Durante largo tiempo algunos venezolanos hemos venido denunciando el fracaso educativo que significaba para los sectores mayoritarios de menores recursos carecer totalmente de oportunidades de obtener calificaciones, certificaciones de haber cumplido procesos de aprendizaje que les acredite su aspiración de convertirse en personas económicamente activas. En otras palabras, poder ingresar a un mercado de trabajo convertido en una espiral de esfuerzos, logros y compensaciones. Según estudios recientes la población laboral venezolana tiene un nivel de educación promedio que no supera el quinto grado de la educación primaria, sus “condiciones subjetivas” como valores, actitudes, creencias, capacidades y comportamientos particulares muestran una gran debilidad ante los retos y desafíos que enfrentan para superar sus actuales condiciones de vida.
Esta cifra se convierte en una amarga realidad alimentada por los terribles datos socio educativos de la diáspora venezolana, fundamentalmente en el corredor Colombia, Ecuador, Perú, México y en las fronteras para ingresar a los Estados Unidos. Vemos como el reclamo no atendido por los distintos gobiernos venezolanos de crear oportunidades para la formación laboral explota como uno de los elementos que profundiza la gravedad de una crisis que involucra a más del 20% de una población sin ninguna acreditación o certificación de capacidades que les permita ingresar a los mercados laborales de los países mencionados.
Estas son las lamentablemente características educativas de la población migrante, integrada por personas y familias que han decidido salir del país en forma desesperanzada al no encontrar ninguna respuesta a sus necesidades más urgentes. Debemos aceptar y reconocer que uno de los rasgos que define a la gran mayoría es la descalificación laboral para ingresar a mercados de trabajo formales.
Cuando una persona emigra su equipaje lo constituye esencialmente el bagaje cultural, su dominio de alguna destreza teórica o práctica que le permita ingresar a mundos nuevos donde su pasaporte son sus capacidades. En el caso de la diáspora venezolana que continúa caminando hacia Colombia, Perú y Ecuador, países donde se encuentran más de 4 millones de venezolanos en ese difícil tránsito, cuyo equipaje cultural es muy endeble y que en su mayoría pasan a ingresar a los sectores laborales informales, de menores exigencias y por ende de más pobre respuesta económica y con los peores ambientes de trabajo.
Haber carecido durante décadas de oportunidades de formación para el trabajo, haber convertido el INCE en una institución que ideologiza, pero no capacita, ha acentuado la crisis educativa que vivía el país. No existe un sistema, un gran programa nacional cuyo gran objetivo sea dotar de capacidades a nuestra población mayoritaria de escasos recursos. Después de la educación primaria las oportunidades de aprender en Venezuela para los más más pobres son casi inexistentes, los niños y jóvenes que terminan la formación básica se quedan en sus casas sin ninguna puerta abierta, hasta que comienza la tentación de lo ilegal, la delincuencia, la autodestrucción personal ante un mundo cerrado. Casi lo único que existe es Fe y Alegría.
En la diáspora se refleja nítidamente el fracaso educativo venezolano, gentes sin formación, ni calificaciones para ingresar a los mercados laborales de esos países recorren las carreteras de los países vecinos, muchos en situación de mendigos.
Las cifras del tipo de ocupación presentes en el mercado de trabajo muestran fehacientemente esta realidad, tal como reporta Encovi” En 1920 la inmensa mayoría de los puestos de trabajo (85,6%) corresponden a trabajos no especializados, categoría que se refiere al personal de apoyo, asistentes de tareas generales, personal obrero u otros tipos de empleados no calificados. Por su parte, los trabajadores profesionalizados, es decir, con posiciones de carácter técnico o administrativa de rango medio, que requieren destrezas y educación especializada, conforman solo el 12,9% de los puestos de trabajo activos”. Agregan a este diagnóstico ”10,9 millones de personas ocupadas el 27,6%, es decir, unos 3 millones de trabajadores están definidos como subempleados, es decir, como trabajadores que laboran 35 horas o menos a la semana. La mayor parte de los trabajadores se concentra en el sector de comercio y servicios (57,2%), son trabajadores por cuenta propia (47,6%) y realizan ocupaciones de poca calificación (85,7%)”.
Luego del boom de los venezolanos clase media con calificaciones de alto nivel, cercanos a los estándares de Estados Unidos y Europa, comenzó la movilización de los más pobres, aquellos que no tienen trabajo ni aquí ni allá y que se ven sometidos a situaciones personales y laborales denigrantes.
Quizás sea muy rudo reconocer que la magnitud de esta crisis permite ver con claridad la gran falla política de no haber planteado al país el gran objetivo de educar en todos los niveles tanto para la teoría, la ciencia, la investigación, la gerencia y para el mundo inmediato del trabajo. No haber construido un sistema de formación para el trabajo como parte del sistema educativo nacional es uno de los grandes pecados cometidos por la dirigencia pública y por las instituciones y personas que ejercieron el más alto liderazgo en este país. Sólo la Iglesia Católica se salva de esta terrible acusación.
Hoy podemos denunciar el fracaso, pero también tomar conciencia, plantear y exigir que concentremos fuerzas para lograr que en Venezuela se construya el camino de formación y aprendizaje indispensable para que las nuevas generaciones tengan unas perspectivas distintas, un futuro y un proyecto de vida con esperanzas activas.
El actual régimen totalmente desligado de la idea de fundar un mejor futuro para los venezolanos ha comenzado una vía tramposa, que es imprescindible denunciar, no educar a los jóvenes de los sectores de menos ingresos y a cambio ofrecerles una falsa salida populista. Empleos rudimentarios con remuneración miserable que les dé un engañoso oxígeno por poco tiempo. Esta es la filosofía de los programas de “Chamba Juvenil”. Es casi como decir a estos jóvenes en situación menesterosa: ven conmigo, realiza unos trabajitos que te pagaré miserablemente y olvídate de estudiar, aprender y de buscar un futuro distinto.
Con la diáspora la llaga de la ausencia de capacidades quedó al descubierto, la mayoría de la gente que atraviesa el tapón de Darién, que camina desde Venezuela hasta Colombia y pretende llegar a un imaginario destino donde se le abran las puertas, son las personas más pobres del país, los que han perdido las esperanzas en sus comunidades, en sus pueblos y en sí mismos.
Como dicen, Dios escribe derecho con líneas torcidas, la experiencia histórica que nos aporta la diáspora es irrebatible. Migran y triunfan aquellos que mejores oportunidades tuvieron, con excelentes universidades, magníficos profesores, los que por sus antecedentes culturales y familiares sabían que la educación, la formación filosófica y científica de la persona humana es la base donde se cimentan sus esperanzas y su futuro, esas personas son acogidas, es un regalo de Venezuela al mundo, entran en cualquier ambiente y pueden triunfar. Pero aquellos que nunca tuvieron oportunidades de aprender de cimentar capacidades para ser y hacer mejores cosas se ubican entre las personas mas infelices de este amargo momento histórico de Vive Venezuela.
Si miramos de frente la realidad, sabemos lo que significa para un pueblo no tener posibilidades de aprender, exijamos entonces a los que aspiran a dirigir al país que hagan un esfuerzo y propongan a sus potenciales electores en las primarias que construyamos el mejor sistema de formación para el trabajo para las mayorías, es sin duda el mejor camino para un futuro posible.