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Días de prensa

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Mi madre fue la fuente de afecto, seguridad, consejo, dinero; pero sobre todo se ocupó de atropellar cualquier obstáculo odioso para cumplirme cualquier capricho y, además, fue la culpable de enseñarme el vicio delicioso de leer la prensa, militantemente, todos los fines de semana. Recuerdo que lo primero que hacía, al levantarme los sábados, era lavar mis dientes y salir directo al puesto de periódico que quedaba a pocos metros de mi casa. Saludaba a los ancianos del barrio que, al igual que mi madre y yo, eran unos militantes fieles. Entregaba el dinero y de inmediato me disponía a tomar: El Nacional, El Periodiquito, El Siglo, Últimas Noticias, El Universal, Meridiano y cualquier revista que me llamara la atención. Desayunaba con mi madre, a la que quiero llamar por su nombre: Hilda Donquiz; y nos disponíamos a leer la prensa en el patio de la casa, debajo de una mata de aguacate que todavía existe, gallarda y complaciente, que da fruto a pesar de sus años. El domingo volvía a repetir la misma ecuación y, al terminar el fin de semana, el montón de periódicos se colocaba en una bolsa, lista como para hacer una ceremonia.

Lo que más me interesaba en aquellos años era el beisbol. Leia con paciencia todos los análisis y, a pesar de no ser un aficionado -uso este término porque nunca me ha gustado la palabra fanático- tenía la ilusión de que los Navegantes del Magallanes ganaran siempre el campeonato, debido a mi abuelo que fue un gran entusiasta del beisbol venezolano, pero sobre todo de la novena turca, como también se le llama.

Ya para el año 2007, con mi mayoría de edad en los hombros, era un lector febril de la prensa y de cualquier libro que cayera en mis manos. El beisbol había pasado a un tercer plano y lo único que me interesaba era la política y la economía del país, sin pensar que estaba bebiendo las últimas gotas de aquella cultura exquisita que tanto me encantaba. Si hubiera sabido, habría guardado algunos ejemplares, para tener pruebas de que en Venezuela hubo días de prensa. Ya sabemos todos qué pasó con el periodismo escrito, con la libertad de expresión y lo que sigue sucediendo en el país.

Dicen que todo es hereditario; y aunque mi madre es una persona optimista por sus cuatro costados, en cambio (y no quiero ser pájaro de mal agüero) el que escribe estas líneas está lleno de pesimismo cuando me toca hablar o escribir de Venezuela. Salí del país hace diez años, en busca de aventuras, nuevos idiomas, nuevas comidas y nuevas caras. Lo hice normalmente, como se hace en cualquier parte del planeta: con una maleta y un pasaporte; por eso me cuesta difícil ser positivo, cuando ya son más de 7 millones de venezolanos en el exterior, defendiéndose del grupo de personas que tiene secuestrado al país. Y como si Edgar Allan Poe hubiera escrito algunas páginas de la historia contemporánea de Venezuela, me toca ver a miles de nuestros ciudadanos caminando a los países vecinos, en pos de una vida mejor, una vida decente, una vida digna, que es lo que se merecen.

Siento un gran respeto por los que están aún en el país. Los que se levantan todos los días a enfrentarse a un agresor, a enfrentarse a “Los emisarios de Cristo en Venezuela”, como ellos se hacen llamar.  También siento respeto por los que hacen periodismo de Venezuela fuera del país. Pero, sobre todo, profeso una gran admiración por aquellos periodistas que no pueden o no se quieren ir; aunque sé que ellos mismos a veces se ponen una mordaza, asediados por el miedo, para seguir trabajando y mantener a sus familias.

Gracias a la prensa comencé a pensar, comencé a estar minado. Gracias a la prensa, que me enseñó mi verdadero campo de batalla, comencé a escribir y soy el escritor que voy siendo. Pero también sé que un país sin prensa libre es un país casi disuelto. Un país sin libertad de expresión es un país sin rumbo, caminando endiabladamente hacia lo absurdo. Un país sin prensa es un país de ilusiones fallidas.

Nuestra virtud, como nación, siempre ha sido el optimismo y la esperanza. Y se puede decir fácil, pero luego de dictadores, golpes de Estado, traiciones, asesinatos, presos políticos, más golpes de Estado; y, con todo lo que hemos visto y vivido con esta supuesta “revolución”, sigo percibiendo que hay optimismo y esperanza, que todo se puede y se debería arreglar con una fiesta democrática, como lo son las elecciones, para salir al fin de atolladero donde estamos. Y que vuelvan los días de libertad de expresión y los días de prensa, para ser de nuevo un país libre.

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