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Detrás de la Era de la Confusión

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metaverso

Foto: Pixabay

Si algo define a nuestros tiempos es la sensación de vértigo. Vivimos en una época de relativismos desaforados en donde, por una parte, nada es verdad; pero por otra, todas nuestras fantasías han de ser aupadas. Este estado de cosas se asienta sobre una visión posmoderna que nos niega la capacidad de palpar la realidad y que, por ende, nos condena a aceptar que vivimos de puras ficciones.

Dicha óptica se ha vuelto representativa del zeitgeist o «espíritu de los tiempos», no solo por los operarios culturales que la han propiciado a todo nivel, sino que también, desde hace un tiempo, por lo mínimo desde el siglo XIX, por el quiebre en Occidente con todas las lógicas que aspiran a abarcarlo todo. A partir de dicho quiebre, es que hemos ido heredando aquel relativismo que nos indica, en un mayor o menor grado, que no hay un Dios o una interpretación de la realidad única y totalizante.

La extrapolación hasta el absurdo de dicho relativismo es la fuente de donde nos hayamos hoy, pues hemos optado, por una parte, por ignorar que sí hay una realidad subyacente frente a nuestros sentidos, y, por otra, por pensar que todo está subordinado a nuestros pensamientos y pareceres. El problema de nuestra actualidad no es la desesperación nihilista, el escapismo fantasioso o la emocionalidad intransigente. Todos estos aspectos son síntomas. El problema de fondo es que estamos severamente confundidos con respecto a la relación que tenemos con nuestros pensamientos y lenguajes, con nuestra identidad y con nuestro entorno.

Primero, confundimos a la realidad misma con nuestros pensamientos y lenguajes, cosa la cual nos lleva a creer que la realidad está obligada a conformarse con nuestras preposiciones. Vociferamos que la realidad es de tal y cual manera, cuando la realidad simplemente es. La realidad, siempre tan inoportuna, no obedece a sustantivos, verbos o adjetivos. Ahora bien, esto último, a diferencia de la visión relativista posmoderna, solo nos insta a reducir la intensidad de los monólogos en nuestras cabezas para de veras apreciar al universo que nos rodea.

Segundo, confundimos nuestra identidad actual con nuestra identidad digital y empezamos a vivir, por vía de consecuencia, de proyecciones narcisistas y limitantes. Hoy por hoy, nuestra presencia digital se ha venido identificando con nuestra existencia real. Por ejemplo, no estar o ser suspendido de una red social prácticamente equivale la muerte para algunos cuantos. Si la primera confusión iba de confundir al pensamiento con la realidad, entonces el segundo es creer que no somos más que una foto circunstancial guindada en un servidor. Recordemos algo: somos mucho más de lo que una foto pueda describir; nuestro potencial es tal que identificarnos plenamente con un calificativo u otro nunca nos hará justicia.

Tercero, estamos en peligro de confundir al mundo o universo con el metaverso. La cuestión sobre nuestro mundo es que este no obedece a agenda de ningún tipo, por lo que en el transcurso del devenir todo cae en su lugar; lo placentero y lo doloroso, el éxito y el fracaso, la ganancia y la pérdida y así sucesivamente con los matices o las dicotomías que quisiéramos mencionar. Esta experiencia de tira y encoge, de aparecer y desaparecer, con toda la incertidumbre que bien pueda acarrear, es el piso de nuestro ser y lo que nos permite crecer y mantenernos susceptibles al asombro. El metaverso, por el contrario, como invención humana que bien es, no podrá ser otra cosa que un monumento a nuestras fantasías; un mundo de espejismos que nos podría alejar, si no lo sabemos llevar, de todo lo que realmente importa.

Al final, las precitadas confusiones se reducen a una sola: creer que estamos aislados entre paredes encefálicas hechas de palabras y conceptos, cuando realmente estamos acá, en el aquí y el ahora, compenetrados con todo lo demás. Si quisiéramos ser libres de tanta jaqueca, lo único que se requiere es detenernos unos minutos, sentarnos en silencio y tomar un respiro. Las respuestas, y la claridad que viene con ellas, vienen solas siempre y cuando se les deje. No es cosa de buscar la verdad última e inmolarse en el proceso. Por el contrario, es darse cuenta de que las confusiones desaparecen cuando nos percatamos de que las respuestas siempre han estado en nuestras manos.

@jrvizca

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