Durante estos últimos meses he vivido con dos parejas de tíos que se fueron definitivamente del país. Al principio iban y venían; pasaban unos meses con los hijos en el exterior, otros en Caracas, regresando a cuidar la casa y a pasarla aquí porque, como muchos venezolanos, extrañaban al país. Estos últimos dos meses, sin embargo, por más que a sus edades avanzadas amaran mucho una vida a la que estaban acostumbrados, debieron elegir definitivamente dejarla ir.
Vinieron a pasar unos meses para cerrar la casa y decidirse ya por venderla o alquilarla. Fueron meses tristes, llenos de emociones encontradas, pues vaciar una casa con tantas memorias de años no es fácil. Vender, donar, regalar, constituyó todo un proceso. Y todo, por los hijos, pues estar con ellos en el exterior; disfrutar a los nietos que crecían sin abuelos, era prioridad.
Sacar fotos de portarretratos, títulos de bachillerato y de universidad de marcos, llevarse medallas de graduación, libros particulares, teclados, ropa, vestidos significativos, cualquier cosa a petición de los hijos, fue toda una labor titánica. Se dice fácil lo que significa vaciar una casa, pero es todo un esfuerzo, pues usualmente los abuelos también han acumulado cosas heredadas de sus padres, lo que convierte la labor de desmantelamiento en una separación de mucho pasado acumulado.
No es fácil. Duele. Esta crisis que vivimos ha llevado a muchos abuelos a emigrar también, pues piensan en pasar sus últimos años con los hijos y nietos. Y decir esto, “sus últimos años”, también es todo un tema, pues muchos sienten miedo de morir en una tierra extraña, que no conocen, solo por vivir hasta el final acompañados, en familia.
Esta crisis ha desatado crisis personales y familiares sin precedentes. Muchos envejecen aquí sin los hijos y nietos; otros pueden irse con sus propios medios o porque los hijos se los llevan. Sea como sea, envejecer en Venezuela añade un dolor a este proceso vital de ir acumulando años, pues no es fácil vivir solo. Tampoco lo es vivir lejos del propio terruño, en un país que ofrece mucho seguramente, pero al que no se está acostumbrado.
A la despedida de los seres queridos mayores se le suma otra realidad, dolorosa también: uno no sabe si los volverá a ver, si se estará cerca de ellos en ese último instante en que podamos verlos vivos. No deja de asombrar cómo las familias se han desmoronado y como somos pocos los que disfrutamos de nuestros padres en Venezuela. Los hijos, sin embargo, crecen sin tíos abuelos, sin tíos, sin primos. Así estamos. Dios quiera que este vendaval pase y que podamos reencontrarnos todos en nuestro bello país. Será un encuentro puntual, sin duda, pues ya la mayoría está instalada en otro país, pero será, al fin y al cabo, un encuentro, ya que muchos solo esperan que este régimen caiga para correr a visitar a los que dejaron aquí. Dios quiera que esto ocurra, y pronto.
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