Existe una convicción universal: Venezuela no saldrá de su postración hasta que el régimen de Maduro y su pandilla no haya sido derrocado. La historia, siempre justa, siempre cruel, no lo muestra claramente. Por eso, los venezolanos, que, en más de 80%, queremos salir de la inmensa calamidad que padecemos, tenemos que estar dispuestos y preparados para acabar con este letal virus, mucho peor que el de la pandemia, pues para la dictadura madurista no hay, todavía, protección.
Sin dudas, la oposición perdió, irresponsablemente, la gran oportunidad que obtuvo en diciembre de 2015, al lograr limpiamente una Asamblea Nacional mayoritaria. Todos sus miembros tendrán que ser juzgados severamente por un pueblo tan decepcionado, que hoy en día está preparado, con ardor, para pasarle una pesada factura a los claros responsables de esta dura y larga postración: los líderes de la oposición. Unos cedieron por cansancio, otros, no pocos por arreglos vergonzosos con la dictadura, muchos por huida inexplicable, cuando su obligación era desarrollar una red clandestina, como lo hicimos los que luchamos contra la dictadura del general Pérez Jiménez.
En esa lucha fue, sin sombra de dudas, el partido Acción Democrática el que sufrió la pérdida, por asesinato o tortura, de sus líderes apresados durante la pelea clandestina. No desestimo el aporte de los comunistas en esa gran batalla por la libertad, perdida desde hace 21 años, primero por la inmadurez de una sociedad que hoy duerme la somnolencia de su decepción y de su propio fracaso como pueblo.
Nuestro problema es muy grave: ¿cómo salir de esta larga postración? En verdad, gústenos o no, ha sido la Conferencia Episcopal, y los miembros de la Iglesia Católica, quienes han dicho por escrito, desde luego, que el gobierno de Maduro es malo, dictatorial y que es necesaria su salida para que Venezuela, luego de elecciones limpias, inicie el largo y difícil proceso de su reconstrucción.
En nuestro mundo, y aquí mismo, en esta Venezuela anestesiada, el despertar es posible. Repicar las campanas del hambre y de la muerte está bien, pero no basta. Organicemos, los que quieran y puedan, varias redes clandestinas y legales que tengan un solo fin, sin discusión: desplazar del poder a Maduro y su pandilla, bien conocida. Y a quienes no olvidaremos a la hora de pasar factura.
La empresa no es fácil y sin riesgos: el aparato represivo del régimen es grande y fuerte, pero no lo es más que un pueblo hambriento y enfermo. Así, pues, abandonemos el reposo del guerrero y retomemos nuestra lanza bañada de plata.
Recordemos las palabras de Don Quijote a Sancho: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierran la tierra y el mar: por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida”.
La vida es única, pero ¿qué vale la vida sin ese don único? Repasemos al poeta francés Paul Éluard, en su poema “Libertad” escrito en 1942, cuando Francia estaba ocupada por los nazis: Y por el poder de una palabra, vuelvo a vivir aquí para conocerte, para cantarte Libertad.
No será la primera vez que el pueblo, harto de hambre, enfermedades y represión, se convierta en una tempestad de rayos eléctricos fulminantes, bajo el cielo estival de Venezuela
Que regrese el bravo pueblo y vuelva a gritar: ¡Muera a la opresión! Y a actuar en consecuencia, para acabar, de una vez y para siempre, con las dictaduras y tiranías militares o civiles en Venezuela.