OPINIÓN

¡Difícil una fiesta sin contacto!

por Carlos Sánchez Torrealba Carlos Sánchez Torrealba

Petroglifo encontrado en el estado Bolívar, Venezuela

La poesía y las artes son vías de acceso al mundo interior. Muchos coinciden en decir que cerca quedan las esferas del alma. Todo apunta a que entrar allí nos abre a la posibilidad de ser y estar más con palabras propias, con imaginarios singulares. Al llegar ahí nos ubicamos en un umbral. Un limen que lleva hasta música. Hay quienes testimonian que, al cruzar, entramos en un vértigo íntimo, particular y común al mismo tiempo; los gitanos andaluces le llaman arrebato… Un afán intenso, amplio, amable, portentoso… y, una vez allí, toca seguir. Por ahí podemos desembocar en el teatro, por ejemplo.

El teatro reúne a la tribu en la casa de nuestros sueños; nos religa con lo profano y con lo sagrado, con el juego y con la fiesta de sabernos juntos, uno con los demás. Es obra de diosas y dioses por los hombres y por las mujeres, por supuesto, en un púlpito laico para sabernos y sentirnos libres, rescatados, ponderados y hasta protegidos en nuestras fragilidades. El teatro, centro de reunión, comedido y poderoso, es un hecho ascensional para comunicarnos, no un acto global que llega inmediatamente igual a todos los rincones del universo mundo. Para esto, otros medios de difusión masiva. La hechura teatral es como quien ama en la intimidad. Y nos toca gracias a las emociones puestas en la palabra, en la imagen, en ese fluido, en el contacto entre quienes están sudando en el escenario, aunque no se les corra el maquillaje; por ese compartir en caliente entre espectadores e intérpretes, por esa posibilidad única de contacto con una historia contada in vivo y gracias a su magia. A lo escrito por el dramaturgo, por el demiurgo, actrices y actores, productores, directores y otros magos, impulsan el sortilegio. Lo que nos pasan alcanza hasta al último de la fila; ese hechizo envuelve -en un vaho de difícil réplica por otro medio- tanto a quien oficia, como a las y los seguidores del culto.

Es difícil una fiesta sin contacto, por no decir imposible, así el teatro en tiempos de pandemia… Como no es momento para celebrar, sino mirada interior y contemplación en general, no hay fiesta en este momento. No hay qué festejar. No hay teatro expuesto como le hemos conocido históricamente. El drama va por dentro y ya tendrá sus revelaciones, sus expresiones apegadas a su culto ancestral y siempre vigente. La finitud, la desolación, el silencio, el aquietamiento, la soledad, así como el acompañamiento, el trato, la alegría, el renacimiento, forman parte de sus inventarios. En su catálogo de espejos, la comedia, así como la tragedia podrán seguir siendo en el teatro, una de las disciplinas artísticas más portentosas para mirarnos, contactarnos, para religarnos.

Desde el teatro, con todos sus modos y maneras, seguiremos planteando argumentos en torno a lo humano y lo divino para que las formas no se conviertan en cárcel del propio ser. Seguiremos dejando que entren todas las resonancias de la luz, las sombras, los cantos de los pájaros y de los colores de la mañana y de la tarde y de la noche y de la madrugada. Dejemos plenarnos por esa libertad superior que espante a las alimañas para que sigan volando las mariposas amarillas, otros insectos y toda la rica fauna y toda la exuberante y generosa flora.

No obstante, desalojado momentáneamente de sus espacios habituales, es interesante apreciar la cantidad de expresiones teatrales vistas durante la pandemia por esta pequeña pantalla de la Internet, este prodigio de la telemática. La calidad la podemos discutir, pero, en todo caso no hay dudas de que se ha tratado de un ejercicio ampliado de ingenio para seguir llegando, para tratar de provocar el encuentro y el goce estético, para mantenernos animados, vibrando con el alma, en medio de las copiosas y precipitadas noticias sobre las penas personales, sobre la desdicha mundial. De nuevo, el teatro y sus artistas, han salido al ruedo para ofrecer lo suyo de manera tan valerosa, como siempre ha sido. Con propuestas que van desde las de la Escuela de Teatro Musical de Petare, en Caracas, hasta las producciones del National Theater, en Londres. Tanto, que el Banco Interamericano de Desarrollo o el Banco Mundial han puesto su interés sobre este filón humanístico y económico que ha favorecido nuestras emociones en estos dos años y más que vamos cargando con el virus, los virus, las tantas vicisitudes.

Es emocionante encontrar un teatro que, con su candil en la mano, viene y sigue exponiendo los asuntos de la emoción humana… con la emoción va el cuerpo y así viajan sus movimientos, sus vibraciones… Van también la intuición, el animismo, nuestra capacidad lúdica, lo primigenio que la civilización occidental y la educación nos han hecho engullir como remedio amargo. Esos dones del alma con los que venimos al mundo y que se nos van restando, se nos van matando y nos aíslan en visiones unívocas o, a lo sumo, visiones duales en nuestra percepción de la realidad… lo que produce una desconexión con lo humano que somos… Y, sin embargo, el teatro ahí, buscando integrar….

La vida nos va templando el alma, las experiencias vitales nos van apalancando el alma como una cuerda de funambulista por la que transitamos en el teatro y nos hacemos capaces de hasta saltar sobre ese cable y seguir inventando mientras cantamos y bailamos al mismo tiempo, encontrando algo parecido a lo primigenio, donde hay una especie de esencia, accesible a todos los seres humanos… Por la manera cómo vamos pareciera que todavía estamos a tiempo de juntar las piezas… ¿Le tocará a nuestro país y a nuestra región volver también a poner su interés en las artes escénicas? ¿Volver sus ojos a sus autoras, sus dramaturgos y sus artistas? ¿A sus cultoras, cultores y poetas que tanto siguen dando para el bienestar de la humanidad? Parecieran tiempos de renacimiento. El teatro lo favorece en su rito colectivo, hermosamente social, amorosamente perdurable.