Hoy se suma a nuestra historia un nuevo capítulo en el largo y tortuoso camino hacia la libertad. Edmundo González Urrutia, presidente electo por la voluntad de un pueblo que clama justicia, ha sido forzosamente desterrado. No es la primera vez que Venezuela ve partir a uno de sus hijos, cargado de la legitimidad que otorga el sufragio, pero también de la angustia de quien es separado a la fuerza de su tierra.
Este destierro, como tantos otros en nuestra historia, no es solo un exilio físico; es una señal más de la profunda crisis moral e institucional que consume a nuestro país. Y, sin embargo, la historia nos enseña que, lejos de quebrar la voluntad de los demócratas, el destierro la fortalece. Recordemos a ambos Rómulo, Betancourt y Gallegos, personajes fundamentales de la democracia venezolana, quienes en 1948, tras ser depuesto el gobierno por un golpe militar, tomaron el exilio como una trinchera de resistencia y planificación. Desde el extranjero, Betancourt preparó lo que sería el regreso triunfal de la democracia en 1958, una década después de haber sido apartado del país por la fuerza.
Similar fue el destino de Jóvito Villalba, otro gigante de nuestra historia política, quien en 1952 fue también forzado al destierro tras desafiar la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. Al igual que Betancourt, Villalba no abandonó su lucha, sino que desde su exilio continuó abogando por una Venezuela libre. Ambos comprendieron que el destierro no era un final, sino una etapa más en la lucha por la justicia y la democracia.
Hoy, González Urrutia se suma a esa lista de venezolanos que, por el crimen de defender la voluntad popular, han sido obligados a abandonar su tierra. Pero no debemos ver este destierro con desesperanza. Al contrario, la historia nos ha demostrado que la resistencia en el exilio, bien organizada y con objetivos claros, puede ser la antesala del retorno triunfal de la democracia. El exilio de González Urrutia no es una derrota, sino una pausa en una lucha que aún no ha terminado.
Bien lo expresó Rafael Cadenas en sus Cuadernos del destierro: “El que sale no es el mismo que regresa. Al partir, el que huye deja parte de sí en la tierra, pero en la distancia aprende lo que solo el desterrado puede aprender: que la patria nunca lo abandona”. En este sentido, el exilio no es más que un estado temporal del alma, un espacio entre lo que es y lo que será. González Urrutia, como tantos otros antes de él, sigue conectado a su patria a través del deseo irrenunciable de verla libre y justa.
El régimen infame que lo ha desterrado intenta, con estas acciones, acallar las voces de millones de venezolanos que clamaron por un cambio en las urnas. Pero la verdad, como bien lo entendieron Betancourt, Villalba y Cadenas, no puede ser exiliada. Las ideas de libertad, justicia y democracia no pueden ser silenciadas ni por los fusiles ni por los decretos de una dictadura. El destierro de Edmundo González Urrutia es, irónicamente, una confirmación de su legitimidad y del miedo que el régimen le tiene a la voluntad popular.
El pueblo venezolano sabe reconocer a sus líderes legítimos, y aunque las circunstancias obliguen a González Urrutia a dirigir su lucha desde el extranjero, el destino de nuestra nación no está sellado. El destierro, que muchos ven como una derrota, ha sido históricamente el preludio de los mayores triunfos democráticos en Venezuela. Así como Betancourt y Villalba regresaron para ver renacer la democracia, no cabe duda de que González Urrutia también encontrará el camino de regreso a su tierra, no como un fugitivo, sino como el presidente legítimo que el pueblo eligió.
En la distancia, el desterrado no se desvanece, sino que se transforma. Cadenas escribió sobre la “ausencia que crece” en el exilio, esa ausencia que se convierte en presencia en cada palabra, en cada gesto de resistencia. Así, González Urrutia se convierte en símbolo de lo que vendrá: un país que renace desde la lejanía, un pueblo que no se rinde, y unos venezolanos que han de regresar fortalecidos.
Es en este contexto que debemos recordar las palabras de Rómulo Betancourt, pronunciadas desde el exilio: «El que no puede luchar en su país, lucha desde fuera, pero lucha igual». Así lo hizo él, así lo hizo Villalba, y así lo hará González Urrutia. Porque el destierro no es un final, sino un tránsito hacia la inevitable victoria de la democracia. La flecha de la historia señalada por Hegel.
Hoy, mientras el régimen se felicita a sí mismo por su «victoria» al expulsar a otro de sus opositores, el país murmura un «basta». Basta de atropellos, basta de usurpaciones, basta de ignorar la voluntad popular. Y en ese «basta», se gesta el retorno de un hombre que, aunque físicamente apartado, sigue siendo el presidente electo por los venezolanos.
El destierro, como enseña la historia, es temporal. Y la democracia, aunque herida, siempre encuentra la manera de regresar. Y cuando lo haga, lo hará con la misma fuerza y determinación que siempre ha caracterizado a quienes luchan por ella.
Jorge Alejandro Rodríguez es ingeniero electricista con estudios de posgrado en administración, negocios y difusión de políticas tecnológicas (IUPFAN, IESA, Tulane, ETH Zürich). Diputado electo a la Asamblea Nacional 2020. Exiliado.