OPINIÓN

Desplazados venezolanos, un drama sin precedentes

por Fernando Pinilla Fernando Pinilla

La cifra es alarmante. Más de 7 millones de personas han dejado Venezuela huyendo de un país hundido en una severa crisis y de un régimen represivo que no permite un cambio de modelo económico, político y social. Se calcula que alrededor de 6 millones de personas han encontrado acogida en los países de América Latina y el Caribe, cifras aportadas por Acnur, la Agencia de la ONU para los Refugiados. La severa crisis migratoria venezolana ya es considerada como el mayor éxodo masivo que ha vivido Latinoamérica en los últimos cincuenta años y es que, aunque en la región se han producido en el pasado migraciones masivas, a diferencia del fenómeno venezolano, todas se produjeron durante largos periodos de tiempo y con un origen en conflictos armados. En Centroamérica, El Salvador vivió una crisis migratoria tras el estallido del conflicto armado de finales de los años setenta y que se prolongó hasta 1992, protagonizado por la guerrilla armada, FMLN (Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional), que desencadenó la huida masiva de personas a Honduras, Guatemala, Nicaragua y una gran mayoría a México y finalmente a Estados Unidos.

Por su parte, Colombia experimentó un conflicto armado interno que inició en la década de los cincuenta, del que se calcula entre 3 y 4 millones de desplazados por el conflicto armado, según información del Organismo de las Naciones Unidas para la Migración (OIM), a lo largo de cinco décadas hasta el Acuerdo de Paz firmado en 2016.

El caso venezolano es atípico. Venezuela no experimenta un conflicto armado interno, ni con sus vecinos, de hecho, Latinoamérica no registra una guerra entre países del continente desde la llamada Guerra del Cenepa entre Perú y Ecuador, en 1995 y que duró cinco semanas, tras una larga serie de incidentes por el control territorial de una zona en disputa desde comienzos del siglo XIX, que comprendía la Cordillera del Cóndor y el río Cenepa. Venezuela solamente es víctima de un proceso degenerativo importado de Cuba y que inició en 1998, de un cáncer que hizo metástasis por veintitrés años. De un modelo retrógrado, caduco, fundamentado en la ignorancia y el fanatismo como armas de dominación y opresión y que ha devenido en un éxodo sin precedentes y que por el ritmo acelerado que lleva, en comparación de los dos procesos arriba mencionados, parece poco probable que otro país lo pueda superar a corto plazo y el cual debería hacer algo más que solamente encender las alarmas en el resto de países del continente, porque el problema ya colapsó la estabilidad de la región. El impacto de la revolución para con las naciones vecinas es aterrador y representa una carga económica que no pueden asumir muchos de los gobiernos latinoamericanos y menos a la luz de una realidad indiscutible: el éxodo de desplazados, por ahora, no mermará ya que el gobierno venezolano no está tomando ninguna medida para cambiar esta realidad y la esperanzas en la oposición para generar un cambio, son nulas por diversos panoramas.

El drama humanitario continúa justo en este momento. Cientos de miles de venezolanos dispersos por las carreteras del continente y que aún no tienen documentación ni permiso para permanecer legalmente en los países vecinos y, por consiguiente, sin garantía de acceso a derechos fundamentales, por más amables que intentan ser los países vecinos; son el testimonio palpable del fracaso de un gobierno que se niega a mirar con compasión a sus connacionales y que se aferra de forma mezquina al poder como garantía de seguridad ante toda la corrupción que han acumulado por más de dos décadas.

El régimen continuará exportando desplazados, drama, sufrimiento y crisis; lo único que producen de manera constante y sin miramientos.