Nos despegamos de las «pantallas» sin renunciar al uso útil, necesario e inteligente de las tecnologías, o quedaremos, como en el mito de «la cueva de Platón», de espaldas al sol, a la realidad-real, y solo veremos sombras, empezando por la propia, multiplicada en egolatría y narcisismo “yoico”, y las demás que proyecten los poderes del mundo, económicos, políticos, geopolíticos, religiosos, culturales, etcétera; a nivel global, nacional y local. Creamos las tecnologías, pero no podemos quedar atrapados en ellas.
Frente a las distopías en curso quizás el mayor desafío de la humanidad sea un humanismo renovado, el respeto absoluto a cada ser humano y en general a todo su entorno natural y cósmico. De allí que el esfuerzo personal y colectivo tiene que enfocarse en la libertad, los derechos humanos, la democracia. Una economía generadora de riqueza, pero estas deben estar mejor distribuidas, con menos desigualdad y más justicia social. La igualdad, como la libertad y la fraternidad enunciados fundamentales del humanismo moderno y la ilustración son utopías en nuestro horizonte histórico, pero son referentes obligados en nuestras praxis políticas, económicas, sociales, culturales y en nuestra propia cotidianidad.
Desear el bien propio está en nuestra naturaleza, pero es regla de oro desear y colaborar en el bien de los demás, ese otro-diferente que es nuestro hermano, no importa donde viva, ni que lenguaje utiliza. Si aspiramos a un siglo XXI mejor para la humanidad, es obligante ir dejando atrás nuestras jaulas mentales y cárceles religiosas e ideológicas. La realidad-real siempre precede a cualquier teoría, no otra cosa es la razón y la ciencia, ir descubriendo y conociendo lo que ya existe, pero hasta ese momento se ignoraba. El mundo existe, el cosmos es, los seres humanos somos, la mayoría realmente no sabemos que somos, una ilusión, fantasmagórica del arte, la literatura, la filosofía. Las ciencias nos describen y conocen, pero las preguntas esenciales siguen allí, y cada uno se la formula a su manera, creyentes y no creyentes y las contestamos usualmente en tono coral, en clave religiosa, cultural o de cualquier otro tipo. Lo cierto es que este portento civilizatorio que es la humanidad y su historia y nuestra contemporaneidad está amenazado de extinción o suicidio, si no cuidamos la tierra, nuestra morada y «casa común». Si no logramos desarmar a las naciones y construir una paz necesaria global. Igual si abandonamos a nuestros hermanos en sus carencias y desamparos. La humanidad es una sola, diferente y diversa, pero toda su historia nos acerca, somos locales y globales y aunque suene a fantasía hoy, cósmicos.
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