En un momento crucial para Venezuela y América Latina, tenemos el honor de entrevistar a la Dra. Virginia Contreras, una figura que ha transitado los pasillos del poder y ahora nos ofrece una mirada íntima y reveladora sobre uno de los líderes más controvertidos de nuestra era. Abogada, ex juez penal, y ex embajadora de Venezuela ante la OEA, la Dra. Contreras no solo defendió a Hugo Chávez tras el intento de golpe de 1992, sino que también fue testigo de primera mano de su ascenso y transformación.
Su nuevo y polémico libro Chávez de frente y de perfil (el cual se puede conseguir ya en Amazon), promete ser mucho más que una simple biografía; es un análisis profundo de la psicología del poder y un retrato sin filtros de la política latinoamericana. Hoy, nos sumergimos en las páginas de su obra y en los recuerdos de una mujer que no teme desafiar las narrativas establecidas.
Dra. Contreras, el título de su nuevo libro «Chávez de Frente y de Perfil» sugiere una visión multifacética. ¿Qué aspectos de Chávez cree que han sido malinterpretados o ignorados por la historia?
Cuando una persona ocupa posiciones de poder se corre el riesgo de endiosarla hasta el punto de desdibujar la personalidad de los personajes. Chávez era un hombre de carne y hueso con muy poca cultura política. No era ese hombre de ideologías como lo hemos visto por allí dibujado. No era un hombre profundo y no creo que se hubiera planteado serlo. Creo más bien que su manera simple de ser fue lo que atrajo a la gente. De allí que la historia lo ha endiosado en muchos casos, y en otros sus detractores lo han odiado porque piensan que Chávez al llegar al poder lo hizo con la idea de destruir al país o de crear el comunismo en América.
Usted fue una de las primeras en distanciarse del gobierno de Chávez. ¿Qué momento o evento marcó ese punto de inflexión para usted?
Para el año 2000 ya el gobierno empezaba a cambiar. Iba dándome cuenta que muchas personas allí dentro actuaban como si el país les perteneciera. Un día, recibo una llamada del canciller Rangel diciéndome que el presidente había decidido cambiarme, de embajadora en la OEA a embajadora en Portugal. A mí esto no me interesaba para nada, entre otras cosas porque yo en la OEA estaba cumpliendo un rol, no estaba de turismo. El presidente me pidió que no me fuera, me aseguro que el sacaría del gobierno a José Vicente Rangel, el cual era considerado uno de los artífices de la corrupción en el gobierno. Al final, el presidente no hizo nada y más bien lo designo ministro de la defensa. Bajo estas circunstancias era evidente que yo estaba de más.
En su libro, usted aborda la vida política de la humanidad a través de la lente de Chávez. ¿Cómo cree que su legado ha influido en la política global más allá de Venezuela?
La historia de la humanidad se ha demostrado que es cíclica, desde el imperio romano hasta nuestros días. Así es que, más que hablar de legado, yo diría que Chávez ha dejado en el ambiente una manera bastante frustrante de lo que debe de ser gobernar, así como un mal sabor en la boca de saber todo lo que se pudo hacer por el país y no se hizo.
Describe su libro como una narración que incluye «misterio, acción, suspenso, comedia y pasión». ¿Puede compartir un episodio especifico y particularmente intrigante que ilustre esta mezcla?
Uno aterrador fue durante la vaguada del estado Vargas en diciembre de 1999. Me pidieron que hablara con el entonces presidente de los Estados Unidos, Bill Clinton y que organizara una conversación telefónica entre él y el presidente Chávez y le pidiera apoyo para ayudar a los damnificados por la tragedia que se estaba produciendo en Venezuela. Las 2 cosas las hice. El presidente Clinton acordó una serie de ayudas, las cuales llegarían en dos barcos. De repente me llaman de la Casa Blanca y me dicen que al parecer hay algún problema porque han recibido información que el gobierno de Venezuela no quiere recibir los barcos y estos ya zarparon. Inmediatamente intente comunicarme con nuestro gobierno, enterándome que la ayuda fue rechazada porque el presidente había descubierto que esos barcos nos iban a invadir. Esta fue una situación que me demostró el nivel de paranoia que existía, lo cual me preocupo muchísimo al pensar la cantidad de cosas equivocadas que pueden hacerse cuando se piensa que el mundo está en nuestra contra.
¿Cómo equilibra en su libro la objetividad histórica con su experiencia personal cercana a Chávez?
Es imposible mantener un equilibrio perfecto cuando nos referimos a cosas de la vida. Mi libro no es un libro de matemática ni de física, sino de mis experiencias al servicio de un Estado, aun antes que llegara Chávez a la vida política, así como de lo que significo Hugo Chávez en el país. Los hechos narrados no solo existieron, sino que pueden ser corroborados en cuanto a los hechos en si por muchas personas. En relación con mi experiencia personal, obviamente que esta no está para que alguien la corrobore, porque son precisamente eso, experiencias mías y solo mías, historias de la vida y de mi vida que solo me pertenecen a mí y que he decidido parcialmente poner a disposición del lector.
Usted menciona que el libro invita a reflexionar sobre lo no dicho. ¿Hay aspectos de la era Chávez que aún no se pueden discutir abiertamente?
En mi libro narro cómo paralelamente el presidente me enviaba documentos o me pedía que investigara y analizara temas concretos de su interés. No mencione los detalles porque hay cosas que no me pertenecen, situaciones y nombres, hasta asuntos vinculados con otros Estados, que podrían hacer daño no solo a esas personas sino a instituciones y gobiernos.
Su libro habla de romanticismo e idealismo en la política. ¿Cree que estos elementos siguen siendo relevantes en la política latinoamericana actual?
Tenemos que diferenciar a la política, de los políticos. La política es una ciencia, pero los políticos son personas que se dedican a los intereses públicos, a trabajar por el bien común y esto representa un gran idealismo. No hay sentimiento más maravilloso que el querer servir a los demás, a los que nos necesitan, a los que no tienen quien los represente, así te hayan apoyado o adversado. Eso tiene mucho de romántico y de idealismo. No creo que sea solo un asunto en América Latina, es algo que les sucede a todos los políticos del mundo, que nace del corazón.
Usted ha trabajado en seguridad pública y combate a la corrupción. ¿Cómo ve la evolución de estos temas en la región latinoamericana hasta hoy?
Un elemento para abordar el tema de la corrupción y el incremento del delito se basa en la necesidad de lograr la participación de los ciudadanos. No me refiero exclusivamente al voto, sino a su derecho a estar informado de las políticas que desarrollan sus gobiernos y de lo que invierten para ejecutarlas. Esto garantiza el control del presupuesto del Estado y la eficiencia de las instituciones públicas. A mayor control, menor posibilidad de corrupción y mayor supervisión de la eficiencia del Estado. Para ello, el gobierno debe garantizar la transparencia en todas sus actividades. El problema radica en que a pesar de las políticas de transparencia y de las leyes que sobre esto se promulgan en los países, en la práctica los temas de vital importancia son declarados secretos. La opacidad facilita la corrupción porque impide que se apliquen los controles de la gestión pública. De acuerdo a las Naciones Unidas, el volumen anual de sobornos en el mundo se estima en un billón de dólares. Esto hace que la economía mundial pierda 2,6 billones de dólares, equivalente al 5% del PIB global. Existen otros elementos que contribuyen al incremento de la corrupción en nuestros países, como la pobreza. El caso de Venezuela es alarmante. El Índice de Percepción de la Corrupción (IPC) anual de la organización Transparencia Internacional (2023), lo señala como el país más corrupto de la región. En cuanto a la inseguridad, la violencia y la delincuencia son los dos elementos que mayormente afectan a Latinoamérica. En el caso de Venezuela, vemos que la criminalidad ha disminuido, y entre ella la tasa de homicidios. No obstante, lo delitos vinculados a la corrupción, así como la percepción de inseguridad de la sociedad siguen siendo muy altos. El tema de la violencia en el país además está ligado a un aspecto muy particular, que es el de la violencia política.
¿Qué lecciones cree que los líderes actuales y futuros de América Latina deberían aprender del ascenso y caída de Chávez?
Que nada es eterno y que cuando detentan el poder deben usarlo para hacer el bien a todos los ciudadanos y generar riqueza que contribuya a su bienestar. Que los bienes materiales se los lleva el viento y que a la larga lo único que va a ser que los ciudadanos los recuerden será por sus obras.
Finalmente, basándose en su experiencia y análisis, ¿cómo ve el futuro político de la región latinoamericana, en especial de Venezuela? ¿Hay esperanza para un cambio significativo que mejore la vida de los ciudadanos de la región y cree que las democracias latinoamericanas se consolidaran en la próxima década?
Uno siempre tiene esperanzas de que las cosas mejoren, y en particular en Venezuela. Cada vez hay más gobiernos en el mundo que están actuando para preservar sus democracias y luchan contra flagelos como el terrorismo, el crimen organizado, las pandemias, la pobreza, el cambio climático. No obstante, los cambios no los generan los gobiernos sino sus ciudadanos y para ello debemos trabajar juntos y evaluar cuáles son aquellos aspectos que nos unen, dejando a un lado lo que nos divide. Esto es muy complicado porque cada segmento de la población a veces cree que tiene toda la razón y que los demás están equivocados. Por otro lado, existen gobiernos que, si bien en teoría lucen democráticos, en la práctica no actúan como tales. Tratan de blindarse con medidas populistas capaces de desviar la atención de los ciudadanos hacia los verdaderos problemas del país. La única manera de combatir esta situación proviene nuevamente de la sociedad, la cual debe ser capaz de desenmascararlos y exigirles un retorno hacia el Estado de derecho. Lamentablemente esto requiere tiempo y educación, pero estoy segura que serán cada vez más quienes luchen por un país de derechos, de progreso y libertades.
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