Veníamos padeciendo de un desplome ético y este alcanza su paroxismo en los 22 años de ignominia, bajo los efluvios engañosos de un mundo fácil de vivir, de bienestar sin costo ni esfuerzo individual, de derechos sin deberes, de riquezas sin trabajo, de consumo hedonista sin dignidad. De títulos de bachiller exprés emitidos por misiones cubanas y de médicos integrales, ya no sacados de una caja de detergentes sino de la mano obsequiosa de la bota criminal.
La democracia venezolana y sus instituciones fueron demolidas al grito impune de la vil mentira voceada repetidamente por el incontinente mitómano y a partir de allí data la creación de la flamante corporación criminal del siglo XXI.
Hemos botado el diseño republicano construido a lo largo de 200 años, orientado a instituir reglas de juego para vivir en paz. Hemos prescindido de esa gema civilizatoria por una efímera noche de farra, y aceptado el cambalache de un destino de grandeza por unos oropeles desprendidos de un verbo encendido de odio, lleno de complejos, personificado en un embustero impenitente con un burdo y convincente discurso reivindicativo que se tradujo en robo sin gestión.
Ha faltado a los venezolanos el espíritu necesario del héroe individual que se mueve virtuosamente en la vida, encargado de su metro cuadrado, buscando la verdad y haciendo realidad los ideales que se anidan en su ser. Hemos dejado de lado la capacidad esencial de discernimiento que se afirma cada día con el análisis de la realidad desde la secuencia ver-juzgar-actuar. Y así pasan los días contemplando pasivamente el atornillamiento del régimen bajo la multiforme corrupción.
El universo totalitario va mas allá de la política, abarcando las dimensiones espirituales, filosóficas y antropológicas. Se vale de la prostitución del logos: la palabra, para la degradación de la colectividad humana.
Como protagonistas de nuestro ser y quehacer luchamos desde la palabra, la empatía, el reconocimiento del otro y del lado del bien. Vivimos en una lucha existencial contra el mal extremo.
El camino es hacer política desde la comprensión, el libre pensamiento y desde la familia. Recuperar la política para el bien. Una sola lucha para una misma causa.
El hambre perenne de una sociedad es una de las premisas, para la dominación, del “socialismo del siglo XXI”. Su militancia y eficacia en el mal extremo es lo que nos lleva a combatirla.
Convocamos el despertar del héroe individual, a pesar de que la libertad para decidir en conciencia se encuentra afectada por la dependencia económica al régimen. Este llegó para robarse los reales y no para construir un país.
Vemos la falta de coraje de unos seudoempresarios que decidieron bailar pegado con la ignominia, lo cual indica que la calidad de esta dirigencia es muy mediocre y viva expresión del desplome ético del país.
Los negocios tienen una racionalidad que desaconseja separarlos de la suerte de los ciudadanos, el verdadero empresario crea riqueza como valor esencial del concepto de nación.
El capitalismo de compinches se lucra de la cercanía al poder, no negocia pensando también en el bien común sino solo en enriquecerse. Al carecer de coraje para hacerse y expandirse con sus haberes recurre al beso de la muerte con la recepción de los bienes expropiados a otros. Su lema es real y salud para ellos. Sobre esto no puede construirse nada que tenga fundamento. El relativismo moral que ejercen los enchufados, sin parpadear, consiste en “que si no lo hago yo, lo hará otro”.
Definitivamente, sin cambio político no habrá cambio socioeconómico.
¡Libertad para Javier Tarazona. No más prisioneros políticos, torturados, asesinados, ni exiliados!