En nuestro acontecer nacional se ha vuelto un lugar común hablar de “diálogos”. En esta página de Opinión, he escrito algunos artículos al respecto. Pero, voy a insistir en el tema.
Usualmente, por diálogo se entiende una cadena de intercambios de mensajes o «actos de habla» entre varios participantes. Y, recordemos que un «acto de habla es la unidad básica de la comunicación lingüística, propia del ámbito de la pragmática, con la que se realiza una acción». Por lo general, sin embargo, en un diálogo suelen ocurrir series de preguntas y respuestas entre las partes involucradas. Se debe enfatizar que hay distintas clases de diálogos y que cada uno tiene un objetivo muy específico y distintivo; además, la condición sine qua non del éxito de un diálogo estriba justamente en la cooperación que debe existir entre las partes que dialogan.
¿Qué significa este compromiso? Esto representa que cada dialogante está comprometido en velar por cumplir su propio objetivo en el diálogo, y también tiene la obligación de ayudar con la observancia del objetivo por parte del otro participante.
La razón básica por la que cualquier diálogo se convierta en un fracaso siempre se sintetiza en una inobservancia de alguno de estos convenios básicos.
De acuerdo con una excelente taxonomía de los diálogos, Douglas Walton, quien fue un brillante académico canadiense ampliamente conocido y citado por sus obras sobre argumentación, falacias y lógica informal, analiza y evalúa con mucho detalle seis tipos de diálogos en Informal Logic: persuasión, indagación, negociación, búsqueda de información, deliberación y erístico (que abusa del procedimiento dialéctico hasta el punto de convertirlo en vana disputa). Daré una breve descripción de ellos, parafraseando a Walton.
Empecemos por la disputa personal, caracterizada por ser un ataque personal agresor, donde se apelan a las emociones y priva la pretensión de vencer en la discusión a cualquier precio. La principal característica de la disputa es la presencia de riñas ácidas, ausencia absoluta de puntos de vista imparciales y, subsiguientemente, en la generalidad de los casos, los participantes terminan sintiéndose arrepentidos por el abuso de las desatinadas agresiones personales. La disputa tiene como enemiga a la lógica, y, sin lugar a duda, encarna la peor cara de una argumentación. El propósito de la disputa es que cada argüidor «golpee» sin consideración alguna al antagonista, y para ello, se valdrá de cualquier método, sin importar su razonabilidad o justicia. De allí, es fácil concluir que en la disputa abundan las falacias, sobre todo aquellas conocidas como argumentum ad hominem, donde se ataca a las personas y no a sus argumentos, y también están presentes los argumentos emocionales. Cuando una discusión cae en el terreno de una pelea, habitualmente se ha entrado en un terreno muy problemático. Ya no hay razonabilidad alguna que valga.
Otra situación de diálogo es el debate forense, el cual, ciertamente, está más regulado que la disputa. Un elemento diferenciador es la presencia de jueces o árbitros que decretan, posiblemente emitiendo un voto, qué parte ha usado el mejor argumento. Como hemos presenciado muchas veces, en ciertas circunstancias, un debate puede ser evaluado por una audiencia que emite su voto al final del debate. Enfatizo que esa decisión no tiene por qué ser «indiscutible». Obedece a una apreciación sobre la «bondad» de los argumentos usados.
El debate forense es más receptivo al razonamiento lógico que la disputa personal, en tanto el éxito o fracaso es decretado por una tercera persona, quien no está sometida a las agresiones personales que pueden estar contenidas en los argumentos (o pseudoargumentos). Al mismo tiempo, ciertos debates poseen reglas que impiden los ataques personales más graves y otros procedimientos cáusticos o falaces. No obstante, las reglas del debate forense son frecuentemente muy permisivas y terminan aceptando cualquier tipo de argumentos falaces. En más de una ocasión, al ver u oír un debate, bien sea de manera presencial, o en transmisiones digitales, se les da cabida a preguntas contentivas de imputaciones personales muy nocivas, y el interrogado se ve envuelto en situaciones sumamente comprometidas para responder adecuadamente. Justamente en este contexto, suele aparecer la conocida «falacia de la pregunta compleja». Hay algunas preguntas que, por la manera en que están constituidas, se han calificado habitualmente como falaces, porque están preñadas de presupuestos que atrapan a quien se le pregunta en una emboscada independientemente de cómo responda. El ejemplo más famoso es la clásica pregunta: «¿Ha dejado usted de golpear a su cónyuge?».
La principal característica objetable de esta pregunta engañosa es que, independientemente de la forma en que responda, «sí» o «no», acepta haber abusado de su cónyuge en algún momento u otro. La pregunta es un truco coercitivo para atrapar al interrogado y que admita algo perjudicial. Es un ejemplo que resulta muy interesante analizarlo a fondo.
Tenemos un tercer tipo de diálogo, el de persuasión, conocido en ocasiones como discusión crítica. Sus protagonistas son dos participantes y cada uno de ellos sostiene una tesis (conclusión) que debe demostrar. El procedimiento primordial del diálogo de persuasión consiste en que cada participante justifique su propia tesis de acuerdo con las reglas de inferencia de las concesiones del otro participante. Se parte de una situación inicial de un conflicto de opiniones; el objetivo de los participantes es persuadir al otro, y el diálogo se plantea resolver o aclarar un problema. Aunque la obligación principal de un participante en el diálogo de persuasión es probar su tesis a partir de las concesiones del otro participante, también existe una obligación secundaria de cooperar con los intentos del otro participante de probar su tesis. Esta obligación requiere dar respuestas útiles y honestas a las preguntas del otro participante, con el fin de permitirle obtener compromisos de usted en el diálogo que luego puedan usarse como premisas en sus argumentos.
En cuarto lugar, tenemos el diálogo de investigación, cuya situación inicial está caracterizada por la necesidad de conseguir pruebas. Quien investiga persigue encontrar y verificar evidencias, y el diálogo busca probar o refutar una hipótesis. Un elemento esencial en este tipo de diálogo es que las premisas, donde descansa la investigación, solo pueden ser proposiciones cuyo valor veritativo es la verdad, y se ha determinado que son pertinentes y aceptadas a satisfacción de todas las partes en la investigación. Para ejemplificar esta característica, Walton recuerda que el «Informe de la Comisión Warren», elaborado para detallar los hechos que se consideraban relevantes en el caso del asesinato de John F. Kennedy, y, cuyo propósito era establecer una prueba de las conclusiones que se conocían, ha sido una investigación que siempre levantó mucho escepticismo. De tal manera que es de estricta necesidad que una investigación debe eliminar cualquier duda existente probando de manera concluyente alguna proposición escogida.
¿Qué diferencia un diálogo de investigación de uno de persuasión? Esta distinción radica básicamente en que un diálogo de persuasión podría ser sobre un tema como «¿Son las clases presenciales más recomendables para los jóvenes?» donde el propósito no es conseguir una evidencia que permita una conclusión consistente, sino que se trata de evaluar cuál de los argumentos en pro y en contra es más persuasivo. El objetivo básico de la investigación es el incremento del conocimiento y, por lo tanto, la investigación es un tipo de diálogo esencialmente acumulativo. La prioridad probatoria es la característica clave de la investigación, puesto que la investigación está fuertemente dirigida a derivar conclusiones de premisas que puedan establecerse sobre la base de pruebas sólidas. Esto contrasta con el diálogo de persuasión, donde lo mejor que uno puede esperar es un compromiso plausible con una opinión basada en evidencia razonada (pero no concluyente).
En relación con el diálogo de negociación, el objetivo principal es el interés propio, y el método es negociar. La negociación no pretende ser una investigación objetiva de la verdad de un asunto. De hecho, la negociación, en contraste con el diálogo de persuasión, no tiene por qué implicar el compromiso con la verdad de las proposiciones, o la convicción de que los ideales se basan en argumentos sólidos. En la negociación, las opiniones sobre lo que es verdad, o las convicciones sobre lo que es creíble, no están en juego, e incluso pueden ser contravenidas por un buen negociador. Las concesiones en la negociación no son compromisos en el mismo sentido que en el diálogo de persuasión, sino compensaciones que pueden sacrificarse por ganancias en otros lugares. Pero, ojo, se negocian intereses, no principios.
La posición ahora se convierte en una posición de negociación. La prueba lógica no es importante en el diálogo de negociación, dado que este prototipo es completamente antagónico y se basa claramente en el beneficio personal; no pretende ser neutral u objetivo, o de ser una investigación de la verdad. Se pueden hacer coaliciones con socios, pero el objetivo siempre es el interés propio en «hacer un buen trato».
Aunque los tipos de diálogo de persuasión, investigación y negociación son los arquetipos primordiales, susceptibles de ser analizados con el propósito de estudiar los tipos fundamentales de crítica razonada en la argumentación, es preciso señalar otros tres modelos básicos de diálogo que deben tenerse en cuenta. Uno de ellos es el diálogo de búsqueda de información, donde una de las partes constituyentes tiene como propósito encontrar la información que presume la tiene la otra parte integrante del diálogo. Otro, es el de búsqueda de acción, donde el objetivo de una de las partes es lograr que la contraparte realice una determinada acción. Y el tercero, es el diálogo educativo, donde una parte (el instructor) tiene la aspiración de impartir conocimiento a la otra parte (el estudiante). Cada uno de estos paradigmas de diálogo parte de una situación inicial diferente, como diferentes son las reglas procedimentales para llegar a la meta planteada al inicio.
Desde el punto de vista de la argumentación crítica, el diálogo de persuasión (discusión crítica) constituye la «joya de la corona». Es el símbolo de un diálogo razonado, porque tiene reglas preceptivas que, en conjunto, instauran un estándar de cómo debe realizarse el argumento racional esgrimido para persuadir. Sin embargo, es importante saber reconocer los otros tipos de diálogo indicados anteriormente, porque pueden ocurrir errores y malentendidos significativos cuando hay un cambio dialéctico de un tipo de diálogo a otro. Si tal variación pasa desapercibida, puede conducir a interpretaciones erróneas, traspiés y argumentos falaces.
¿Aceptarían los encargados de las «benditas negociaciones» del país que han estado confundiendo desde el inicio estas características indispensables para llegar a acuerdos aceptables? ¿Todavía se preguntan por qué no han logrado entenderse?
@yorisvillasana