Los líderes mundiales nos señalan desde la cumbre del G-20 y la conferencia COP26, que hay que dejar atrás la pandemia, que ha superado ya los cinco millones de muertos en todo el mundo, y enfocarnos en la lucha contra el cambio climático y el cumplimiento de los ODS. Tenemos esperanza en que nos centremos de nuevo en los problemas de los países, tan excelentemente descritos en los Objetivos de desarrollo sostenible, de cuyo avance no podemos estar satisfechos, porque los dos últimos años han sido de parón, o incluso retroceso, en la lucha por alcanzar las metas previstas en la agenda 2030.
Es una de las secuelas más duras que nos ha traído la pandemia. Después de varios años en que muchos gobiernos se habían empeñado en formar organismos y desarrollar importantes políticas públicas generadoras de actividades, que intentaban mejorar la situación y en consecuencia cumplir las metas de los objetivos de desarrollo sostenible, la situación ahora es peor que hace dos años.
Similar reflexión podemos hacer respecto al cambio climático, sobre los que, tras pocos meses de reducción de emisiones, nos encontramos de nuevo con un panorama realmente negativo para los próximos años. Las promesas de los líderes mundiales, quizás llenas de buena voluntad, no alcanzan a las grandes masas de ciudadanos. Casi habíamos olvidado el Objetivo 13 de los ODS: Adoptar medidas urgentes para combatir el cambio climático y sus efectos»
La esperanza de que la pandemia nos deje es tan universal como su extensión. No imaginamos un mundo en el que tengamos para siempre que convivir con el covid-19. No faltan los agoreros que predicen la permanencia de la pandemia, pero parece que, si esta subsiste, estará más bien destinada a convertirse en otra infección vírica, de la que deberemos vacunarnos con frecuencia como ya se hace con otras enfermedades estacionales.
Sin embargo, la pandemia nos ha dejado también algunos otros aspectos de relevancia en el comportamiento habitual de las personas y de las organizaciones, que tienen influencia en la vida cotidiana de los ciudadanos. Aquí es donde conviene pensar con tranquilidad sobre qué aspectos van a quedarse y qué otros conviene desterrar al menos temporalmente, si deseamos una vida en sociedad más placentera que la obtenida en los últimos años y, si es posible, mejor que aquella que hemos considerado como normal. Entramos en la idea de democracia anticipatoria, esa que crea espacios de análisis y deliberación para estudiar escenarios de futuro, y que pone el foco en gobernar la incertidumbre para protegernos contra el miedo. (Cristina Monge, 2021)
En las administraciones públicas, buena parte de los servicios se han prestado tarde, mal o nunca. En la mayoría de los casos, el defecto estaba justificado, pero en otros podemos vislumbrar cierto legado positivo, que hace tener la esperanza de que la experiencia puede hacer avanzar la relación entre los ciudadanos y las administraciones. Es difícil aún calibrar el descenso de la confianza de los ciudadanos en los Estados, pero nos acercamos al acierto si afirmamos que la pandemia , en muchos países, ha supuesto un incremento de esta desconfianza.
Por ello, hay diversas propuestas que deberemos tener en cuenta y que deben ir hacia el fortalecimiento del Estado y la disposición de más recursos para las políticas publicas. El recuerdo, todavía presente, de hospitales saturados o de colas de enfermos en espera de algún tratamiento paliativo contra el virus, nacido en China a finales de 2019, nos empuja a proponer sustanciales incrementos de recursos financieros y humanos en las políticas de salud pública.
Entre las necesidades más acuciantes se encuentra un mejor aprovechamiento de la inteligencia artificial, más colaboración institucional y coordinación interterritorial, incremento de la profesionalización de los servidores públicos. En fin, recurrir también a los ODS: Reforzar la capacidad de todos los países, en particular los países en desarrollo, en materia de alerta temprana, reducción de riesgos y gestión de los riesgos para la salud nacional y mundial». (3.d)
Pero, además, procede hacer lo que en terminología hegeliana se denomina un salto cualitativo que debe anclarse en la construcción de una mayor disrupción, en la búsqueda por los servidores públicos y sus organizaciones, de proyectos que nos generen nuevos caminos de acercamiento a los ciudadanos. Pero también políticas públicas cuyos proyectos se terminen, más allá de las promesas electorales o los periodos presidenciales, para que esa promesa no esté “… condenada a apagarse prematuramente, como se apagan tantas cosas en Latinoamérica”. (Bolaño, 1999)
@sgeneralclad