“En el niño observamos que tan luego como empieza a dar indicaciones del desarrollo intelectual, empieza a ser filósofo; le ocupa la causalidad, la modalidad, la finalidad de todo cuanto ve”. Lo leemos en el prólogo de Elementos de filosofía, de nuestro José Gregorio Hernández. Él no era filósofo profesional, pero sí un investigador profundamente humano y cristiano, para quien un hombre “rústico” era ya un filósofo, pues no podía vivir “sin tener una filosofía”. Como ser curioso, toda persona es crítica y exploradora. Cosa que no complace a quienes gustan de colectivos sin rostro ni razonamiento. O como dijo alguien: no hay cosa más peligrosa que enseñar a alguien a que piense con su propia cabeza.
Buscar las causas es no conformarse sólo con lo dado -grato o ingrato-, con razones epidérmicas y salidas de paso. Implica indagar explicaciones serias de las cosas. Partiendo de que el ser humano es ya ineludiblemente problema en sí y en la sociedad que forma, por su condición inteligente y volitiva, ética y espiritual.
Las causas suelen distinguirse. Las eficientes, que actuando producen efectos, pueden ser calificadas como próximas o remotas, últimas y última, dependiendo del nivel de conocimiento o ciencia con que se trabaje. (Algunos pensadores, como el sensista Hume, han reducido erróneamente la relación causa-efecto a una simple sucesión empírica).
Con base en lo anterior resulta connatural que la realidad nacional sea problemática. El quid está en la multiplicidad, hondura y volumen de los problemas. Ha habido períodos de nuestra historia con apreciable estabilidad y equilibrada convivencia, dentro del claroscuro y limitación de todo acontecer humano, que registra siempre la huella de la imperfección y del pecado. (Éste último es noción ajena a los libros de economía, política y otras ciencias, pero acompañante permanente del hombre en su peregrinar terreno).
En cuanto a la situación actual del país, es muy significativo el llamado urgente y repetido del episcopado patrio a una refundación nacional. Esta exige ir a las raíces de la nacionalidad, a lo positivo fundamental, al deber ser republicano constitucional, al ejercicio de una soberanía efectiva y a la coherencia con la mejor herencia histórica humanista y cristiana.
La refundación se hace necesaria, porque la crisis nacional es honda y global. Ahora bien, ¿cuál, dentro de la multiplicidad de causas, es la central y principal? La respuesta la ha dado el mismo Episcopado, no desde un ángulo partidista o sectorial, pues él no es alternativa de poder, sino instancia ético-religiosa: “La causa fundamental, como lo hemos afirmado en otras ocasiones, es el empeño del gobierno de imponer el sistema recogido en el Plan de la Patria (llamado socialismo del siglo XXI)” (Exhortación 13. 1. 2017). “La raíz de los problemas está en la implantación de un proyecto político totalitario, empobrecedor, rentista y centralizado que el gobierno se empeña en mantener” (Exhortación 12.7.2016, citado en la de 12. 1. 2018). “(…) la nación se ha venido a menos, debido a la pretensión de implantar un sistema totalitario, injusto, ineficiente, manipulador, donde el juego de mantenerse en el poder a costa del sufrimiento del pueblo, es la consigna” (Presidencia CEV, Mensaje 19.3.2018). “(…) el régimen se consolida como un gobierno totalitario, justificando que no se puede entregar el poder a alguien que piense distinto” (Exhortación 10. 7. 2020).
Totalitario es algo más grave y envolvente que autocrático, tiránico, dictatorial. Es un propósito de control total del conjunto social en sus varios ámbitos: económico, político, ético-cultural. De allí la dimensión de la crisis actual venezolana, desastre causado por el proyecto oficial (en progresiva aplicación), que contradice no sólo la Constitución, sino un sano humanismo y una recta visión de fe.
¿Cómo superar la desastrosa crisis nacional? Mediante una refundación, que comience con un cambio de dirección a través de las presidenciales el próximo año, en las que el pueblo soberano (CRBV 5) se manifieste con toda libertad.