Encontré en el muy interesante, y atemorizante, libro de Rob Riem Para combatir esta era, sobre el retorno del fascismo hecho populismo, esta cita de Kierkegaard: “Nuestra época recuerda la decadencia griega: todo subsiste pero nadie cree ya en las viejas formas. Han desaparecido los vínculos espirituales que las legitimaban, y toda la época se nos parece tragicómica: trágica porque sombría, cómica porque aun subsiste”. La asocié en estos días al prolongado e intenso sadismo de Matteo Salvini evitando que más de un centenar de migrantes en alta mar durante semanas desembarcaran en Italia, a pesar de que varios países europeos habían aceptado recibirlos. Estos infelices no solo padecían físicamente sino que daban signos de una suerte de violencia y desquiciamiento generalizado. ¿Dantesco, verdad? Pero lo realmente grave no es que el ministro fascista actuara de esta insólita manera, eso es el fascismo, sino que es el político que veneran casi la mitad de los italianos y el probable vencedor de las próximas elecciones. Siguiendo la frase citada, lo que esto muestra es la desaparición paulatina de los valores políticos y morales que decimos que rigen nuestras sociedades y sin embargo son solo fantasmas que siguen allí como una huera letanía. Tragedia insondable, pero también lenguaje paródico y risible.
No hay que ir muy lejos para multiplicar los ejemplos del horror, bastan estos días. Como el asesinato múltiple de El Paso, inspirado en la fanfarria electoral racista de Trump, que no dejó de decir unas cuantas grandes palabras éticas. Y ya sabemos cuánto y para cuántos norteamericanos, y allende, significa el payasesco sujeto que niega el cambio climático y cree en la superioridad blanca. O lo que está sucediendo en Yemen, la mayor catástrofe del mundo, según la ONU, pero muy lejos de Occidente para ser traumático. O la glorificación de la delincuencia en Argentina, pero con votos que nadie ha considerado usurpadores. O Bolsonaro acabando con la Amazonía, y de paso con uno de los pulmones terráqueos, porque –dice– los noruegos matan ballenas. Etcétera, etcétera.
Digamos que lo que se quiere subrayar con Riem y Kierkegaard es el abismo entre las grandes palabras, muertas, y la palpitante y expansiva vivencia de esa nueva cara del fascismo, el populismo de variadas máscaras, a la derecha y a la izquierda. En última instancia entre mentiras y realidades. A lo mejor el sentido último y profundo de lo que llaman posverdad y que no es una simple moda insustancial.
A lo mejor este desfase entre lo dicho y lo hecho podría dar cuenta de lo inexplicable de la situación venezolana actual. Posiblemente los léxicos con los que hablamos se parecen muy pero muy poco a las realidades que pretenden nombrar. Si uno oye al aturdido de Maduro utilizando frases históricas, patrióticas, socialistas o moralistas y piensa en que uno de sus vicepresidentes “se busca”, al parecer con jugosa recompensa, como uno de los grandes capos de la droga y casi con las formas de los bandidos del Viejo Oeste o que la casa presidencial y su estirpe están acusados, y algunos juzgados y presos, por delitos abominables cae en cuenta de que no se sabe bien cuál es el idioma que pudiese dar cuenta de esa realidad real. Cuál es el del drama y cuál el de la comedia.
Pero no se piense que es un simple cambio histórico de realidades, buenas o malas, propia del género humano que se construye en el tiempo. No, pareciese una inadecuación radical entre el discurso y la acción. Los populismos son dictaduras sui generis, democracias sucias y tramposas, pero eso les permite esos juegos de espejos que tanto turban a quienes pretenden resistir a sus desmanes, despotismo y corrupción. Y sus resultados son igualmente paradójicos; como, por ejemplo, convertir un país relativamente modernizado y algo adinerado, como el nuestro, en una pocilga social que compite con los países más depauperados de la Tierra. La inacabable y atormentadora mente retórica de Chávez y la demolición de un país de la manera más cruel y delincuencial. El crimen cometido en nombre de un discurso sacro. Es la barbarie. Es un chiste. Es un discurso sin pies ni cabezas, difícilmente legible.