OPINIÓN

Despecho a la venezolana

por Antonio Guevara Antonio Guevara

Foto EFE

Cada uno maneja su rocola –una figuración del despecho– a su manera. Antes, el alcohol era el refugio seguro para las penas del desamor. Después de la ruptura, la cita con el gramófono era inevitable. En el bar de la esquina o en el tocadiscos de la casa. Sacar las monedas, marcar la selección y esperar que José Feliciano se desgañitara en las cornetas “toma este puñal, ábreme las venas, quiero desangrarme hasta que me muera. No quiero la vida, si he de verte ajena”. Y así se iniciaba el duelo y la melancolía por la disolución con el sujeto amado hasta que se superaba en las etapas que establece el protocolo a la manera freudiana.

Estos tiempos de tecnologías de información de comunicaciones (TICs) han trastocado todo. Y se han llevado por delante las maneras de expresar el resentimiento derivado de los amores no correspondidos. Son momentos de globalización, de un estrecho acercamiento entre los seres humanos y de vigencia de redes sociales que llevan el mensaje en tiempo real hasta los destinatarios, sin ningún tipo de ruidos. La borrachera emocional se ha salido del clóset del botiquín, del cerco de la rocola y de la cárcel de la estrofa cortadora de las venas que exalta el sufrimiento hasta niveles de masoquismo y que le echa bastante sal en la herida que aun sangra. Es público y la notoriedad se le induce para ganar dinero ante los seguidores que aplauden. Ya el desamor ha dejado de ser lo que era. Y hasta había niveles, Paquita la del Barrio lleva hasta una altura de himno en la cantina eso de “rata de dos patas, escoria de la vida, maldita sabandija”.

Y entonces apareció TikTok, Twitter, Facebook, YouTube, WhatsApp, Instagram, Amazon; se multiplicaron los influencers y los medios globales desaparecieron las fronteras de la información y ahora las vergüenzas se ventilan abiertamente ante el público. Lo que antes se cabildeaba detrás de las bambalinas, frente a una copa de vino, con una melodía desgarradora y en la nocturnidad de una taberna en exclusividad para los hombres, se empezó a manejar a cielos abiertos y sin distingo de género. La información viaja ahora a velocidades siderales y llega hasta el último rincón de la tierra frente a la pantalla de un teléfono inteligente. El despecho deja de tener sexo, está abierto en horario para todo público y… factura. ¡Y cómo! Veamos.

El príncipe Harry de la corona inglesa se acaba de lanzar a fondo con un libro de título muy sugestivo y en el que quema todas sus naves de la posibilidad de una reconciliación con su familia Windsor en el Palacio de Buckingham y sus alrededores. En la sombra es la denominación del fenómeno literario que acaba de publicar el menor de los hijos del rey Carlos III y la princesa Diana, solo superado en las ventas iniciales por la saga de su tocayo Harry Potter. En 560 páginas el duque de Sussex saca los trapitos al sol, de la relación con su padre, con su madrastra, con su hermano, con su cuñada y con la reina fallecida, con el centro de mesa de su esposa Meghan. Es toda una historia de amor y desamor que puede ser llevada en adaptación a cualquier pluma que la convierta en telenovela mexicana o venezolana para ser transmitida en horario estelar con el despecho a la orden del día. Y eso factura. En cualesquiera de los intermedios, mientras vamos a tomar café, revienta el cañonazo de la voz de Vicente Fernández como tema de la novela “De pronto, todo aquello se acabó, faltaste a la promesa de adorarnos. Me hundiste en el olvido por creer, que a ti no llegarían jamás los años. Por tu maldito amor, no puedo terminar con tantas penas. Quisiera reventarme hasta las venas. Por tu maldito amor, por tu maldito amor”. El despecho factura hermanos.

Las canciones del desamor estaban diseñadas antes para hacer llorar, para arrugar más el corazón e incitarnos a zozobrar en lágrimas o en el alcohol abrazados a la rocola hasta que el cantinero nos invitaba a irnos a la casa. Ahora nadie llora, simplemente monta un vídeo en TikTok o lo publica en Instagram para aumentar sus seguidores. En el caso de Shakira para desahogarse e incrementar los números de su cuenta bancaria y para que sus millones de seguidores hagan chacota publica en Twitter a costa de su ex, de Casio o de Twingo, mientras las acciones de estas marcas de reloj y de carro se elevan con la misma intensidad con que se cliquea en el despecho de la colombiana, para oír facturando bastante a hombres y mujeres por el mismo conflicto conyugal. “Esto es pa’ que te mortifique. Mastique y trague, trague y mastique. Yo, contigo, ya no regreso ni que me llores ni me suplique”. Definitivamente sí factura y aumenta sus saldos en el banco.

Esos son dos ejemplos de crisis de intimidades ventiladas que se convierten en oportunidades para la venta y el mercadeo global con réditos increíbles. Han sido una suerte de adaptación de la lágrima que rueda por el amor ido y la arruga en el corazón por la discordia con la pareja, con la familia, convertida en una realidad; para mutarla digitalmente en dinero contante y sonante a través de un clic. Todo eso es posible cuando se saca el dolor de la tasca, y la lágrima se arranca del disco de 45 rpm que te incita a compungirte con “Hasta que te conocí, vi la vida con dolor. No te miento fui feliz, aunque con muy poco amor. Y muy tarde comprendí, que no te debía amar. Porque ahora pienso en ti, más que ayer, pero mucho más”.

Hay desamores que no facturan. Y no generan ni siquiera un vale comercialmente. Son amores que no dejan avanzar y se convierten en un lastre que inmoviliza y te petrifica en el tiempo. El propio ratón a la venezolana que te convoca todas las tardes al mismo bar, a la misma rocola, a las mismas teclas que te llevan a la misma canción que te riega generosamente vinagre en la herida abierta aún, y con el mismo cantinero que te arrima obsequioso la misma bebida que te empuja a la lágrima y a la nostalgia. Eso es masoquismo. Y eso no genera ningún cargo en los haberes; sean estos de naturaleza sentimental o políticos. Cuando son de estos últimos la carga es peor. En Venezuela todavía se arrastra el guayabo por la democracia que se murió en 1998, por las fuerzas armadas que desaparecieron en 2002, por algunos liderazgos que se han ido evaporando en el espacio, por los tiempos de la patria bonita que se vivieron en paz y libertad y con vigencia del Estado de Derecho; por lo que ha debido hacerse en 1992, o en las elecciones presidenciales de 1998. Todavía se marcan en la rocola las canciones que recuerdan a la candidatura presidencial de Manuel Rosales, a la de Henrique Capriles, al fallecido gobierno interino y sus ejecutorias ficticias y sus entornos de vapor y de esperanza inútil flor de desconsuelo. Mientras se marca nuevamente el disco que nos lleva a lo que pudo haber sido y no fue, el tabernero nos trae la bebida que nos termina de idiotizar con la melodía que nos envuelve en el recuerdo: ¿Quién me va a entregar sus emociones? ¿Quién me va a pedir que nunca la abandone? ¿Quién me tapará esta noche si hace frío?¿Quién me va a curar el corazón partío? Este es el tipo de resacas –el político– que no arrima nada para el mingo de los beneficios en el sentido de convertir las crisis en oportunidades y poder abrir ventanas hacia el futuro. Son desamores que no dejan avanzar en el tiempo hacia el futuro y no facturan nada en términos de esperanza y de fe en un cambio político en el corto o mediano plazo. Así estamos los venezolanos en este momento, mientras el mesonero le pasa un trapito a la mesa desde donde escuchamos la melodía que nos rastrilla de manera inmisericorde el corazón aporreado en la nostalgia de los amores políticos que se fueron hace mucho tiempo. Y que no volverán, afortunadamente.

Las glorias del pasado político del país son eso, glorias que ocuparon un espacio en su momento y después deben dar un paso al lado para que otros hombres y mujeres continúen la labor de construcción del país, con su estilo, con su ritmo y con sus maneras que no tienen por qué calcar las de aquellos desde su pedestal y su historia. Es la mejor manera de seguir el camino y escribir una nueva historia. Te traigo estas flores, que corté por la mañana, en prueba de amor, de este corazón que te ama.

Las rocolas han ido desapareciendo paulatinamente con el bar tradicional y con ellas se va una época de duelo personal caracterizada por el secreto, por las lágrimas y por el alcohol en honor al amor en fuga y no correspondido. Están empezando a formar parte del pasado. El futuro en Venezuela debe ser una conjunción entre lo político con lo militar que solo empezará a vislumbrarse y a generar dividendos en el talonario cuando se supere el gravoso y fastidioso guayabo que se arrastra en el presente atado al pasado. No estoy triste, no es mi llanto, es el humo del cigarrillo que me hace llorar.

El mundo está cambiando y en Venezuela ese despecho necesita empezar a facturar beneficios a la gente para poder abrir las puertas y las ventanas al futuro de un cambio político.

Hay que hablar con Harry y con Shakira.