Hoy domingo 21 de junio —o más bien de jodiembre—, solsticio de verano en el hemisferio boreal y de invierno en el austral, es día del yoga, de la música, de llevar el perro al trabajo (Take Your Dog to Work Day), de llamar la atención sobre algunas «enfermedades raras», tal la esclerosis lateral amiotrófica (ELA) o la aniridia (hipoplasia parcial o total del iris), y también ¡Día del Padre!, celebración con mucho de transculturización y chantaje afectivo, adoptada en el país gracias a la mercadotecnia, el consumismo y la brejetería nacional. Y a pesar de las circunstancias adversas de este aciago año del doble 20, habrá festejo, aunque disminuido en virtud del distanciamiento social y el enmascarillado impuestos sine die desde hace ya 3 meses, como medida preventiva de contagios de la covid-19: la ladilla china —SARS-CoV-2—, señalan epidemiólogos e infectólogos, se transmite a través de las «gotitas de Flugge» —micropartículas de saliva y moco— inadvertidamente expelidas por boca y nariz al hablar, toser o estornudar. Jolgorio no faltará y el padre homenajeado, entre arrumacos virtuales de la prole y abrazos postergados para cuando esta vaina termine, apurará cuidadosamente el primer trago de una tenida previsiblemente larga —¡cuidado con los abominables güisquis de factura local!—, a través de un pitillo pasado por debajo del barbijo —después de la segunda ronda, el tapaboca aterrizará en el mismísimo—, y ¡salud viejo!, y el viejo, todavía no tanto como el anciano abuelo y el matusalénico bisabuelo, convidados seniles a la guachafita y decididamente enrumbados a una pea patriarcal, no quiera Dios en pelotas cual el zoófilo nudista Noé, cuya embriaguez en cueros fue pincelada por Miguel Ángel en la bóveda de la Capilla Sixtina, y el viejo, repito no tan viejo, ripostará, ¡salud hijo!, y ¡salud!, corearán los dos mayores, sintiéndose concernidos no en el fresco del Buonarroti sino en una cancioncilla de Piero —Viejo, mi querido viejo/ahora ya camina lerdo/Como perdonando el viento—, puesta a sonar en vinilo rayado por iniciativa de un pavosaurio impertinente, mueven sus esqueletos a contracorriente del trovador rioplatense y entre copa y copa se pasa de cocción la carne, se queman morcillas y chorizos o se enfría el mondongo y no importa: mientras dure el aguardiente, a beber se ha dicho y si no me sirven otro palo, lloro o dejo la comida; pero mañana, ¡ay mañana!, el ratón colectivo será de espanto, temblor y brinco y mutará la casa en ratonera. Y, mamaderas de gallo al margen, a las ratoneras dedicaremos las próximas líneas.
Este mes cumple 100 años de publicada la primera novela de Agatha Christie, El misterioso caso de Styles. De su autoría es La ratonera (The Mousetrap), obra teatral estrenada el 6 de octubre de 1952 en el Theatre Royal de Nottingham, Inglaterra. El 25 de noviembre de ese mismo año comenzó a representarse en el New Ambassador Theatre; allí se mantuvo hasta el 23 de marzo de 1974, cuando se trasladó al St. Martin’s Theatre, donde permanece en cartelera hasta el sol de hoy, estableciendo récords históricos de temporadas, funciones consecutivas y audiencia. Basada en Tres ratones ciegos, relato de la creadora de Miss Maple Y Hércules Poirot, La ratonera —traduzco y transcribo, no ad pedem litterae (mi inglés es precario), parte de la sinopsis de un programa de mano, copia quizá de alguna contraportada—: «Es un clásico enigma policial, en el cual no se sabe quién es el asesino sino en los minutos finales y el espectador puede sospechar de cada uno de los personajes; todos tienen motivos y oportunidad para cometer el crimen. Una joven pareja ha heredado una mansión y la convierte en hospedaje. En una fría noche de invierno van llegando a ella los huéspedes a pasar el fin de semana: un joven excéntrico, una anciana cascarrabias, un militar retirado, una mujer de aspecto hombruno y un misterioso extranjero. Al rato, se presenta en la posada un joven sargento de la policía y les advierte acerca de la posible relación entre alguno de ellos y un homicidio cometido en Londres. A partir de ese momento, la casa se convierte en una ratonera, y los recelos y conjeturas se suceden hasta llegar al inesperado desenlace».
Interpretar noche tras noche a los 8 personajes involucrados en la investigación ha de ser labor extenuante. Por ello, el elenco de esa mise-en-scène es cambiado anualmente, a fin de satisfacer las expectativas del público respecto a la solvencia de los actores; vestuario, escenografía, iluminación y los diálogos, claro, continúan siendo los mismos, año tras año. En Venezuela, el arte de la actuación es condición indispensable para el ejercicio político desde las alturas del poder, pues este postula el dominio de la simulación a objeto de vivir del cuento (¿chino?); no comiéndolo, no, sino echándoselo a quien quiera oírlo; en el caso de la usurpación, a los súbditos pavlovianamente condicionados con el palo de la carestía y miserablemente gratificados con la hiperinflacionaria zanahoria del bono patriocarnetizado —a la última dádiva la bautizaron «Normalidad relativa». ¿Cinismo? Quién sabe—. Mantener una ficción política, sin tomar en serio a la economía — «¡Es la economía, estúpido!»—, o convirtiéndola en mera práctica asistencialista, exige extremar y perfeccionar el control institucional y el modo de dominación social. Y aquí es cuando se ponen moscas las ratoneras bolivarianas; o, precisando, los nidos de ratas y escorpiones instalados confortable e ilegalmente en el palacio de justicia y en la sede del poder electoral —no me da la gana de usar mayúsculas, ¿OK?— : sin un ápice de vergüenza, montan su circo los rojos —decir teatro sería irrespetar a Melpómene y Talía— y fingen ceñirse a las reglas del juego democrático; sin embargo, sus payasadas se estrellaron de entrada con el muro del repudio de la Venezuela decente; la indecente, estaba cantado, se prestó a ser comparsa de la pantomima puesta en escena por el bufete bufo del zarcillo metrobusero, arrastrando consigo a una pareja de oportunistas en representación de nadie o, cuestión de disimulo, de minorías desechables y corrientes marginales.
De esa farsa ya dimos cuenta la pasada semana pasada; mas, aunque era de esperar, no anticipamos el gambito de dama orientado al sacrificio de la reina de las brujas electorales, buscando reemplazarla con peones recién coronados —¿coronaviralizados?, y ganarle la partida a Guaidó con una celada urdida en la Cuba de Capablanca o en la Rusia de Alekhine y los grandes maestros, u —lo más viable y probable— obligarle a abandonar la partida, colocándolo a la defensiva mediante una sucesión de amenazas sin sustancia, pero esa estrategia conduce fatalmente a tablas, dada la probada habilidad del interino para sacarle la piedra al atacante. Tampoco vimos venir el grosero arrebatón de los rábulas de la sala constitucional del tsj, quienes, en tanto brazos ejecutores de la demolición institucional de la República, entregaron, ¡órdenes de arriba!, los partidos Acción Democrática y Primero Justicia —Voluntad Popular está en salsa de disolución, pendiente de un recurso de casación destinado a calificarla de terrorista —a operadores de argucias politiqueras, falsarios sin escrúpulos semejantes a ellos y a sus amos, los socios de la corporación maduro, padrino, cabello y compañía. A esta narcosociedad para delinquir le interesa, sí, elegir un congreso de focas aquiescentes, ¡clap-clap-clap!, y exhibirlo como muestra de su presunto talante democrático —¿democracia sin partidos o de un singular bipartidismo: el socialista y el militar?—, y, sin profesar la adivinación, se puede vaticinar, sin temor al yerro, el desconocimiento de la comunidad internacional a un parlamento electo en las condiciones derivadas de las gestiones del fiscal cagaversitos, la prostituyente comunera y una «caterva de jueces venales con prontuario y sin currículo. No le falta razón al director del Centro de Estudios Políticos y de Gobierno de la Universidad Católica Andrés Bello, Benigno Alarcón —coincidimos con él en su dictamen y en las metáforas ajedrecísticas—, al afirmar: «Uno de los objetivos prioritarios del gobierno a corto plazo es quitarse de encima a la oposición y, sobre todo, a Juan Guaidó». En ese orden de ideas, el analista de la UCAB agrega: «Las próximas jugadas parecieran estar destinadas, inevitablemente, al tablero electoral en el que el gobierno de Nicolás Maduro pretende concretar el jaque mate al sector democrático liderado por Guaidó para recuperar la Asamblea Nacional y sustituirlo con la otra oposición conformada por quienes participan junto al régimen en la Mesa Nacional de Diálogo, liderada por políticos bien conocidos como Henri Falcón, Claudio Fermín, Luis Romero, Javier Bertucci, Rafael Marín, Felipe Mujica». Entretanto, y es mi opinión, el país se mueve entre la resignación de unos dos tercios de la población, inmovilizada a causa de las carencias y las urgencias a ellas asociadas, ilusoriamente satisfechas en parte con el combustible persa, y la rebeldía de una minoría partidaria de una solución de fuerza. Y aquí es donde y cuando, el director de la película grita ¡corten!, la cámara deja de rodar y las luces se apagan porque hoy es día del padre y mañana será otro día en las ratoneras. Lo sabe hasta papa nicolás. Échate un palo, Papanicolau… ¡hic!