Consumidos por la asonada subversiva de la izquierda jurásica estamos ignorando lo que podría ser un hito en la historia del mundo, tan grande como la aparición del Internet o el descubrimiento de la imprenta y que dice mucho de lo que estamos viviendo en nuestra patria.
Mientras en el Perú la izquierda evoca la Rusia de 1917 con sus millones de muertos (su facción elegante, deseosa por ambición, de ser los mencheviques de una revolución peruana), se lanza al mercado mundial una plataforma de inteligencia artificial llamada ChatGPT, que conversa e interactúa con usuarios, pudiendo redactar, en segundos o pocos minutos, ensayos complejos sobre los más diversos temas.
Los ensayos que produce este programa tienen buena prosa y errores fácticos (entendamos que esta tecnología tiene pocas semanas de uso), pero, sobre todo, son tendenciosos, lo que sugiere una infección de prejuicios izquierdistas en su programación y en la manera de procesar la información existente en la Internet.
Hagan ustedes, amigos lectores, su propia prueba, abriendo la siguiente dirección de Internet: https://chatgptonline.net/. Una vez en el sitio web, pueden plantear temas de conversación (en inglés) y se materializará un ensayo sobre el asunto propuesto. Por ejemplo, un ensayo sobre Sendero Luminoso o Abimael Guzmán y juzguen el resultado.
Según un artículo periodístico que leí por ahí, preguntado este robot sobre si era aceptable proferir un insulto racial para salvar al mundo de un holocausto, la respuesta fue que no; algo consistente con la cultura emergente en el mundo entero en la que todo está de cabeza.
Quizá entonces no sea un tema de programación ni de la manera de procesar la información, sino, algo más simple y profundo: se trataría de las conclusiones lógicas y matemáticas de los nuevos paradigmas morales. El problema estaría en la totalidad de la información disponible, en la “realidad” creada las últimas décadas, una nueva y perversa jerarquía de valores.
Al respecto, veamos lo que sucede en el Perú: cuando el gobierno, forzado por los eventos, intenta reestablecer el orden produciéndose víctimas, la intelectualidad y la prensa internacional, lo condenan. La responsabilidad no se la atribuyen al bloqueador de carreteras ni al que arroja piedras al soldado o policía. Toda la culpa recae en el Estado por defender a la ciudadanía.
En los colegios y universidades se olvidaron de Abimael pero condenan a Fujimori, convirtiéndolo en algo peor que Hitler, lo que tiene el efecto lento pero perverso de romantizar al primero, un verdadero genocida.
Siendo así las cosas, no es raro ni sorprendente que un programa de inteligencia artificial relativice sus horrendos crímenes, ya que solo está haciendo explícito algo que nosotros, los humanos, ya hemos hecho.
En todo caso, las capacidades de la inteligencia artificial son fascinantes y terroríficas al mismo tiempo. En el ámbito económico y empresarial podrían producir la siguiente revolución y una nueva generación de gigantes informáticos. Recuerden que empresas como Google emergieron de la nada por ser los primeros en monetizar descubrimientos tecnológicos.
Pero lo que es terriblemente depresivo no es la desinteligencia artificial que relativiza a genocidas como Guzmán. Lo trágico, es el trasfondo, el ambiente cultural que provoca ese resultado. También es trágico que mientras el mundo está ad portas de transformaciones de alcance inimaginable, en el Perú, una banda de criminales, cobardes y mediocres quieren resucitar a Lenin y convertirnos en tierra liberada para el narcotráfico, la minería ilegal y el tráfico de mujeres, llevándonos al más bajo salvajismo y cruel esclavitud.
No lo permitamos.
Artículo publicado en el diario El Reporte de Perú