Quienes sentimos la urgencia de conseguir un futuro mejor para Venezuela, tenemos muy presente una gravísima contradicción estructural que hay entre lo que somos en el papel y lo que sucede en la realidad.
Nos referimos al hecho de que nuestra Constitución nos consagra como un Estado Federal, mientras en los hechos operamos como un país tremendamente centralizado.
Este importante detalle, cotidianamente pasado por alto por la gran mayoría de nuestra dirigencia, tiene una de las llaves maestras hacia el potencial progreso, paz y bienestar de nuestra nación.
En el federalismo el poder político está confiado a territorios; mientras que en el centralismo existe un único gobierno central. Los estados de un nación federal conservan su soberanía y reciben amplia autonomía del Estado central.
Sin ir muy lejos, el Artículo 4 de nuestra carta magna reza: “La República Bolivariana de Venezuela es un Estado Federal descentralizado en los términos consagrados en esta Constitución, y se rige por los principios de integridad territorial, cooperación, solidaridad, concurrencia y corresponsabilidad”.
Pero nada más lejos de este enunciado que la realidad que vivimos actualmente. Y, en honor a la verdad, esta es una antigua tara histórica que arrestamos desde nuestra fundación misma como nación, que se ha intentado corregir pero que se revierte y termina por dejarnos peor que lo que estábamos antes.
Ya muy tempranamente la Constitución de Venezuela de 1811, que fue la primera carta magna del país y de Iberoamérica, llevaba como nombre oficial “Constitución Federal para los Estados de Venezuela”, cuando fue promulgada y redactada por Cristóbal Mendoza y Juan Germán Roscio, para ser sancionada por el Congreso Constituyente de 1811 en Caracas.
Esto no hace sino reafirmar la visión acertada de nuestros padres fundadores, quienes pudieron visionar y ambicionar un futuro pacífico y próspero para nuestro país, en línea con las ideas y concepciones políticas más avanzadas de la época.
Pero nos extraviamos en el camino y nunca hemos estado a la altura de esas sanas ambiciones. Esto ya es cuento viejo y repetirlo es llover sobre mojado.
Pero, ¿por qué afirmamos que seguir la ruta del federalismo traería las soluciones necesarias para Venezuela?
Pues porque un sistema federal de gobierno permite flexibilidad en sus formas. Invita a la coordinación para adaptarse a las características de cada uno de sus miembros, que serían los estados del país. El sistema federal otorga legitimidad política, a través del juego de pesos y contrapesos que genera la interacción de sus integrantes.
Pero, además, la gran ventaja de un sistema federal, que presente verdaderas divisiones subnacionales de gobierno, radica en que los acuerdos entre gobernantes y gobernados pueden darse de manera más localizada y con un vínculo directo en la medida en que las autoridades están más cerca de los ciudadanos.
Estamos hablando de otorgarle verdadero poder a las regiones y no simplemente de mencionarlo en papel, para ejercer en realidad un férreo control del gobierno central. Es robustecer las instancias de gobierno local para resolver las urgencias de los ciudadanos con la mayor eficacia posible y no tener que esperar la aprobación o la liberación de recursos desde el mando central.
Estamos hablando también de soltar y dejar ir la urgencia de controlarlo todo, de que la acumulación de poder es la mejor manera de asfixiar una nación y esa es otra de las tantas calamidades que está padeciendo Venezuela en la actualidad.
Antes y ahora, hemos contradicho la letra de nuestras cartas magnas en este sentido.
Quizá el mayor hito histórico que vivimos para avanzar en ese sentido fue el vivido a finales de los años ochenta, cuando se crea la figura de los alcaldes y se comienza a elegir por voto universal, directo y secreto a los gobernadores de los estados.
Aunque muchos de las nuevas generaciones no lo sepan e incluso no lo puedan creer, casi hasta finales del siglo pasado los gobernadores eran designados a dedo desde Miraflores. Y el hecho de que hayamos corregido este garrafal error tiempo atrás no significa que, como nación, hayamos superado el espíritu centralista que lo alimentaba. Muy al contrario, hemos involucionado bárbaramente en este sentido.
Desde el nacimiento mismo de nuestra nación tenemos el mapa de ruta que nos sacará de muchos de nuestros problemas, pero simplemente lo ignoramos.
Dar más poder a las regiones simplemente significa acercar las soluciones a la gente y, por lo tanto, reducir al mínimo los padecimientos actuales de la ciudadanía venezolana, ante un estado hipertrofiado e incapaz de responder a las necesidades medulares de nuestros compatriotas. ¿Seremos capaces de dejar atrás las estructuras de gobierno anticuadas e inservibles?