En los años noventa del siglo pasado se hizo evidente el avance de la antipolítica con el abierto desprecio de quienes la operaban. Nada peor que los partidos y nadie más corrompido que un político. No por casualidad todas las encuestas de la época arrojaban que la riqueza petrolera era no sólo infinita, sino que todos tenían derecho a un pedazo de la torta por el solo hecho de ser venezolano. Pero con ese pedazo se quedaba el dirigente de partido, el ministro, el parlamentario, el concejal, el modesto integrante de una junta parroquial. Y, por supuesto, el empresario que se beneficiaba de los bonos de exportación sin realizar exportación alguna, o, simplemente, el especulador que se aprovechaba de los dólares preferenciales importando cuanto coroto se le ocurriera, pasaba agachado, no lo colocaban en el paredón de la moral, ni su nombre aparecía en grandes titulares.
Un servidor público de larga trayectoria, fuere o no militante de partido, y, faltando poco, abnegado y reconocido profesor universitario, por ejemplo, era perfectamente prescindible a la hora de considerar el mejor liderazgo posible para salir de aquella crisis de finales de la centuria. La razón era simple, las superestrellas del espectáculo, las grandes figuras de la industria del entretenimiento fundamentalmente televisivo, constituyeron la mejor alternativa para superar los problemas comunes. Claro está, no había profundidad en los planteamientos, ni conocimiento cierto de los problemas ni del país mismo. Todo se resolvía con un eslogan de los más banales, ganando finalmente el héroe de un fallido golpe de estado que escondió sus verdaderas intenciones, al prometer pequeñas cosas por aquí y otra por allá. La antipolítica coronó con él, como pudo haber coronado con ella. Hugo Chávez e Irene Sáez fueron caras de una misma moneda, entendido el destino colectivo como un espectáculo más. Hasta un partido serio como Copei, cayó en la trampa de apoyarla, haciéndose tarde para corregir el asunto. Comenzamos el siglo XXI creyendo ciegamente que la corrupción y otros males estaban automáticamente liquidados, reforzados los poderes del barinés en dimensiones antes impensables.
La antipolítica tiene una faceta que la explica por completo: el personalismo, el cultivo del mesianismo, un irreprimible narcisismo del que ejerce el liderazgo, la jefatura. Esta representada por el candidato, que, eventualmente, es el vencedor, alfa y omega, ombligo del mundo. A ella y a él, los apoyaron grandes individualidades y movimientos; ambos fueron objeto de la adulación encubierta o franca de propios y extraños, gozaron de estupendos spots publicitarios, se les ofrecieron expertos en diferentes áreas y materias como la económica o la petrolera, tuvieron la ayuda de especialistas de la escena televisiva para un mejor performance, pero, no, no eran más necesarios que ella y él que se bastaban por sí mismos. Ellos, los únicos protagonistas de la novela y lo demás monte y culebra y, por muy serios que fuesen los partidos que los apoyaban, crearon su propio partido como una exacta réplica de sus deseos, con los familiares y amigos de siempre. Fue peor el caso de la señora Sáez, porque llamó a su organización, ¿adivinen cómo?: IRENE, con la exclusiva y decisiva conducción de sus hermanos. Y es bueno advertirlo a tiempo, porque no habrá jamás una exitosa transición democrática en Venezuela, dentro de los parámetros de una antipolítica de la que ya comprobamos sus fracasos, peligrosas necedades, y también – ojo – las no bien disimuladas tentaciones autoritarias y nepóticas.
Hablar de antipolítica es hablar también de desinstitucionalización que la pérdida o la limitación de estructurar formas de identidad y de integración de la comunidad política y adicionalmente sumamos que también es parte de todo este proceso, todo aquel discurso que en la modernidad está lleno de críticas hacia el sector político, influyendo sobre la realidad, y al menos, por un momento, en la opinión pública. Todo ello para satisfacer los sueños personales de alguien, que ha recurrido a estas prácticas, para encantamiento del ciudadano, a la imagen de la desaparición de cualquier organización sea del Estado o de alguna organización relacionada con la política. Sentimos que emerge una nueva forma de hacer política contraria a la práctica partidista, que no cree en la necesidad del sistema de partidos, de la clase política y la alternabilidad en el poder como fuente de orden y estabilidad democrática.
De ahí la importancia de desarrollar una amplia y seria reflexión del problema que existe sobre el origen y las consecuencias políticas, sociales y culturales de la crisis de las instituciones y la política en la actualidad en Venezuela, de los retos de un mundo globalizado que plantea el sentido de la política a toda prueba frente a grandes demoras y nuevas problemáticas, y de la enorme tarea de concebir formas que potencien la socialización política sobre la base de nuevas formas de interacción y rediseño institucional, que beneficie a todos y no que surja del arrebato personal y ególatra de un nuevo liderazgo.
@freddyamarcano
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