Los riesgos asociados a una economía en franco proceso de desaceleración, como es el caso de China, están siendo determinantes para que se haya producido una caída en la disposición a invertir de la mayor parte de los países occidentales- y de Europa en particular- en la geografía del coloso de Asia. Tanto es así que luego de un crecimiento constante, en el año 2023 la inversión extranjera directa ( IED) se desplomó de manera muy abrupta. El año pasado apenas 33 millardos de dólares entraron por concepto de nueva inversión, lo que resulta ser el monto más bajo desde el año 1993 y 80% menor que en el año anterior. Dos años antes, en medio de la pandemia del COVID, un volumen 10 veces superior al mencionado había sido recibido de inversiones foráneas.
De acuerdo con un informe recientemente publicado de la Cámara de Comercio Europea en China apenas 13% de las empresas originarias de Europa siguen considerando al Imperio del Medio como un destino atractivo para sus capitales, y ello está ocurriendo incluso luego de que las restricciones vinculadas a la pandemia fueron levantadas en el 2022. Hay que puntualizar, sin embargo, que el monto global del flujo de capital externo hacia China es jugoso. Aun a pesar de la descolgada entre 2022 y 2023, 163 billones se registraron allí como influjo anual de capital de riesgo desde 189 billones del año anterior. Las cifras son de la Administracion Estatal del Mercado de Cambio.
Así pues, el atractivo que la dinámica china ejercía sobre el conjunto de los inversionistas planetarios que se arriesgan en actividades más allá de sus fronteras parece estarse desvaneciendo. Pero es preciso señalar que esta actitud empresarial no tiene solo que ver con la debilidad de la demanda al interior del gigante ni del frenazo económico que está protagonizando, la caída de sus exportaciones o su crisis inmobiliaria. Otros elementos de importancia también han estado contribuyendo a ese estado de cosas. Parece haber un divorcio entre el discurso oficial que intenta atraer capitales y el trato institucional, legal y operativo que estos reciben.
Hay países, no obstante, que van en contravía de lo que aconsejaría la prudencia empresarial o la sindéresis aconsejada por sus gobiernos. Las inversiones de Alemania, por ejemplo, que cuentan por la mitad de las IED de la Europa de los 27, han venido creciendo en los últimos 5 años. Pareciera que se trata de consideraciones estratégicas puestas en ejecución por empresas como la Volskwagen quien extrae tan importantes beneficios de sus operaciones en suelo chino, que se permite reinvertirlos en sus actividades y asumir riesgos que otras corporaciones no se animan a correr. Frente a los llamados continuos a un desacoplamiento de China que hacen sus gobernantes han permanecido impasibles. Volskwagen ha anunciado un plan de inversiones de 2,5 billones de dólares en un Hub innovador en la ciudad de Heifei y se conoce que la BMW igualmente agregará 2,5 billones de dólares a su plan de operaciones en Shenyang . Estaría claro que los beneficios que extraen ambas de sus operaciones en China justifican los riegos que están dispuestos a correr.
Los números oficiales del retroceso de la inversión son, sin embargo, elocuentes. La tendencia a la desinversión es lapidaria. En definitiva, el polo de atracción en que China se convirtió en razón de su pujanza, elevada demanda, laboriosidad y bajos costos parece estar dejando paso a la desconfianza y a la reticencia.