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Todo tiene su final, nada dura para siempre”. Héctor Lavoe

Nos separan unas horas del más importante ejercicio de soberanía que la nación venezolana haya tenido ocasión de protagonizar en su historia, y no exagero.

El domingo nos jugamos, como lo repite el folklore criollo, a Rosalinda. De lo que pase dependerá nuestro destino como pueblo y el de cada familia como familia, y el de cada persona como persona. Todos los huevos están en esa cesta.

Hemos pagado un enorme costo de oportunidad al equivocarnos antes. Es ahora cuando corregiremos o, quizá, no tengamos otro chance de hacerlo. Repito: nos jugamos todo lo que somos y queremos ser y además lo que amamos y deseamos seguir amando.

Es, además, tiempo de hacernos justicia. Volver a los valores, principios, creencias que nos definen como un contingente humano cuya especificidad fue reconocida en el mundo como alegres, hospitalarios, democráticos, pacíficos y que la clase política más deleznable de nuestro decurso, aviesa, corrompida y cínica, nos metamorfoseó, vació de nuestro arraigo, envileció, desesperó y así lanzó a la aventura de la diáspora a nuestros hijos, nietos, hermanos, sobrinos, en resumen, pedazos de nosotros deambulan por el mundo errantes muchos, buscando dónde poderse sembrarse otra vez.

Empero, llegó la hora de hacer lo justo y más que necesario. ¡Vamos a desenchufarlos! En efecto, esta revolución de todos los fracasos recurrió a la neolengua para denominar peyorativos y displicentes como escuálidos a los que no se plegaron a su coprólico discurso, a sus mentiras, a su manipulación, a su desprecio.

En paralelo, el genio popular encontró una riposta que fue asumida pronto en el lenguaje común para señalarlos y distinguirlos; los llamó el vulgo entonces, los enchufados, y así se distinguió a los que sí tenían y tienen todo lo que la mayoría carece, los que están conectados a todos los mecanismos del latrocinio concupiscente, los de los conciertos, los que compran en los bodegones, los de las camionetotas, los de trajes caros y zapatos costosos, los que comen en los restaurantes de moda y piden la mejor carne y el más envejecido escocés.

Los enchufados son los que tienen casa con servicio de agua regular, con servicio eléctrico permanente, los que tienen gas y pagan su gasolina en dólares y sin hacer cola para nada; los que sí van a las mejores clínicas y consultan a los más reconocidos especialistas y cuentan con seguro de pronta clave.

Los enchufados tienen a sus hijos en colegios con clases a diario, donde también aprenden idiomas, los niños van bien nutridos, bien vestidos, bien calzados, bien entrenados. Los que tienen a sus hijos más grandes en universidades privadas, o los mandan a estudiar fuera y viajan a todas partes y compran en las tiendas de marca y no se preocupan por transporte o comunicación, los que no saben de apagones y si acaso, suena la planta y como si nada pasara, siguen gozándose la vida.

Hay otros que por su personal talento y energía son exitosos, y viven bien como sus familias también. Allí van los que como comerciantes o profesionales progresan y van ascendiendo en la escalera social. Son los ricos de siempre o los que todavía mantienen un nivel de clase media y alta, pero por su esfuerzo y aunque muchos se han marchado, quedan otros, mucho menos que otrora que, aún, mantienen su nivel de vida, pero, sin comparaciones posibles con los distintos tipos de enchufados venidos del chavomadurismomilitarismocastrismoideologismo que exhiben su riqueza obscena impúdicos y engreídos.

No se trata y al contrario de resaltar esas odiosas diferencias sociales para soliviantar los espíritus. Pienso en el tamaño de las desigualdades que trajo en sus alforjas esta experiencia deletérea que pudo privarnos de todo y llevárselo, a nombre del pueblo que yace más que dañado antropológicamente.

Es menester regresar al mérito, al trabajo, a la valoración del aporte de cada cual, al capital social, a los maestros, profesores, profesionales, técnicos, empleados, obreros sin dejar fuera a nadie, pagándoles un salario digno y suficiente y dotándolos de servicios públicos de calidad.

Para lograrlo hay que cambiar las cosas, hay que elegir a Edmundo y asegurarnos de que no se burlen de nosotros y nos roben también la soberanía. Hay que mostrar coraje para defendernos y defender nuestra decisión.

El domingo, con tu voto, dale corriente a tu ciudadanía y ¡desenchúfalos!

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