Por Luis E. Torres-Núñez
Cada 5 de noviembre se celebra en Venezuela el Día del Profesor Universitario, en conmemoración de la lucha épica de aquellos profesores universitarios que en el año 1958 lograron restablecer -aunque en una fracción- el principio autonómico de las universidades venezolanas, principio consagrado por el Libertador Simón Bolívar en el año 1827 con la firma de los estatutos de la universidad de Caracas, hoy Universidad Central de Venezuela.
La autonomía supone, entre otras dimensiones, la libertad plena para que estos profesionales hagan un uso reflexivo, crítico y constructivo de su sociedad en sus diferentes categorías. Es por ello que los profesores universitarios venezolanos siempre han sido un eje catalizador y promotor de las luchas sociales e incluso de resistencia y dignidad en estos duros días de autoritarismo.
Con mucha tristeza observamos cómo el profesor universitario venezolano atraviesa hoy su peor momento, hoy miles de ellos, sin una alimentación balanceada y sin zapatos, están obligados moralmente a caminar varios kilómetros para dar luz a la poca juventud que aún se congrega en nuestras universidades. Los profesores no solo no tienen medios de trabajo, sino que muchas veces ni siquiera disponen de un sitio decente para el descanso y permanencia dentro de las universidades e incluso la ausencia de salas sanitarias adecuadas y agua potable, elementos fundamentales para la vida de cualquier ser humano.
Este profesional ha visto cómo le han robado los sueños de una mejor formación profesional, la imposibilidad de financiamiento para sus proyectos de investigación y finalmente, en lo personal, ha tenido que lidiar con la política criminal que decreta su pésimo salario y condiciona la supervivencia de su propia familia.
Las razones para reconocerles su trabajo en este día y todos los días sobran, la sociedad venezolana no tendrá cómo pagar tanto sacrificio de estas nobles personas, que incluso han decidido entregar sus vidas esperando el momento para la reconstrucción de un mejor país.
Así tenemos que sobre el profesor universitario y en relación con el conocimiento, Martínez (2014) señalaba: “(…) Hemos visto que todo aquello que nos constituye, aún en lo más íntimo de nuestro modo de percibir, de pensar y de valorar, puede entrar en crisis y ser objetivado y sometido a un análisis y crítica radical. Pero este proceso es difícil y también es doloroso y genera resistencias de todo tipo, pues, en su esencia, equivale a suprimir el soporte en que nos apoyamos, sin tener, quizá, todavía, otro que lo sustituya” (p. 85). En otras palabras, si esos procesos del conocimiento en el plano de la experiencia son graduales y lentos, ¿qué no podría ocurrir con ellos, cuando existen condiciones totalmente adversas para el ejercicio de la docencia y destrucción de las universidades por el propio Estado?
En toda la filosofía griega existía el consenso de que los seres humanos alcanzaban la virtud solo por la razón y atendiendo sus demandas en la sociedad. Tal vez por ello es que la educación haya sido tan vulnerada por este régimen neototalitario que solo pretende erigirse en el poder, aunque ello aniquile por completo la educación y las universidades autónomas.
Los profesores universitarios venezolanos, dentro o fuera del país, han sido, son y seguirán siendo una energía de luz y lucha por lograr una mejor patria, y un mejor futuro en el contexto de la educación y el bienestar de todo un pueblo. Todos estamos en la misma lucha por un país libre y democrático. Esa es la nobleza de la profesión académica.