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Después del referéndum

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“Eso que a ti te parece bacía de barbero, me parece a mí yelmo de Mambrino, y a otro le parecerá otra cosa”, le dice Don Quijote a Sancho Panza en un intercambio recogido en la primera parte, capítulo XXV de la obra de Miguel de Cervantes. Este pasaje plantea el tema de la relatividad de los juicios de valor en la interpretación de los hechos. Cada cual tiene su propia mirada de lo que ve y siente.

Es lo que ocurre con los resultados del referéndum consultivo del 3 de diciembre, sobre el cual hay dos visiones radicalmente encontradas. Para unos fue un rotundo fracaso; y para otros fue un éxito que permitió la movilización de millones de venezolanos. Cada cual tiene su propia “verdad” basada en sus intereses y pasiones. Sin embargo, se puede contrastar lo que vimos en directo en los centros de votación con la escasa y confusa información oficial. Por encima de ello, es posible extraer conclusiones fundadas en los hechos conocidos y en la experiencia. La consulta se realizó, los resultados son los que cada cual piense que son, porque el venezolano no tiene confianza en la imparcialidad de la institución electoral.

Para completar el cuadro, el Consejo Nacional Electoral anunció ayer la cifra definitiva de 10.431.907 electores, lo que causa asombro entre muchos, porque se trata de una información inverosímil. Henrique Capriles, por su parte, afirmó que el número de ciudadanos que participó fue de 2.110.864, es decir, una abstención de 89,8%. Este conflicto de “verdades” debilita la posición venezolana en la disputa, porque presenta un país dividido ante un asunto fundamental para el destino nacional. El referéndum sirvió para dividir aún más a los venezolanos y crear confusión sobre qué es lo que más conviene a nuestro país. Los guyaneses podrían decir que todo esto evidencia la manera cómo el gobierno maneja este complejo problema.

Sea lo que sea, el gobierno se aferra a su “verdad”: que hubo una masiva votación a favor del sí en las 5 preguntas y que el gobierno dispone de un cheque en blanco para hacer lo que estime. Y esta consulta se hizo sin que los electores hayan podido ilustrarse con suficiente tiempo para entender el tema y emitir a conciencia su voto. Al contrario, lo que hubo fue una agresiva campaña cargada de propaganda, de lugares comunes y de insultos. La profundidad en el análisis histórico y jurídico no fue lo que prevaleció, sino la retórica política. Nada de esto favorece nuestra posición.

Ahora el gobierno queda entrampado en una encrucijada. Si acata el “mandato popular” y se anexa el territorio en reclamación, se produciría una situación de guerra de consecuencias imprevisibles. Venezuela tiene suficientes problemas, como la falta de agua, de electricidad, de escasez de gasolina y de deterioro de los servicios de salud. Solo tendríamos que imaginar lo que nos ocurriría si vamos a una guerra. Es posible que el discurso se quede solo en retórica, lo que evidenciaría que la consulta no era necesaria, y que el pueblo se sentiría burlado al ser  llevado a votar como si fuese un rebaño.

Por otra parte, si se abandona el juicio ante la Corte Internacional de Justicia estaríamos dando un salto al vacío que podría llevarnos a una derrota definitiva. Y este es un asunto muy delicado. Lo que debería hacer el presidente Maduro es no escuchar únicamente a su grupo de asesores. Es sabido que los hombres de poder suelen rodearse de quienes le dicen lo que sus oídos quieren escuchar. Son los llamados “yes man” (aduladores) porque jamás disienten del poder. Para entender esto, en su versión vernácula, basta leer ”Los felicitadores de Pio Gil” y “Elogio de la adulancia” de Edecio La Riva (“Machete”). De ahí que se debe llamar a los expertos para que le expongan a Nicolás Maduro una opinión distinta a la de su equipo. De esa manera podría ponderar otras posibilidades, y escoger la más conveniente para Venezuela.

Al mismo tiempo, quien examine las distintas opiniones de los asesores del gobierno podrá advertir que hay contradicciones entre ellos. La semana pasada me referí a una entrevista del embajador Samuel Moncada en la cual expuso con lucidez el complejo asunto del Esequibo. De ahí es posible advertir que tiene claro que Venezuela dispone de pruebas que deben acompañarse en el juicio; y que el Reino Unido tiene documentos cuya exhibición puede ser solicitada procesalmente. Igualmente, que es la CIJ la llamada a declarar la nulidad del Laudo Arbitral de 1899. Por eso, resulta vital para Venezuela no abandonar el juicio ante la Corte.

La politización interna de la reclamación territorial que tenemos con Guyana es un grave error que se suma a otros de reciente data. Lo único que queda es la serenidad y responsabilidad en el manejo de este asunto. Insultos, improvisaciones y amenazas puede generar solidaridad entre seguidores, pero debilita nuestra defensa. De lo que se trata ahora es de ejercer el liderazgo con prudencia y amplitud. Algo muy difícil cuando la política se basa en la mentira y en la división.

Se impone entender la sustancia del asunto, es decir, su contenido. Para ello es fundamental la visión serena, reflexiva, amplia y moderada. Solo así todos los venezolanos podremos tener la misma mirada sobre la disputa del Esequibo.

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