Hace 10 años celebramos mis compañeros y yo 50 años de graduados. El próximo sábado conmemoramos 60, lo que mirado desde fuera es, como me dijo un necio tratando de ser cómico, una reunión de “adultos mayores”, nada más lejano de lo que sentimos nosotros de nosotros.
Aunque dicen que una década es demasiado tiempo a esta edad, no se me vienen ideas, ni sentimientos, muy distintos a los que expresé entonces. Algunos nos conocemos desde cuando estábamos en primer grado, otros ya entrada la adolescencia y unos cuantos algo después. Pero el recuerdo es el mismo, como si el tiempo pasara en vano.
Se dice que el presente no existe, se va a cada instante, y que el futuro tampoco, es pura incertidumbre, no ha llegado. Sólo cuenta, pues, el pasado. Sin necesidad de haber estudiado filosofía, los músicos hablan algo parecido y por eso uno de ellos escribió en un bolero que recordar es vivir. En fin, somos porque hemos sido y, al menos en parte, la vida, termina siendo, entonces, un álbum de fotografías o una película y desde hace ya unas décadas, un menú de dispositivos tecnológicos que nos permiten estar en contacto diario, a cada ratico. Benditas, pues, digo yo, ni pensador ni músico y menos que menos “Homo Digitalis”, la cámara fotográfica, la filmadora y el facebook, constatan que somos los que fuimos.
A propósito de lo anterior, diré que como cabe fácilmente suponer, constituimos un grupo de predigitales, al que las nuevas opciones tecnológicas nos llegaron a la altura de nuestra mediana edad, no se sabe exactamente si para bien, para mal o más bien para todo lo contrario, habrá seguramente un menú surtido de opiniones al respecto. Yo personalmente creo que no hay que darle la espalda a las inmensas posibilidades que abren estas innovaciones, pero estoy seguro de que vernos cara a cara no tiene comparación, visto que no son suficientes las relaciones virtuales. Cierto, diversas investigaciones, muestran que el exceso de “digitalidad” tiene peligros, porque los seres humanos somos analógicos, nos hacen falta las redes sociales de carne y hueso, no en balde, y lo coloco apenas como un ejemplo entre muchos, los hijos de los directores de las “grandes tecnológicas, (Apple, Google …), asisten a la escuela para oír a sus profesores, pizarrón y tiza mediante, para aprender las diferentes materias que se incluyen en el pensum. Para fortuna de nosotros, los “inmigrantes digitales”, está cobrando fuerza una suerte de “revancha de lo analógico”. Tenía razón Kant: “Los besos por carta no llegan a su destino”.
La vida nos desperdigó, incluso geográficamente, pero no biográficamente y, como dije, el próximo sábado nos volvemos a ver. Vernos significa topar de nuevo con el misterio de la existencia. Asombrarnos de cómo nos aconteció la vida, de cómo cada cual llegó hasta acá. Si fue por el azar de los dados, disfrazado en una serie interminable y cotidiana de casualidades, buenas y malas. Si fue por el imperativo inscrito en nuestro elenco genético, según diría un biólogo recalcitrante, por los designios inapelables del cielo, por obra de la libérrima voluntad de cada quien para escoger y desandar caminos. O por todo junto, mezcla extraña vertida en un libreto invisible, el cual nos fue volviendo distintos, pero manteniéndonos iguales y reconocibles, los mismos de antes, no obstante ciertas trayectorias que pretenden despistarnos, por ejemplo, la de los que los que prometían para poetas y terminaron diseñando equipos electrónicos, la de los que tropezaban con la piedra de las matemáticas y ahora calculan estructuras viales, la de los tímidos que se subieron a la palestra pública, la de algunos flacos que engordaron y la de ciertos revolucionarios que mutaron en plácidos conservadores. Sin embargo, ninguno ha conseguido disipar la verdad incontrastable de que sigue siendo lo que fue.
Vernos es, asimismo, repasar la época en la que anduvimos de la mano de los jesuitas, una orden religiosa inquieta y polémica, y cotejar en cada uno de nosotros la marca, no pocas veces diferente (lo cual habla bien de su amplitud) que dejaron mediante su inteligencia, su pasión y su bondad en la educación que nos dieron, un capital que hemos usufructuado siempre, aun sin darnos cuenta, y, me temo, sin saber agradecerlo.
En fin, vernos será volver a tener al lado a varios tipos, con la sensación de que estuviste con ellos apenas ayer, de confirmar que, no obstante, las diferencias que pueda haber respecto a tantas cosas son tu gente, parte esencial de tus afectos, es decir, de tu vida.
Nos volveremos a ver en un rato. Diez años pasan volando.
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