El término cultura es de significación polivalente y por eso, objeto de muy diversas definiciones. Simplificando las cosas podemos hablar de dos sentidos fundamentales: el primero lo entiende como algo sectorial, restringido al ámbito de lo artístico, de altas o refinadas expresiones de la inteligencia y de la creatividad humanas. Se contrapone, así, a lo simplemente socioeconómico y político.
Pero cultura puede ser asumida con una significación global societaria, abarcando la totalidad de la vida de un pueblo. El Concilio Vaticano II la definió como “todo aquello con lo que el hombre afina y desarrolla sus innumerables cualidades espirituales y corporales; procura someter el mismo orbe terrestre con su conocimiento y trabajo; hace más humana la vida social, tanto en la familia como en toda la sociedad civil, mediante el progreso de las costumbres e instituciones” (Gaudium et Spes 53). Tiene que ver entonces con todo el quehacer humano, integrando lo económico, lo político y lo ético-espiritual. Entonces hay culturas como pueblos.
Este año nuestra Iglesia conmemora el vigésimo aniversario del inicio de su Concilio Plenario (2000-2006), uno de cuyos principales documentos fue precisamente el titulado «Evangelización de la cultura en Venezuela». En este se trata del ejercicio de la misión de la Iglesia, la evangelización, en el vasto campo del quehacer humano, relacionando así dos nociones globalizantes.
El Concilio Plenario de Venezuela se desenvolvió con la acertada metodología del ver-juzgar-actuar, que parte de la realidad y termina en ella como tarea, mediando una reflexión humanista y cristiana sobre la situación concreta. La tercera parte, el actuar, se plantea en forma de desafíos, a los cuales siguen orientaciones como respuestas prácticas.
Los desafíos que se plantea la Iglesia en Venezuela en el referido documento reflejan lo que el país nos exige como ciudadanos en general y como creyentes en particular, en los distintos campos de la vida nacional. Lo cristiano, por cierto, no se yuxtapone a lo humano, sino que lo asume en una perspectiva más honda, comprehensiva y trascendente. Dichos desafíos son los siguientes:
1. Ante el empobrecimiento de la población y cualquier hegemonía económica: “proclamar y trabajar por el respeto y promoción de la dignidad de la persona humana, la búsqueda del bien común y un desarrollo integral y sustentable”, hacia “una mayor igualdad, una economía eficiente, garante de oportunidades para todos y solidaria”.
2. Ante el deterioro y fragilidad progresivos de la constitucionalidad y del Estado de Derecho: “fortalecer las comunidades e instituciones como mediaciones sociales, a través de la organización y participación de los ciudadanos y la defensa de los valores personales y familiares, para consolidar los valores democráticos y ejercer la soberanía popular”.
3. Ante la coexistencia desigual de las culturas nacionales y el influjo de la globalizada: “trabajar por el reconocimiento efectivo de la igualdad de las culturas y el diálogo franco y sincero entre ellas, a fin de construir una comunidad nacional abierta a la integración latinoamericana y mundial, en justicia, solidaridad y paz”.
4. Ante la grave crisis de vigencia de los valores éticos de la vida, la verdad, la justicia, la libertad, la solidaridad y la paz, “promover una auténtica cultura de la vida, de la solidaridad y de la fraternidad, mediante la educación en valores, la participación en experiencias de reconocimiento mutuo y convivencia social, acciones en defensa de los derechos humanos y el respeto a la naturaleza”.
5. Ante la falta de coherencia entre la fe y la vida: “testimonio de la persona y el mensaje de Jesucristo en la vida cotidiana, particularmente en aquellos ámbitos donde se diseñan, comunican y organizan las matrices culturales”.
Estos desafíos nos interpelan a construir una nueva sociedad, de economía sólida y solidaria, de democracia robusta en institucionalidad y participación, de diálogo cultural, de valores éticos y ecología integral, así como de coherencia entre fe y vida.