OPINIÓN

Desenmascarando al progresismo: la cruda verdad tras su máscara de inclusión

por Dayana Cristina Duzoglou Dayana Cristina Duzoglou

En un mundo que se jacta de ser cada vez más inclusivo y tolerante, el progresismo se ha erigido como un movimiento que predica la aceptación y el respeto hacia todas las culturas y creencias. Sin embargo, detrás de esta fachada de bondad aparente, se esconde una cruda realidad que divide, genera violencia y siembra resentimiento. Como un lobo disfrazado de oveja, el progresismo ha infiltrado todas las instituciones, incluyendo las universidades de élite de Estados Unidos consideradas bastiones del conocimiento y la sabiduría.

Es en estos recintos académicos donde el antisemitismo, un mal que se creía superado después de los horrores de la Segunda Guerra Mundial, ha encontrado un nuevo hogar. Las mismas aulas, que deberían ser crisoles de entendimiento y respeto, se han convertido en cámaras de eco para la intolerancia y el odio hacia el pueblo judío. Esta alarmante tendencia no solo mancha el legado de las universidades, sino que también representa una amenaza latente para la convivencia pacífica y la evolución de nuestra sociedad.

Como bien lo expresó Ana Frank, joven víctima del Holocausto, cuyo diario conmovió al mundo: «A pesar de todo, creo que la gente es realmente buena de corazón». Sin embargo, su fe en la humanidad se vio brutalmente traicionada por aquellos que permitieron que el antisemitismo y la intolerancia se convirtieran en una ideología de muerte y destrucción. Hoy, mientras el progresismo se proclama como un movimiento de inclusión, sus acciones traicionan sus propias palabras, sembrando las semillas del odio y la división.

La hipocresía del progresismo: Predicando inclusión mientras siembra odio

El progresismo se presenta ante el mundo como un movimiento de vanguardia, abanderado de causas nobles como la inclusión, la igualdad y la justicia social. No obstante, detrás de esta fachada de bondad, se esconde una verdad mucho más siniestra: una receta meticulosamente diseñada para generar división y resentimiento en lugar de paz, armonía y unidad.

Basta con observar a aquellos que se autoproclaman defensores del ecologismo. Mientras predican la necesidad de reducir la huella de carbono, no dudan en viajar en aviones privados, generando más contaminación que la mayoría de los ciudadanos comunes. Según un estudio de la ONG Transport & Environment, un vuelo privado de solo una hora produce diez veces más emisiones que un pasajero en un vuelo comercial.

Pero la hipocresía del progresismo no se limita al ámbito medioambiental. También se extiende a su supuesto compromiso con la inclusión y la tolerancia. A pesar de sus discursos grandilocuentes sobre la aceptación de todas las creencias y culturas, el progresismo ha demostrado una y otra vez su disposición a sembrar odio y división con tal de ganar espacios políticos.

Un ejemplo flagrante de esta táctica divisiva se remonta a las elecciones presidenciales de Estados Unidos en 2016, cuando la progresista Hillary Clinton calificó a los votantes de su oponente como una «canasta de deplorables». Este comentario desdeñoso no solo alienó a millones de estadounidenses, sino que también sembró las semillas del resentimiento y la polarización en toda la nación.

La polarización se intensificó aún más cuando grupos como Antifa (supuesto movimiento antifascista y antiracista de Estados Unidos), impulsados por sectores progresistas radicales, iniciaron una campaña de violencia y disturbios en un intento por deslegitimar la presidencia de Donald Trump. A pesar de carecer de pruebas sólidas, estos grupos lo tildaron de racista y supremacista blanco, exacerbando las divisiones raciales y sociales en el país. La retórica inflamatoria y las acciones vandálicas de Antifa no hicieron más que alimentar el caos y el resentimiento, socavando los valores democráticos que supuestamente defienden los progresistas.

Lamentablemente, esta no es una excepción aislada. A lo largo de la historia, el progresismo ha recurrido a tácticas similares, exacerbando las tensiones sociales y culturales con el fin de consolidar su poder político. Desde los movimientos estudiantiles radicales de mayo del 68 en Francia, hasta los movimientos antiglobalización y anticapitalistas de finales del Siglo XX y principios del siglo XXI, el progresismo ha dejado un rastro de división, caos y conflicto a su paso.

El antisemitismo enquistado en las universidades estadounidenses

En los recintos de las Universidades estadounidenses de élite, que, alguna vez, se consideraron bastiones del pensamiento libre e iluminado, un cáncer silencioso se ha ido propagando: el antisemitismo. Las mismas aulas, que deberían fomentar el entendimiento y el respeto hacia todas las creencias, se han convertido en incubadoras de odio y discriminación contra el pueblo judío.

Según una investigación del Instituto de Investigación (NCRI) de la Universidad de Rutgers, entre los años 2014-2019, hubo 13 billones de dólares provenientes de países como Qatar que no fueron notificados al Ministerio de Educación de Estados Unidos, violando la normativa vigente. Estos fondos fueron distribuidos entre distintas universidades americanas y espacios universitarios.

Los investigadores encontraron evidencias de que algunos países del Medio Oriente buscan influir en diversos ámbitos de la sociedad occidental a través del dinero y las conexiones. En aquellas universidades que ocultaron los fondos recibidos del exterior, se evidenció una preocupante proliferación de fenómenos alarmantes y violentos, registrándose el doble de casos en comparación con otras instituciones. Desde la limitación de la libertad académica y las destituciones selectivas de docentes por motivos ideológicos, hasta la propagación desenfrenada de retóricas antisionistas y antisemitas. Pero quizás uno de los métodos más perturbadores fue el uso sistemático de las redes sociales para orquestar campañas de «cancelación» y ataques violentos contra aquellos que disentían de la agenda progresista. Esta táctica de acoso digital, utilizada como un arma de odio por los autodenominados «defensores de la inclusión», busca silenciar las voces disidentes y amedrentar a quienes se atreven a cuestionar su narrativa. Una paradoja inquietante en la que los supuestos abanderados de la tolerancia se han convertido en los principales promotores de la intolerancia y la censura.

También, en un giro dramático, los grupos “woke” que predican la inclusión y la tolerancia, han abrazado abiertamente la ideología del terror. Hamás, una organización reconocida internacionalmente como grupo terrorista, ha encontrado un apoyo sorprendente entre los supuestos defensores de los derechos humanos.

Lejos de condenar los actos de violencia indiscriminada perpetrados por Hamás, estos grupos han optado por glorificar su lucha armada, convirtiendo a terroristas en mártires o incluso héroes. Esta glorificación del terrorismo no solo es una afrenta a las víctimas inocentes, sino que también siembra las semillas del odio y la radicalización en las mentes jóvenes e impresionables de los estudiantes.

Conclusión: Desenmascarando la verdadera cara del progresismo

Tras desenmascarar la verdadera cara del progresismo, su hipocresía y compromiso con la división y el conflicto quedan al descubierto. Lejos de la inclusión y tolerancia que pregonan, han optado por sembrar el odio y la violencia, pervirtiendo incluso los sagrados recintos del saber.

Las evidencias son abrumadoras: miles de millones de dólares de regímenes autoritarios y extremistas han sido canalizados encubiertamente hacia universidades estadounidenses, socavando los valores democráticos y fomentando la discriminación más abyecta contra el pueblo judío. Además, grupos de manifestantes antiisraelíes en campus de EE. UU., han recibido entrenamiento por parte del régimen comunista de Cuba. Esta flagrante intervención por parte de la izquierda radical no es más que la muestra del verdadero rostro del progresismo: una ideología corrosiva que se nutre de la anarquía, la intolerancia y la discordia.

El progresismo se ha convertido en un caballo de Troya que busca destruir los cimientos de nuestra civilización occidental. Como dijo Martin Luther King Jr.: «El odio no puede expulsar el odio; solo el amor puede hacer eso». Es hora de dejar atrás estas ideologías divisorias y abrazar con vehemencia los valores universales de respeto, compasión y nuestra cultura judeocristiana.

X: @dduzoglou