Son ya cotidianos los sucesos que dan cuenta de la peligrosa deriva disolutiva de la sociedad global en un marco de aparentes reivindicaciones que en no pocos casos han acabado o amenazan hacerlo en una mayor constricción de las libertades fundamentales, incluyendo las de los promotores de las supuestas soluciones traducidas en tales «logros»; ello por las predominantes visiones en las que estas se moldean y que de diversas formas, no siempre tan inadvertidas, traspasan el único límite legítimo e indispensable de aquellas que se resume en el principio ampliamente conocido, y a menudo soslayado, según el cual la propia libertad termina donde comienza la del otro, de lo que no deja margen para dudas el artículo 30 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos¹, el último y el más importante de todos los que la componen, que señala lo siguiente:
«Nada en esta Declaración podrá interpretarse en el sentido de que confiere derecho alguno al Estado, a un grupo o a una persona, para emprender y desarrollar actividades o realizar actos tendientes a la supresión de cualquiera de los derechos y libertades proclamados en esta Declaración».
Un principio elemental, simple, y que sin embargo no se ha sabido comprender en la lucha, también global y legítima, por la total expansión de esas libertades, convirtiéndose ella así en blanco fácil para los usurpadores y deformadores de iniciativas ciudadanas, orientadas a la consecución de aquel propósito, que solo persiguen fines mezquinos y, por tanto, muy diferentes de este, y que además escasos e insignificantes obstáculos encuentran a la hora de introducirse en las instancias de toma de decisiones de los sectores de la ciudadanía organizados, en mayor o menor medida, a través de los resquicios que abren las mencionadas visiones.
Las implicaciones de una de las más influyentes hoy, articulada en torno al presentismo entendido como proyección, o dicho de manera más específica, de acuerdo con una de las acepciones del término incluidas en el Diccionario de la lengua española², como la de los valores presentes en el pasado, ilustran muy bien la magnitud del problema, en virtud de que los juicios sobre cualquier episodio o producto de la historia visto a través de un prisma de valores distinto de aquel con el que la sociedad en su conjunto miraba y entendía su mundo a la sazón no son solo injustos, tal como lo sería, valga el tonto ejemplo, la comparación de los conocimientos básicos sobre genética, genómica, microbiología, física de partículas, física cuántica, informática, astrofísica y ciencias y tecnologías aeronáuticas y aeroespaciales de un estudiante universitario de hoy y un sabio del Egipto de hace tres mil quinientos años, sino que además pueden desencadenar fuerzas capaces de vulnerar incluso los derechos de sus hacedores, ya que los valores, a diferencia del conocimiento, varían en función de factores más allá de lo cognoscitivo, como las ideologías, los dogmas y los afectos del ánimo, motivo por el cual, y con independencia del avance de este y del progreso tecnológico, económico o de otra índole, se deconstruyen una y otra vez para ser luego reconstruidos de otros modos, no necesariamente más positivos que los anteriores.
En Ontario, verbigracia, fueron hace poco destruidos 4700 libros por decisión de una comisión escolar que consideró sus contenidos «desactualizados e inapropiados», y llenos asimismo de «estereotipos negativos de los pueblos indígenas canadienses»³; unos criterios que, de ser universales, tiempo ha que habrían convertido a todos los archivos, bibliotecas y museos del mundo en colosales piras «purificadoras» por rebosar de palabras e imágenes «desactualizadas e inapropiadas», empezando por las de los textos sagrados, pletóricos de referencias a dioses y célicos seres soberbios, egoístas, vengativos y crueles en extremo, y a patriarcas y otros personajes embaucadores, violadores, pederastas, esclavistas, machistas, misóginos y nada edificantes en otras mil facetas, por no hablar, claro, del grueso de la poesía y del resto de la literatura y del arte producidos desde los tiempos que asoman en el umbral tras el que se pierde la memoria hasta finales del siglo XX o los primeros años del XXI.
Si pudieran, a sus llamas arrojarían unos todas las novelas picarescas y negras que se conocen junto con clásicos italianos, ingleses, franceses, estadounidenses y rusos, o versos de poetas como Gabriela Mistral, Claudio de Alas y Federico García Lorca, y otras, con las largas cabelleras de algunas cabezas cortadas en una mano, la figura de la uruguaya Juana de Ibarbourou y el eco de su voz repitiendo: «Por ti sufriré. / ¡Bendito sea el daño que tu amor me dé!»⁴. Sin dudarlo, alimentarían esas hogueras de tal modo y a la par de la «pía» labor de algunos más, quienes con un celo no menor harían polvo de la «pornográfica» cerámica griega para su ecológico aprovechamiento en la creación de actualizadas y apropiadas obras artísticas (!), y reducirían el rico componente lírico de la balada, del rock, del pop, de la salsa o del merengue de décadas pasadas a unos cuantos pasajes onomatopéyicos e iteraciones monosilábicas.
De cualquier manera, lo que subyace tras autos de fe como el de Ontario y diversas prácticas inquisitoriales de todo el mundo es la consecuencia lógica de una cultura en cuyo contexto, y durante años, se han tomado los cambios nominales por transformaciones estructurales, dando lugar a nuevos enmascaramientos del odio de siempre, esto es, el odio a lo «otro», indistintamente de que la «licencia» para actuar en función de aquel esté ahora en pocas manos negras, indígenas, homosexuales, de mujer o de otros que no constituyen el común denominador de las «minorías» a las que pertenecen, y de que los perseguidores de antaño odien ahora en la «clandestinidad». Pero lo más alarmante, no obstante, es que la actitud predominante ante ello esté en la línea de la que pusieron de manifiesto las palabras del primer ministro canadiense, Justin Trudeau, respecto a la quema de libros en cuestión, a saber: «No me corresponde a mí o a las personas que no son indígenas decir a los indígenas cómo deben […] actuar»³.
Tal actitud, de aparente respeto, no es más que el resultado de la escasa comprensión y tergiversación del principio consagrado como derecho —y deber— en el citado artículo final de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, lo que ha llevado a equívocos de variada gravedad que, en los peores casos, han sido a su vez la génesis de caídas en abismos totalitarios, como en la Venezuela del final de un milenio y del inicio del siguiente, donde se confundió el respeto a las opiniones contrarias y a la participación política con una inicua permisividad frente a la socavación de las instituciones democráticas y el ulterior derribo del Estado de derecho. Y es precisamente esa actitud la que le ha allanado el camino a la imposición de las indeseadas visiones que están quitando todos los diques que impedían el avance de una red criminal que es la síntesis de empresas delincuenciales de más de una centuria, muchas de ellas consideradas extintas sin atenderse a su carácter mutable, adaptativo. ¿O qué representan acaso Putin, sus servicios Federal de Seguridad y de Inteligencia Exterior, sus oscuras prácticas de eliminación de rivales políticos y las propias mafias internas de Rusia? ¿Qué son el chavismo y el orteguismo? ¿De qué barro están hechos los pies de Bukele y de su «criptorrégimen»? ¿Cuáles son las fuentes de Podemos y Vox, o de Bolsonaro y López Obrador?
La sociedad global se encuentra ahora en una peligrosa encrucijada en medio de una entremezcladura de prejuicios, resentimientos, odios, confusiones, imposturas, ingenuidad y otros elementos que favorecen el accionar de quienes han venido camuflando sus intereses y ruines ambiciones con las legítimas aspiraciones de las mayorías, y el paso de la feroz lucha contra el terrorismo que impulsó el ataque del 11 de septiembre de 2001 a la aceptación de sus perpetradores como actores «políticos» es señal de un grado de deterioro cultural e institucional tal que no se sabe si el próximo paso colocará a la humanidad en el peor de los puntos de no retorno posibles, por lo que la sensatez, el esfuerzo para tratar de ver más allá de las apariencias y la procura de una organización reticular tanto para el acometimiento de efectivas luchas emancipadoras como para el trabajo en pro del desarrollo son hoy auténticos imperativos.
A propósito del solapamiento con el que actúan los enemigos de la libertad, se descubrió que una de las integrantes de la comisión escolar de Ontario responsable de la referida destrucción de libros, y una de las principales promotoras de esta y otras acciones en calidad de «representante» de la comunidad indígena, mintió sobre sus raíces. ¿Por qué?
Notas
¹ Declaración Universal de Derechos del Hombre. Resolución 217 A (III) de la Asamblea General de las Naciones Unidas. París, 10 de diciembre de 1948. Documentos Oficiales de la Asamblea General, 3.er período de sesiones, 1948, parte 1, pp. 34-36.
² REAL ACADEMIA DE LA LENGUA ESPAÑOLA y ASOCIACIÓN DE ACADEMIAS DE LA LENGUA ESPAÑOLA. Diccionario de la lengua española [en línea], 23.ª ed., vers. electr. 23.4. Madrid, [Espasa], 2014. Actualizada en diciembre de 2020 [consultada el 9 de septiembre de 2021]. Disponible en https://dle.rae.es
³ PORRAS FERREYRA, Jaime. Astérix y Tintín, entre los más de 4.700 libros infantiles destruidos en Canadá por «ofender» a los indígenas. El País [en línea], 9 de septiembre de 2021 [consultado el 9 de septiembre de 2021]. Disponible en https://elpais.com/internacional/2021-09-09/asterix-y-tintin-entre-los-mas-de-4700-libros-infantiles-destruidos-en-canada-por-ofender-a-los-indigenas.html
⁴ Versos del poema El fuerte lazo.
@MiguelCardozoM