Mientras crece la aprensión en China, Europa y Japón ante una posible guerra comercial desencadenada por la entrante administración Trump, también habría que pensar en los países en desarrollo. Su método probado y comprobado de expandirse más allá de la agricultura para alcanzar un estatus de ingresos medios ha sido adoptar la manufactura poco calificada orientada a las exportaciones. ¿Cómo les irá ahora a estos países?
Sus perspectivas pueden ser mejores de lo esperado, sobre todo si eligen vías de desarrollo alternativas. En el pasado, los países pobres se desarrollaban a través de las exportaciones manufactureras porque la demanda exterior les permitía a sus productores alcanzar escala, y porque la productividad agrícola abismal significaba que los trabajadores poco calificados podían verse atraídos a puestos de trabajo en las fábricas incluso con salarios bajos. Esta combinación de escala y bajos costos laborales hizo que la producción de estos países fuera competitiva a escala global, a pesar de la menor productividad relativa de sus trabajadores.
A medida que las empresas se beneficiaban de las exportaciones, invertían en mejores equipos para que los trabajadores fueran más productivos. En tanto aumentaban los salarios, los trabajadores podían permitirse una mejor escolarización y atención médica para ellos y sus hijos. Las empresas también pagaban más impuestos, lo que le permitía al gobierno invertir en mejor infraestructura y mejores servicios. Las empresas entonces podían fabricar productos más sofisticados y de mayor valor agregado, y se produjo un círculo virtuoso. Esto explica cómo fue que China pasó de ensamblar componentes a producir vehículos eléctricos (VE) líderes en el mundo en apenas cuatro décadas.
Sin embargo, si hoy visitamos una planta de ensamblaje de teléfonos móviles en un país en desarrollo, veremos fácilmente por qué este camino se ha vuelto más difícil. Las filas de trabajadores ya no sueldan piezas en las placas base, porque los microcircuitos se han vuelto demasiado finos para las manos humanas. En su lugar, hay hileras de máquinas con trabajadores calificados que se ocupan de ellas, mientras que los trabajadores no calificados se dedican principalmente a mover piezas entre las máquinas o a mantener la fábrica limpia. Estas tareas también se automatizarán pronto. Las fábricas con filas de trabajadores cosiendo vestidos o zapatos también son cada vez más raras.
La automatización en los países en desarrollo tiene una serie de implicancias. Por empezar, la industria manufacturera emplea ahora a menos personas, especialmente trabajadores no calificados, por unidad de producción. En el pasado, los países en desarrollo avanzaban progresivamente hacia una fabricación más sofisticada, dejando la fabricación menos calificada a los países más pobres que acababan de emprender el camino de la fabricación orientada a las exportaciones. Pero ahora, un país como China tiene un excedente suficiente de trabajadores como para emprender todo tipo de fabricación. Los trabajadores chinos poco calificados compiten con sus pares de Bangladesh en el sector textil, mientras que los ciudadanos chinos con doctorados compiten con sus homólogos alemanes en el sector de los vehículos eléctricos.
Asimismo, dada la importancia cada vez menor de la mano de obra en la fabricación, los países industrializados han llegado a creer que pueden restaurar su propia competitividad en el sector. Ya cuentan con los trabajadores calificados que pueden ocuparse de las máquinas, así que están levantando barreras proteccionistas para deslocalizar la producción. (Por supuesto, la principal motivación política es crear más puestos de trabajo bien remunerados para los trabajadores con educación secundaria que han quedado rezagados, pero la automatización hace que esto sea poco probable).
En conjunto, estas tendencias -automatización, competencia continua de actores establecidos como China, proteccionismo renovado- ya han hecho más difícil para los países pobres del sur de Asia, África y América Latina perseguir un crecimiento manufacturero basado en las exportaciones. En consecuencia, aunque una guerra comercial perjudicaría a sus exportaciones de materias primas, no sería tan preocupante como en el pasado. Incluso puede tener un lado positivo si obliga a los países en desarrollo a buscar con más ahínco vías alternativas.
Ese camino podría allanarse con las exportaciones de servicios altamente calificados. En 2023, el comercio global de servicios creció 5% en términos reales (ajustados por inflación), mientras que el comercio de mercancías se contrajo 1,2%. Las mejoras en la tecnología durante la pandemia del COVID-19 permitieron más trabajo remoto, y los cambios en las prácticas empresariales y de etiqueta han minimizado la necesidad de una presencia física. Como resultado de ello, las multinacionales pueden atender, y atienden, a sus clientes desde cualquier lugar. En India, empresas multinacionales que van desde JPMorgan hasta Qualcomm están contratando a graduados talentosos para dotar de personal a los centros de capacidad global (CCG), donde ingenieros, arquitectos, consultores y abogados crean diseños, contratos, contenidos y software que se incorporan a los productos manufacturados y a los servicios que se venden en todo el mundo.
Todos los países en desarrollo cuentan con una élite reducida pero altamente calificada que puede exportar servicios calificados de forma rentable, dadas las elevadas diferencias salariales con respecto a los países desarrollados. Los trabajadores que saben inglés (o francés o español) pueden verse especialmente favorecidos, e incluso si solo unos pocos tienen estas capacidades, estos empleos añaden mucho más valor nacional que el ensamblaje de manufacturas poco calificadas, contribuyendo así enormemente a los ingresos en moneda extranjera de un país.
Por otra parte, cada trabajador de servicios bien remunerado puede crear empleo local a través de su propio consumo. A medida que más trabajadores de servicios moderadamente calificados -desde taxistas hasta plomeros o camareros- encuentren un empleo estable, no solo abastecerán la demanda de las élites, sino que también se abastecerán entre sí. Las exportaciones de servicios altamente calificados solo tienen que ser la punta de lanza de un crecimiento más amplio del empleo y de la urbanización.
Sin embargo, todo crecimiento del empleo requiere mejoras en la calidad de la mano de obra de un país. Cierta formación y mejora de la “última milla” puede llevarse a cabo con celeridad; siempre que los graduados en ingeniería tengan conocimientos básicos de su campo, se los puede formar en el software de diseño de última generación que necesita un potencial empleador multinacional. Pero, a mediano plazo, la mayoría de los países tendrán que invertir cantidades sustanciales en nutrición, salud y educación para aumentar el capital humano de sus pueblos.
Afortunadamente, estas inversiones también pueden crear empleo. Con las políticas adecuadas para el desarrollo, los gobiernos pueden mejorar sustancialmente el aprendizaje y la salud de toda la población. Esto puede significar contratar a más madres con estudios secundarios en guarderías para que ayuden a enseñar a los niños nociones básicas de lectura, escritura y aritmética a una edad temprana; o formar a más médicos “descalzos” para que reconozcan dolencias básicas, prescriban medicamentos o deriven a los pacientes a médicos calificados cuando fuera necesario.
Los países en desarrollo no tienen por qué abandonar la industria manufacturera, pero deben explorar otras vías de crecimiento. En lugar de beneficiar a un sector u otro mediante la política industrial, deben invertir en los tipos de capacidades que son importantes para todos los empleos.
Vale la pena explorar especialmente los servicios, porque es poco probable que las economías desarrolladas erijan barreras proteccionistas contra ellos. Como principales exportadores de servicios del mundo en 2023, la Unión Europea, Estados Unidos y el Reino Unido tienen mucho que perder en una guerra comercial en este terreno. En la medida en que la competencia mundial de los servicios afecte a su propia mano de obra, se dejaría sentir con mayor intensidad entre los médicos, abogados, banqueros, consultores y otros profesionales de altos ingresos, lo que supondría una bonanza para los consumidores de estos servicios en los países desarrollados, y podría incluso reducir la desigualdad de ingresos a nivel nacional. Serían resultados que, por sí mismos, valdrían la pena.
Raghuram G. Rajan, exgobernador del Banco de Reserva de la India y economista jefe del Fondo Monetario Internacional, es profesor de Finanzas en la Escuela de Negocios Booth de la Universidad de Chicago y coautor (junto con Rohit Lamba) de Breaking the Mold: India’s Untraveled Path to Prosperity (Princeton University Press, mayo de 2024).
Copyright: Project Syndicate, 2025.
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