Sólo en la última semana ya ha habido, en estas mismas páginas, tres columnas con un título parcialmente en inglés y parcialmente en castellano. Eso habla muy mal de un sistema educacional que no ha preparado a la población para expresarse correctamente en una u otra lengua, y no en una jerigonza que nos recuerda a la torre de Babel. Puede que, con eso, sus autores hayan querido llegar al público equivocado, o que, simplemente, hayan querido hacer alarde de lo que no se tiene, como es el dominio de dos idiomas, demostrando justo lo contrario. Pero lo cierto es que, independientemente de las ideas que se haya querido transmitir, ese estilo difícilmente lo veremos en periódicos como El País, de Madrid; The Washington Post, The Guardian, Le Monde, y otros. ¿Qué ha pasado para que llegáramos a este punto? ¿Será esto la consecuencia del mal ejemplo de un jefe de Estado que se atreve a mal pronunciar algunas palabras en inglés, y que ahora nos quiere hacer reír, pretendiendo hablar en ruso?
Que quede claro que ésta no es una debilidad exclusiva de los cultores del spanglish. A los abogados también les gusta presumir con el uso de frases en latín, para tratar de abrumar al adversario, como si lanzar frases sueltas en la lengua de Ovidio les hiciera mejores conocedores del tema que están tratando. Sin duda, además de aquellas expresiones que se han incorporado al idioma castellano (como status quo, ad hoc, currículum, y otras), habrá ocasiones en que se quiera resaltar que un principio o una regla de Derecho se remontan al Derecho Romano, demostrando con ello que se encuentran firmemente establecidas en la cultura jurídica. Pero lo demás, si no es incapacidad de transmitir el sentido de esas frases, es simple pedantería. Hace solo unos días recibí un libro electrónico en el que se utiliza expresiones como “demopolitik”, o “oekopolitik”, que, tal vez, reflejan el conocimiento que el autor de ese libro tiene del griego, pero que -sin una explicación que justifique su uso- empobrecen nuestra lengua.
Lo otro es el abuso de las siglas, con frecuencia inventadas para abreviar el discurso, convirtiéndolo en una especie de mensaje cifrado, y del que, en mi condición de profesor universitario, he sido víctima cada vez que debo revisar una tesis de grado. Sin duda, hay algunas abreviaturas o siglas que son de uso corriente (como EE UU, ONU, OEA, UE, LSD o VHF); pero, en ese afán por abreviarlo todo, la Constitución de Venezuela se ha convertido en la CRBV, y la referencia a grupos con una orientación sexual minoritaria ha pasado a ser la comunidad LGTBI, expresión tomada, en todo caso, de su sigla en inglés, al igual que CEDAW. Puede que todavía nos estemos entendiendo; pero, ¿alguno de los lectores sabe -o debería saber- lo que significa MAAN, o ZODMAIN? ¿Hay alguna razón para que no nos expresemos con claridad, y en castellano?
Por otra parte, el uso abusivo de un lenguaje soez, a veces obsceno y procaz, que, desde tribunas oficiales, se ha hecho frecuente en estos últimos veintidós años, constituye un deterioro y un envilecimiento de nuestro idioma. Puede que, ocasionalmente, la palabra más idónea para transmitir apropiadamente una idea sea una expresión vulgar; pero la fuerza de esa idea está en utilizarla en la ocasión y en el lugar adecuado, y nunca como una muletilla que deja al desnudo nuestra pobreza intelectual y moral. Con el auge de las redes sociales, es posible que sea poco lo que los medios de comunicación social -y las escuelas- puedan hacer para contribuir a prevenir este deterioro del lenguaje; pero, tal vez, podríamos esforzarnos un poco más, para tratar de preservar el idioma que nos une.
Ni que decir del lenguaje inclusivo, que pretende hacernos decir presidenta, ministra, almiranta, generala, o fiscala, sin que -por suerte- eso tenga como contrapartida el uso de periodisto, electricisto, dentisto, policío o sinvergüenzo. Creo que a las mujeres les interesa más tener iguales oportunidades laborales que los hombres, tener derecho a igual salario por igual trabajo, tener acceso efectivo a cargos de dirección tanto en el sector público como en el privado, y que sus méritos personales sean debidamente reconocidos. Me imagino que a las mujeres migrantes no les importa mucho que las llamen migrantas, sino que no tengan que huir de la miseria, exponiéndose a que las violen y las ultrajen en tierras lejanas. La igualdad de derechos, así como el reconocimiento del importante papel que le ha correspondido a la mujer en el progreso social y económico de la sociedad en su conjunto, no requiere que tengamos que caer en el ridículo.
Al avalar expresiones foráneas, o el mal uso de las que nos son propias, eliminando acentos o dando como bueno lo que antes se consideraba incorrecto, la misma Academia de la Lengua Española ha contribuido a estropear un idioma generosamente rico como para transmitir, con elegancia y precisión, cualquier tipo de mensaje. Para la citada Academia, ahora, parece que da lo mismo. Pero no tenemos que renegar de la preciosa lengua que nos legó Cervantes, y que todavía podemos disfrutar en la buena literatura, en las leyes bien redactadas, en la conversación culta y en los discursos oficiales de antaño.
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