La presión a los medios y sus trabajadores ha sido tenaz y despiadada. Muchas veces han sobrado quienes manifiestan su desconcierto o han atribuido tales desmanes a “espontáneos” que quieren ser más chavistas que el difunto, o más maduristas que el bigote bailarín. Nadie ha querido entender, o no han querido hacerlo, y recordemos aquello de que no hay peor ciego que el que no quiere ver. Todo ha sido, al igual que el acoso a la ciudadanía por medio de la delincuencia desatada, fruto de una habilidosa política de Estado para controlarnos de manera férrea.
No solo se han ocupado de copar, anular y clausurar cualquier forma de transmisión de conocimiento y hechos, sino que han estructurado de manera impecable, porque hay que reconocerle sus logros a esta manada de chacales, su red comunicacional. No se han andado con pequeñeces en tales menesteres, han ido desde las llamadas radios comunitarias hasta un bodrio, de gigantesca alforja y despreciables habilidades de manipulación, como Telesur.
Esta parafernalia deformativa de hechos y noticias les permite hacer creer lo que no es y cumplen a cabalidad aquella frase atribuida a Göbbels: “Una mentira repetida mil veces se convierte en verdad”. Este político alemán que comenzó su labor al frente del aparato de propaganda del Partido Nazi, y luego del Tercer Reich, fue uno de los pilares en los que se asentó la popularidad del nacionalsocialismo al comienzo, y que luego les permitiera hacer toda clase de desmanes contra los judíos y atentar contra toda Europa y la paz mundial.
Los intentos de cambiar la percepción de la realidad en quienes son espectadores son de larga data y se ha manifestado en todos los ámbitos y por largo tiempo. Ejemplos hay de sobra, se citan ejemplos desde Alejandro Magno hasta la célebre invasión de los marcianos a la tierra que narrara Orson Welles a las 9:00 de la noche del domingo 30 de octubre de 1938. Esta última experiencia es un ejemplo clásico de los alcances de la ignorancia y el uso de los medios, ese día el actor estadounidense interpretó por la radio una adaptación de la novela La guerra de los mundos de Herbert George Wells, escrita en 1898, y se desató un verdadero pandemónium.
Es muchísima la tela que hay que cortar al respecto de la manipulación, reinterpretación y demás epítetos conexos. Cada cual suele arrimar los tizones a sus sardinas según sus intereses hasta crear un ambiente de absoluta opacidad. Todo termina siendo lo que le interesa al titiritero de turno, convirtiendo la percepción de la realidad en un sórdido, y muchas veces nauseabundo, teatro de polichinelas.
Hay cosas que se adquieren para siempre y que sobreviven en uno pese a todo. En estos días de fiestas y celebraciones, a pesar de los pesares, de la esperanza de los aguinaldos, de la Natividad, de las cosas buenas que la peste roja se ha encargado de tratar de acabarnos, pido por la transparencia y porque realmente nos podamos librar de los yugos que desde la izquierda tiránica y la derecha “democratizadora” tratan de imponernos al costo de nuestras propias vidas y esencias de gente libre.
© Alfredo Cedeño
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