Haydée Milanés ha dado el paso que Pablo, su padre, no se ha atrevido a dar, así comparta plenamente la crítica visión del castrismo al que ella se ha enfrentado denunciando la represión desatada por el régimen tiránico que usurpa una revolución que a muy poco andar se convirtió en una abyecta y monstruosa tiranía. Encargada de asfixiar e impedir la liberación del pueblo cubano. Y por extensión, la de los pueblos latinoamericanos. La más cruenta, feroz e inhumana de cuantas tiranías han asolado el continente. La más falaz y engañosa, empeñada en impedir la liberación revolucionaria de América Latina. Con razón otro amigo de Haydée y de Pablo, Carlos Franqui, consideró que Fidel Castro había asumido plenamente la tarea de impedir, combatir y si fuera posible destruir todos los intentos de los movimientos revolucionarios que perseguían la liberación de la región, como si hubiera consolidado una alianza contra revolucionaria con la CIA y el Departamento de Estado. ¿Para qué habrían de enfrentarse los norteamericanos a las fuerzas revolucionarios de nuestra región, si el favor se lo hacían, y de gratis, los seudorrevolucionarios cubanos, Fidel y su camarilla de la Secretaría América? No tengo la más mínima duda de que Pablo le dio a su única hija el nombre de una de las mujeres más honestas, valerosas y decentes que acompañaran los comienzos de la Revolución cubana: Haydée Santamaría. De quien fuera un amigo entrañable. Su máxima demostración de rechazo y rebeldía contra el castrismo fue suicidarse.
La represión inhumana desatada por el castrismo contra el pueblo cubano no es susceptible de ser superada dentro del régimen mismo, obedeciendo a una dinámica democratizadora inmanente al sistema. La represión brutal es consustancial a la tiranía. Y solo podrá ser superada desalojándola de la consciencia del pueblo y de las instituciones del Estado hasta en sus más profundas raíces. Es la sencilla y simple verdad que Estados Unidos y las naciones democráticas europeas se han negado sistemáticamente a comprender: a las tiranías no se las desaloja del poder mediante mecanismos discursivos y electorales. Su esencia radica en la absoluta perversión de los procesos democráticos, de cualquier índole que ellos sean. Se las enfrenta con la insurrección de las masas populares y el aplastamiento por la fuerza de los factores dominantes. Como se realizara en la primavera árabe. Y el único papel que les cabe a los regímenes democráticos dispuestos a jugarse por el logro de la libertad, es enfrentarlas: cerrarles el acceso a las instituciones y naciones democráticas. Privarlas de la sal y el agua, negarles todo tipo de auxilio y ayuda. De no hacerlo, ellas se convierten automáticamente en aliadas y colaboradoras de las tiranías, como sucede con España, con Francia, con Inglaterra y los otros países europeos que se niegan a enfrentarlas. Como sucede con Estados Unidos, quienes disponiendo de todos los medios par zanjar el problema de raíz –el mayor aparato armado del planeta– prefiere la obsecuencia y la complicidad, temiendo los efectos que su acción disuasiva podría acarrear entre los sectores progresistas de la comunidad internacional. Todos ellos alineados con sus poderosos medios y los LGTB del lado de las tiranías.
Lo político, sostenía Carl Schmitt, es el enfrentamiento amigo-enemigo. Su esencia es la irresoluble hostilidad de los contrarios. No hay entendimiento posible entre la tiranía y la democracia. Nada contribuye más al sostén de las tiranías que desconocer ese sencillo axioma. Esa, no otra es la única experiencia que los venezolanos hemos ganado de veinte años de dictadura chavista, enmarañados en diálogos y componendas que no han hecho más que fortalecer a la dictadura y convertirla en tiranía.