“La política existe cuando el orden natural de la dominación es interrumpido por la institución de una parte de los que no tienen parte. Esta institución es el todo de la política como forma específica de vínculo. La misma define lo común de la comunidad como comunidad política, es decir dividida, fundada sobre una distorsión que escapa a la aritmética de los intercambios y las reparaciones. Al margen de esta institución, no hay política. No hay más que el orden de la dominación o el desorden de la revuelta”. Jacques Rancière
Antes dijimos que el drama humano de la realidad consistía, en la coexistencia de varias realidades. También diremos que no hay uno sino muchos desacuerdos. Por eso vivimos en una suerte de torre de babel.
Rancière glosa el desacuerdo advirtiendo que, comprender al interlocutor no siempre es conocer el significado de sus palabras ni la pragmática que en su expresión oral se evidencia, porque puede que para uno, no sea lo mismo lo que como tal y por la palabra si lo es. Trae el francés a Aristóteles y una cita del hijo del meteque, que el galo asume como sentencia, “De qué hay igualdad y de qué desigualdad: la cosa conduce a una aporía y a la filosofía política.” (Aristóteles, La política, 1282, b21) donde se sustentaría, en una compleja trama, para encontrar la verdadera naturaleza de la filosofía política y de la política misma. (Rancière Jacques, El desacuerdo, Política y filosofía, Buenos Aires, Título del original en francés: La mésentente. Politique et philosophie, © Éditions Galilée 9, rué Linné, 75005 París Traducción de Horacio Pons).
Bajaré sin vértigo no obstante de esas alturas, para ensayar de mostrar, ya empecé a hacerlo la semana pasada, la disfunción más gravosa que exhibe la sociedad venezolana; no logra comunicarse o, no quiere o, no sabe o, sencillamente no puede.
Se ha producido un distanciamiento, una diferenciación, un marginamiento de algunos y la forzosa segregación de otros; no se habla el mismo idioma dado que una compilación neolingüística se inserta y la percepción de los fenómenos, influida como todas por el receptor, desdibuja los componentes y desvencija los análisis.
Ora el oficialismo, ora alguna de las variadas oposiciones disponibles y prestas, además a diferenciarse de las demás, luce inepta, incapaz de manifestarle al otro para ser entendida por él, lo que desea realmente decir porque, en el desacuerdo obra una segmentación espiritual profunda que confunde, para solo dejar sobre la mesa la lógica del dominante y la tosca y pesada del dominado.
El asunto adquiere más forma, al observar la perdida de entidad de la llamada sociedad civil que, otrora fue un signo de salud democrática y una prueba de la participación y deliberación de los ciudadanos en los distintos aspectos que por su índole, reclamaban su concurso.
Durante cuatro décadas los venezolanos hacían del consenso una suerte de fin y de medio al mismo tiempo y ello, trajo una secuencia favorable de paz social y, sanó al cuerpo político que venía de una dictadura y luego, se planteó por algunos un forcejeo armado, con episodios dolorosos y cruentos de ruptura. Supo la clase política pero también la organización societaria, tejer y bordar una convivencia en la que los espacios estaban abiertos y en particular aquel que como diría Arendt, se accesaba para ejercer las libertades y derechos a tener derechos. El llamado puntofijismo coadyuvó desde las posiciones de gobierno pero también, desde aquellas de oposición a edificar una comunicación formal y material con cabida para todos. Vivimos en un ambiente de ciudadanos que no perfecto pero, provechoso.
Por años se fomentó y como un ejercicio propio de un sistema democrático, no solo la creación y sustento de cuerpos intermedios en las más variadas expresiones societarias, sino que se hizo del consenso, entendido como nos enseñaban esos titanes Arístides Calvani y Enrique Pérez Olivares, como la mayor suma de acuerdos entre aquellos que no estaban de acuerdo, un propósito y a ratos, una cultura inclusive.
Los ciclos históricos sin embargo, traen sus rupturas y sus continuidades. No son simétricos y a ratos se desequilibran, comprometiendo sus perfiles o derivando en otra experiencia que por sus características, construyen un modelo que toma el relevo y modifican, reforman y llegan a cambiar hasta la substancia del pacto social y no siempre, por la vía de la persuasión o la convicción sino por la imposición.
El experimento chavista madurista apuntó desde el inicio todas sus baterías hacia la arquitectura del orden político y social democrático y lo demolió literalmente. Atrajo y postulo el quehacer político como Carl Schmitt lo presentó, una relación entre amigos y enemigos. Disparó al comienzo sobre el sostén constitucional y sobre las instituciones cayeron obuses que las sacudieron mientras se hacía del control de ellas y por cierto la ingenuidad y la miopía de algunos de los personeros que las encarnaban colaboró y ello, mostró que en el acuerdo siempre subsisten como taras los desacuerdos. La democracia suele caer en la trampa de los que la utilizan en sus principios para socavarla, pero también en la de los cándidos bien intencionados y así fue licuada, exorcizada como a un poseso para a nombre de la emancipación revolucionaria, precisamente inficionarla de la nada, sesgarla, capturarla, como diría Bauman de la modernidad.
Las atacó tenaz el liderazgo emergente, como estructuras representativas del sistema democrático y las alienó o desacreditó completamente. Y lo hizo, legitimando el disenso como proceso, desprestigiándolas y posicionando las acciones sedicentes como reacciones naturales frente a una construcción de la sociedad pública paulatinamente desplegada como, siempre sospechosa de oligárquica, mientras por detrás ensamblaba el esquema Ceressole de ejército, caudillo y pueblo. Al escribir esta nota me viene al espíritu, aquello de Saint Simon, “solo se destruye lo que se sustituye…”
La defenestración de toda sociedad civil siguió e incluyó a los partidos, asociaciones, federaciones, sindicatos, colegios profesionales, comunidades educativas, juntas vecinales para anularlas u ocupar sus espacios con sus entelequias revolucionarias. Los productos de ese proceso ya no eran ni podían ser lo que se supone que reemplazaban porque al ideologizarlas las incorporaban al plan o al proyecto que no admite ni revisiones y mucho menos críticas. El tejido social venezolano fue deshilachado morbosamente y los mecanismos propios de la democracia inhabilitados.
El chavismo no perdonó las estructuras públicas sino que las inoculó y pervirtió. Un aparato paralelo surgió y fue absorbiéndolo todo. Las misiones desplazaron los módulos ministeriales de salud, educación e incluida la universitaria. Se edificó otro Estado desnaturalizándolo y así Pdvsa adelantó el manejo de los recursos permitiendo claro, el desvío, el dispendio, el desorden, la sistemática malversación y el saqueo de las arcas impúdicas.
Se instauró una dinámica que integraron los aprendices de hechicería administrativa y los hijos de los que, otrora sirvieron al país, aparejando con la oligarquía militar, una suerte de alianza frívola que clavó, cual vampiro, sus caninos en la cosa pública. Cadivi fue un contubernio de los hijos de los barones de la mal llamada cuarta república y los truhanes debutantes, con las esposas y novias de los militares y, los vivos que nunca faltan. Se hicieron socios e inclusive, desarrollaron algunos de ellos, grupos influidos por los cubanos de sectas religiosas afro caribeñas que aparecen a menudo con sus sacrificios y sus caracoles, ocupando los espacios propios de las elevadas dignidades.
Luego apareció el cinismo. Fatigado de seguir aparentando lo que no eran, asediaron impúdicos a la soberanía como concepto y como práctica hasta conculcarla. ¿Para qué simular que somos si, hemos ganado la batalla de la confianza y el pueblo nos adora y nos la entrega?
El cómplice necesario facilitando las cosas fue delegando la soberanía al engendro de ejército, caudillo y pueblo que también desde el alba, se adueñó del aparato público y lo penetró, lo usurpó, lo domeñó. La corrupción se regó entonces y las prácticas abusivas y concupiscentes se llenaron de militantes venidos de todas partes para asociarse al festín baltasariano de la revolución bonita. Muchos se enchufaron para medrar inmisericordes. Tal como nos dejo ver Hannah Arendt, el canto de la revolución gritaba libertad pero, decidió igualarlos a todos para que ellos terminaran como los menos iguales que los demás. Orwell un poco antes que la alemana y en aquella maravillosa sátira, Rebelión en la granja, denunciaba la comedia en el socialismo como tragedia.
Hoy, no hay oposición porque no hay congruencia ni consistencia en el discurso. Un grupo de sabelotodo se esmera en roer cualquier intento de edificar una plataforma unitaria como hicieron con la MUD y el Frente Amplio. Solo su amargura y su rencor resuella y cual francotiradores merodean en las redes para echarle plomo a quien ose opinar siquiera. Escalpan implacables a quienes si bien han dado lugar a cuestionamientos severos, no pueden ni deben ser preferidos como blancos de crítica que a los que nos han llevado de barranco en barranco. Ponen en la mira a los que están al lado y economizan cobardes y torpes e los enemigos de enfrente.
Los partidos políticos son entonces, otra cosa distinta a lo que fueron, siendo que perdieron buena parte de su correspondencia con la sociedad y sus dirigentes, han sido perseguidos, muchos, apresados, atemorizados o disuadidos de militar o activar, se han exiliado o ausentado. La disminución de su significación es proporcional a la reducción de su membresía real. Y la desconfianza entre ellos explica además, la canibalización que se cumple en los pocos escenarios de presencia y actuación. Copei es un ejemplo de lo que afirmo acá. Perseguido e infiltrado por el chavismo recalcitrante con la cooperación del TSJ y, en un momento dado, cachilapeados sus representantes en la distribución de las candidaturas por los otros partidos de la otra oposición.
La búsqueda de la comunicación franca y útil entre los diversos elementos de acción en los afectados y opacos escenarios políticos y sociales debe recomenzar. Hace falta una organización anclada en torno al único propósito estratégico que podría llegarse a asumir por la prolija y precaria diversidad de ciudadanos dispuestos a jugársela para lograr el objetivo de cambiar y desplazar a los compatriotas que componen este régimen que ha fracasado y colapsado al país. Para lograrlo y, como dice socarrón un narrador deportivo, “debe volver la araña a tejer…”. ¿Por qué nos cuesta tanto entender?
No se trata de llegar al poder sino de devolvérselo a los venezolanos y recuperar la soberanía perdida y para defender, recuperar, salvar a nuestra patria, depredada impunemente. El norte es ese y no otro. Sumarse es la consigna y más que tolerar, respetar a los que no siendo como nosotros ni siquiera pensando en lo grueso como ellos, asumimos como parte de lo que somos. Dijo una vez Disraeli que “…la vida es demasiado corta para verla, para vivirla, pequeña”.
Hay que recomenzar. Reunir a los pares y no desencantarse porque sea difícil e incluso a ratos con algunos decepcionantes. Todo ese tejido social y político es menester rearmarlo. Con paciencia y fe. Al final del camino yace la libertad, unida a la dignidad de la persona humana esperando por nosotros. ¡Nada vale más que eso!
@nchittylaroche
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