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¿Dialogar? ¿Salida electoral?

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No voy a emplear aquí más líneas para narrar o contar lo que todos, con pocas excepciones, sabemos sobre la grave crisis que afecta a Venezuela, hoy día partida en tres: la Venezuela pujante, muy lamentablemente, para un grupo reducido de personas que día a día, honestos, siguen aquí, valientes, habiendo tenido la visión para transformar sus actividades laborales, económicas o profesionales, en instrumentos de lucha. Pero una Venezuela pujante también, para la mente y los bolsillos de quienes supieron bailar al son de la música tocada y lo siguen haciendo, sin vergüenza alguna, indiferentes ante el sufrimiento del pueblo noble y que con desparpajo, viven cómodamente en una suerte de “ghetto” como si nada hubiese sucedido, en el que la otrora Venezuela saudí, sigue latiendo, con esos bodegones, restaurantes de lujo, vehículos de alta gama, costosos aviones y helicópteros privados; la Venezuela que emigró, apoyada en unos países pero vejada en otros, incluso en la propia Latinoamérica, donde países prevalidos de artilugios jurídicos, maltratan a la mayoría no notable, sometiéndola a procesos de migración y extranjería, burocratizados, extendidos y enredados, a propósito; o simplemente, la expulsa, en uno u otro caso, en violación flagrante de derechos humanos, de la manera más impúdica; y la Venezuela castigada, que es la mayoría, que sometida a constantes embates, desesperada, roída, sigue aquí, con una voluntad diezmada, aun aprendiendo a luchar de sol a sombra, para lidiar con un buen número de desgracias; muchos con el temor de terminar acostumbrándose a que la poca calidad de vida que tienen, les acompañará para siempre; y sin perder la esperanza de un “milagro” como salida a este monstruo que ha devorado y lo sigue haciendo, los valores tan esenciales que la propia Constitución prometió consolidar: libertad, independencia, paz, solidaridad, bien común, el derecho a la vida, al trabajo, a la cultura, a la educación, a la justicia social y a la igualdad sin discriminación, entre otros.

¿Dialogar? Las razones sobran. A lo largo de mi vida profesional, como policía y abogado, siempre he apreciado el dialogar, como la primera herramienta a mano, para resolver conflictos, claro está, con sus excepciones.

Pero para dialogar, hay que partir no solo del mero reconocimiento del “conflicto” que se aspira a resolver, sino también del contexto en el que ocurre y en las expectativas y necesidades, no solo de los llamados a dialogar, sino también de otros grupos de interés. Esto es, quizás, lo más difícil de abordar.

En nuestro caso, entonces, dialogar supone, reconocer que ni la presión internacional (Estados Unidos, España, Grupo de Lima, Comunidad Europea, OEA, ONU)  ni las sanciones económicas individuales dictadas, e incluso, la apertura de publicitadas averiguaciones y procesos, penales o criminales, por delitos graves por Corrupción, lavado de dinero, narcotráfico y terrorismo, desde hace años ya, en Estados Unidos, agregándose paulatinamente otros países, como España y Suiza,  ha servido para doblegar voluntades, pero sí –bien sazonadas con acertadas compañas publicitarias- para aumentar la percepción de gran parte de la población de que aquellas de una forma u otra, solo han impactado a ésta y a Venezuela como nación y que son las únicas responsables de las graves dificultades que se enfrentan, solapando lamentablemente, entre otros males, el de la corrupción, en la que hoy día, el propio gobierno ha reconocido protagonizada por algunos de quienes a lo largo de estos años detentaron poder político y lo supieron aprovechar en beneficio personal.

Dialogar supone también, puertas adentro, reconocer la difícil viabilidad económica, social y política, a mediano y largo plazo, del poder político imperante. La comunidad internacional, a la que muchos, dentro y fuera, le critican con vehemencia, que no ha sido lo suficientemente enérgica con la situación venezolana, difícilmente esté dispuesta a aceptar que Venezuela se transforme en otra Cuba, que ya no es vista como la víctima de décadas de aislamiento económico, sino como un centro de corrupción, violación flagrante de derechos humanos y buena vida, para pocos y un infierno para la mayoría de su población. Prueba de ello, es que la crisis migratoria venezolana, por los múltiples problemas que está causando, tanto para los migrantes como para los países, está empezando a llamar seriamente la atención. Es difícil pensar que la comunidad internacional esté dispuesta aceptar más réplicas de los balseros cubanos que con suerte llegaban a las costas de Florida pero que también tristemente, morían en el intento.

Dialogar supone, reconocer que ya, a esta altura del partido, gran parte de esa Venezuela, migrante y castigada e incluso, buena parte de la Venezuela pujante, no creemos que la “salida” a la grave crisis que nos afecta, venga de la mano de golpes a la mesa o, declaraciones altisonantes del presidente de una potencia, televisadas cual reality show, o de más sanciones individuales, o de intentonas golpistas fácilmente infiltradas, en una suerte de mala película hollywoodense, con personajes pueriles y ridículos. Creemos sí, en que existe una “posibilidad razonable”, de que la salida venga de la mano de dialogar, negociar y un CNE, que cumpla con esa máxima romana: “No basta que la mujer del César sea honesta, también tiene que parecerlo”.

Esto último, simple y llanamente obliga, a quienes ahora detentan el poder en la novísima asamblea, a un actuar más ético que legal, encontrando la vía para, sin violar la Constitución y las leyes, sobrepasar las meras exigencias de éstas, para dotar al país, de todos, maduristas, chavistas y oposición, de un órgano electoral que realmente sea un árbitro útil, eficiente, que esté realmente dispuesto a coadyuvarlos, a resolver la polarización y el conflicto existente, por el “Bien Común” de Venezuela …para esta y las futuras generaciones… como dice la Constitución.

Los venezolanos, todos, realmente necesitamos un país como el que se dibujó en 1999; necesitamos refundar la República para establecer, una verdadera “…sociedad democrática, participativa y protagónica, multiétnica y pluricultural en un Estado de justicia, federal y descentralizado…”.

Pero dialogar también supone, para la oposición venezolana, reconocer que NO está en el poder y que se enfrenta a una contraparte, bien apertrechada, asesorada, apoyada y decidida, con un andamiaje legal bien pensado; que detentando y controlando el poder público, en todas sus manifestaciones, no va a permitir a nadie, externo o interno, exponerle a la probabilidad, muy próxima o remota, a corto, mediano o largo plazo, de que se le someta a proceso o procedimiento alguno, que pueda afectar seriamente sus expectativas y necesidades, devenidas de un status-quo, como sea, ganado, más allá de que muchos disientan de ello; y de allí, que con razón, no se sienta cómoda con  la idea de perder el poder político que les salvaguarda, a través de unas elecciones.

El juego, como en el dominó, está trancado y es la oposición  quien tiene precisamente la “cochina”. Conciliar las expectativas y necesidades de una parte y de la otra, no es, ni será fácil, dada la polarización y la contienda que ya está siendo estéril.

Necesitamos un dialogo sí, pero con interlocutores válidos de parte y parte; sinceros, honestos, dejando de lado el egoísmo, el individualismo, la mera proyección sin propósito; un dialogo en el que realmente prive, Venezuela, su historia, su pueblo, sus paisajes, las bondades de su tierra, su futuro y no el patrimonio político individual. Un diálogo que supondrá la difícil prueba de olvidar, de pasar la página, de hablar de paz y reconciliación, a pesar de las innumerables y profundas heridas. Un diálogo que deberá partir de aceptar la realidad, por muy dura que sea y estar dispuesto a ceder. Un diálogo de igual a igual y no desde una trinchera dorada de poder. No sé si será posible.

Sin ese diálogo urgente, de antesala, difícilmente se podrá dar vida al CNE que reclama las circunstancias, que más allá del papel y lo formal, esté realmente integrado por personas sin vinculación alguna a organización política; cuya trayectoria pública y conocida, asegure a todos los venezolanos y al mundo, que actuarán con imparcialidad, que se puede confiar en ellos, y que garanticen sin medias tintas, la participación ciudadana, la igualdad de todos los candidatos y la transparencia de los procesos electorales y sus escrutinios.

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