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Derechos humanos bajo ataque

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La persecución contra defensores de derechos humanos, periodistas y otros miembros de la sociedad civil se da siempre que hay escenarios de gran importancia en el país

Es innegable que la democracia y los derechos humanos se encuentran amenazados en todo el mundo, incluso, en aquellos países con democracias consideradas plenas. El surgimiento de movimientos como Vox en España, AfD en Alemania y el fortalecimiento de los extremismos en Francia son pruebas de esto en Europa, en América, se suma a esa lista tenebrosa Milei en Argentina, los seguidores de Bolsonaro en Brasil, Bukele en El Salvador y, lógicamente, las dictaduras abiertas de Cuba, Nicaragua y Venezuela son la guinda de la torta. Eso sin hablar del desafío democrático que implica Trump 2.0 en Estados Unidos.

El problema de fondo es que existe un profundo malestar con la existencia y reconocimiento del otro, particularmente contra aquellos que han sufrido y sufren circunstancias de exclusión y marginación. De hecho, los inmigrantes, las personas racializadas, las mujeres, los pobres o la comunidad LGBTIQ+, se han convertido, de un momento a otro, en enemigos públicos de líderes políticos que, en representación de muchas personas seducidas por discursos agresivos e intolerantes, luchan contra la vigencia de los derechos humanos. 

De repente, en vez de protegerse a los migrantes y refugiados quienes huyen de sus países por la violencia o las dificultades económicas; de conformidad con la Convención Internacional sobre la protección de los derechos de todos los trabajadores migratorios y de sus familiares, el Pacto Mundial para la Migración Segura, Ordenada y Regular o la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados; se les criminaliza, se les acusa de originar desequilibrios económicos, se les detiene arbitrariamente, se les deporta e incluso se habla de trasladarlos a campos de concentración. Una agenda que une a los más insensatos en la misma cama, Trump y Maduro, por ejemplo, están felices de encontrarse el uno al otro, uno feliz de deportar migrantes y el otro, que los expulsa con los efectos de su tiranía, ahora feliz de ser tratado como gobernante, se apresta a recibirlos así vengan esposados y con grilletes. Al final, los migrantes pierden, sea en los países de acogida o en su propia tierra. 

En Venezuela, la organización Utopix calcula la ocurrencia de 152 feminicidios entre enero y noviembre de 2024. Cómo esperar que, por ejemplo, Milei exprese preocupación por los derechos de las mujeres a una vida libre de violencia en Venezuela si acaba de regresar de Davos de dar un discurso en el que afirmaba, sin filtro alguno, que debe eliminarse la palabra “feminicidio” de la legislación penal. En ese ejemplo puede cambiarse a Milei por Trump, Abascal, Bolsonaro, Le Pen, Meloni o Bukele y daría exactamente el mismo resultado. Puede cambiarse mujeres por comunidad LGBTIQ+ o migrantes y tendría igualmente el mismo aterrador sentido: el otro es culpable de todo y debe ser, sino exterminado, preso, expulsado e invisibilizado. Así inició el fascismo en Europa, comenzaron con palabras y se terminó en los hornos. 

Hay quienes me han dicho que no debe preocuparme la democracia de otros países teniendo en cuenta que vivo en Venezuela y padezco, como todos, los rigores del régimen venezolano. Claro, lo urgente, desde nuestra perspectiva, supera a lo importante. Sin embargo, en la medida en que avanzan en su agenda negacionista los Trump, los Abascal, los Le Pen, los Milei y los Merz, con todos los tabúes rotos, con todos los cordones sanitarios levantados, los venezolanos nos quedamos, además de solos en nuestra lucha democrática, carentes de referentes que inspiren a una vida con plenitud de derechos. No es lo mismo luchar por la democracia en dónde Venezuela es una anomalía autoritaria, que luchar por la democracia en un contexto global de guerra, racismo, xenofobia y fascismo. En semejante oscuridad no se puede ver la luz. 

jcclozada@gmail.com / @rockypolitica

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