ángeles, y en general todo lo que uno asocia con lo “moderno”, y sin embargo menciona que “cuando trabajas en una gran compañía, necesitas complacer a tu jefe”. Y continúa, “el que puedas ascender o no en la escalera corporativa muchas veces depende más de que tan bien tus palabras y acciones riman con las de tu jefe que tus resultados”.
Así pues, el “dígame, patrón” no es exclusivo de una hacienda perdida en la inmensidad de los llanos venezolanos o colombianos, ni de las estructuras rurales del sur de México, es también parte de la cultura corporativa internacional en Londres, Nueva York o Hong Kong. No es difícil imaginar que esto además se replica en organizaciones tan diversas como las Naciones Unidas, universidades, incluso en la Iglesia, y claramente en los partidos políticos y los gobiernos en general. Esto sin duda tiene consecuencias importantes en términos del tipo de estructura que se va consolidando en dichas organizaciones, las cuales a diferencia de la hacienda pregonan la meritocracia, la eficiencia y los resultados.
En el artículo mencionado del Finantial Times una de las recomendaciones que da el autor a los emprendedores es entender que a diferencia de la lógica de asenso en las corporaciones (basada en el “dígame, patrón”) en las start ups el mercado es el jefe. En otras palabras, los emprendedores tienen que enfocarse en ofrecer un producto o servicio por el que suficientes personas estén dispuestas a pagar. Ante esa realidad la cultura de la complacencia es sustituida por una orientada al logro, algo que además al tratarse de organizaciones más horizontales y pequeñas minimiza el “dígame, patrón”. Pero ¿qué pasa con aquellas organizaciones en las que no hay un mercado como tal?
Las Naciones Unidas no depende del algún mercado, para muchas ONG sus clientes son quienes las patrocinan y no su público objetivo, para la Iglesia el indicador es quizás el número de feligreses, en cuanto a los partidos políticos y de los gobiernos sus resultados se miden en votos (aunque en el caso de los segundos deberían prevalecer otros criterios). Todas estas organizaciones no tienen mercados claramente definidos, es decir no tienen ese jefe impersonal que tienen las start ups. En vista de lo anterior no es difícil imaginar que gran parte de los sectores en los que están inmersos esas organizaciones estén guiados más por la cultura del “dígame, patrón” que el de la orientación a resultados.
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