OPINIÓN

«Dicebamus hesterne die»

por Emilio de Diego García Emilio de Diego García

Barrio

Tentación especialmente atractiva en esta época que habitamos, signada por la incertidumbre, como única certeza. Acaso, simplemente, por el vacío. «Decíamos ayer» nos remonta a un tiempo, más o menos extenso, de días, semanas, meses o años. El tributo a la pervivencia de la palabra a través del acontecer. La invocación de una actitud convertida en testimonio de coherencia, y libertad intelectual, que confiere sentido a lo que hicimos. Al menos en la versión de fray Luis de León. Una forma de defensa frente a la imposición del lenguaje, vaciado sistemáticamente de contenido, con el que se construye el relato hueco, insignificante, que nos priva de cualquier trascendencia.

El rechazo a un mundo sin historia, siempre a las puertas del futuro inalcanzable, una entelequia disfrazada de propaganda y acorralada por su falsedad. Sin el ayer, la Historia muere a manos de la «política». La desorientación extrema nos impide, entonces, percibir cualquier horizonte hacia el que desarrollar nuestra capacidad, para aplicar «soluciones», y la aptitud para plasmarlas y controlarlas. La asimetría entre el poder y los políticos que, en última instancia, nos conduce, una y otra vez, a las calles de la Paiporta de turno. El reino de Kafka, que hace inviable el principio de responsabilidad.

¿Dónde queda la huella de Kant tres siglos después de su nacimiento? o ¿la de otro gran filósofo de la Ética, como Hans Jonas, apóstol moderno de un renovado imperativo categórico? El ecosistema de la violencia cotidiana, que nos amenaza bajo mil formas, subyace en buena parte de un mundo enfangado en la miseria moral, y en una ética y estética deleznables como las de Sánchez, cuando sobrepasado por las circunstancias se dirige, provocativamente, al presidente de la Generalitat de Valencia: «Si quieres algo, me lo pides».

«Decíamos ayer» que la pretensión de combatir cualquier forma de opresión, implica escribir. Un ejercicio exigente y poco eficaz, que supone, ahora más que nunca, llorar. Sin embargo, escribir es una necesidad, al menos para el que lo hace. Por eso volvemos, una y otra vez, a esta tarea, disimulando nuestra soberbia, bajo el vestido del compromiso y la autoimpuesta obligación moral. Además, nos fuerza a pensar; propósito raro, cual si fuese una especie de «patología», nerviosa e incurable, de la inteligencia.

Hay algunas formas degradantes del posible espíritu positivo del pasado que nos mantienen en el esfuerzo. Por ejemplo, la exhibición de recursos nemotécnicos, y de cultura general, que fray Pedro mostró con motivo de recuperar la secretaría general del PSOE, haciendo escribir en su Manual de resistencia: «al verme –se refiere a sus conductores– me dieron un abrazo. No dijeron nada más. Subieron al coche y preguntaron: ¿a Ferraz? Me acordé de San Juan de la Cruz en Salamanca». «Como decíamos ayer». Junto a este lapsus, seguramente por modestia, se olvidó de que Franco fue Doctor Honoris Causa por la vieja Universitas Studie Salmantini.

Sin embargo, más allá del ridículo sobresale el peligro de la instrumentalización bastarda del pasado, repetida una y otra vez por el sanchismo. La dialéctica cansina y reduccionista de un gobierno sin gobernantes, progresivamente radicalizado, que vuelve siempre al mismo punto. Según el presidente, los problemas de España se reducen a que la derecha no acepta que, en este país, gobierne la izquierda, de manera legítima; «porque les ha ganado las elecciones». Así en otro de sus «decíamos ayer», mirando al 2024, desde los primeros pasos de 2025, recita un memorial de agravios cargado de tensiones. Obligado a tapar el fracaso de una gestión, cuyo único fin ha sido y es mantenerse en el poder, trata de engolfar a los españoles, una vez más, en atender supuestas necesidades completamente prescindibles y anuncia por tierra, mar y aire la celebración del cincuenta aniversario del triunfo de la democracia en nuestro país. Un programa faraónico, bajo el título «España en libertad» coincidiendo con el medio siglo del fallecimiento de Franco.

Nuestro problema, pues, sigue siendo el dictador. Ni el paro, especialmente grave en el segmento juvenil; ni la falta de vivienda; ni la deuda, una de las más elevadas del mundo por habitante y nivel de renta; ni la corrupción, …; la presentación y puesta en escena del proyecto ha estado a la altura de las circunstancias, reforzando la credibilidad de Sánchez en la función de maestro universal que se asigna, para enseñar a los jóvenes españoles «la verdad». La cumbre del sarcasmo, surrealismo puro. Sánchez, el estratega, confeso defensor del engaño como herramienta política, convertido en sumo sacerdote de la verdad. El éxito está asegurado.

Llegados a este punto, exponente máximo de la ignominia sanchista, la más dura prueba será la imposición de Pedro, a quienes se ven obligados a reírle las gracias.

«Dicebamus hesterne die» (Pedro Sánchez de la Cruz, Madrid-Salamanca, enero 2025).

Artículo publicado en el diario La Razón de España