Hasta ahora, uno de los mayores obstáculos para que el nocivo Foro de Sao Paulo se apodere totalmente de Perú ha sido su imposibilidad de obtener mayoría congresal que le permita imponer el desarme civil y las milicias politizadas, cimientos esenciales del socialismo del siglo XXI.

Mucho cuidado debe tener el Congreso con caer en la trampa de la delegación de facultades en materia de seguridad ciudadana. El temor a la amenaza de manipulación mediática para trasladar injustificadamente al Congreso la culpa por la inseguridad no debe cegar la razón de los congresistas, por el bien de nuestra democracia, la libertad y la seguridad física y jurídica de los ciudadanos.

Una vez promulgadas las normas propuestas, será muy difícil obtener la mayoría de votos necesaria para derogar las que sean dañinas, y el camino de la justicia constitucional, siempre lento, es hoy particularmente arriesgado después de años de inteligente manipulación para conseguir pacientemente el copamiento marxista de buena parte del sistema de justicia.

Si el Congreso cede a la presión y delega facultades en las materias de seguridad ciudadana mencionadas, habrá sepultado los pilares de la democracia y la libertad. Será muy fácil (como en Venezuela) desarmar a los ciudadanos honestos y armar milicianos con facultades policiales, ya sea individualmente o disfrazados de rondas. La suerte estará echada.

Con Hugo Chávez, a diferencia de lo ocurrido con todos los dictadores de cualquier color que le precedieron en la región, no se aprovechó el poder absoluto para combatir la inseguridad callejera; por el contrario, se estimuló como arma de dominación política.

Sistemáticamente, todos los gobiernos del socialismo del siglo XXI han permitido e incluso estimulado el crecimiento de la inseguridad callejera, para distraer a la población, ahuyentar los capitales, disfrazar los crímenes y aprovechar la desesperada demanda ciudadana de un país más seguro para hacerse con el poder mediante engaños. Una vez instalados los cimientos de su sistema dictatorial, no hay retorno pacífico posible. Si tienes dudas, pregúntale a cualquiera de los venezolanos que emigraron.

La caída del golpista Pedro Castillo generó una injustificada sensación de seguridad democrática, olvidando la larga trayectoria de amistades, compromisos y objetivos comunes que llevaron a Dina Boluarte, hoy presidenta de la República, a integrar la plancha con Castillo y Cerrón, coincidente con la del actual PCM, ex ministro del chavista Ollanta Humala. A quienes crean que han cambiado, es necesario recordarles que nadie cambia abruptamente después de los 50, que las personas no somos como el vino, no mejoramos con los años, nos volvemos más lo que siempre fuimos, para bien o para mal.

La presidenta fue elegida VP en unas elecciones más que opacas, en previsible coherencia con su conducción de un poder electoral en manos de marxistas. Tras el golpe chapucero felizmente abortado, está claro que toca a las fuerzas democráticas blindar la institucionalidad y recomponer sus filas mientras realiza el impostergable proceso de relevo para recuperar la imparcialidad de quien cuente los votos. Pero de ahí a asustarse y otorgar las facultades de marras por el miedo a que el gobierno intente jugar con ellos al gran bonetón, la distancia y el riesgo son muy grandes.

Es cierto que el Congreso está muy desacreditado ante la opinión pública, en buena parte por deméritos propios, producto de la no reelección y la extendida culpa in eligendo ciudadana. Pero, viéndolo fríamente, tras el golpe fallido, las consecuencias de un mayor descrédito por acción propagandística del ejecutivo han desinflado el riesgo de recorte de mandato. ¿Ergo cabe preguntarse a qué temen? ¿A más titulares adversos en prensa y redes? ¿A menos afecto ciudadano?

Nadie se cae del piso; una vez allí, solo queda levantarse. Un análisis racional y desapasionado lleva inexorablemente a comprobar que cualquier temor por no ceder a la demanda de facultades no solo es infundado, sino poco inteligente. Para prevalecer en las batallas asimétricas, seguimos en estos tiempos, se requiere cabeza fría para evaluar los riesgos reales y descubrir las amenazas disfrazadas.

Artículo publicado en el diario El Reporte de Perú


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