«Han surgido francotiradores que maldicen de mí y me malquieren» (D. R.)

No resultó infundado el súbito rumor según el cual Denzil Romero, finalista del Premio Internacional de Novela «Rómulo Gallegos» y extraordinario escritor, vendría a Mérida para dictar varias conferencias. El miércoles 14 de septiembre (hora próxima al mediodía),  nos topamos en una esquina de la ciudad. El profesor y poeta Jesús Serra Pérez, presidente de la Asociación de Escritores, su anfitrión, lo trasladaba en su moderna y pequeña máquina de rodamiento. Romero y yo nos saludábamos afectuosamente mientras Jesús me invitaba a abordar el auto. Lo hice y partimos hacia el Instituto de Investigaciones Literarias «Gonzalo Picón Febres», donde el novelista fue recibido con regocijo.

Pese a su creciente reputación internacional, Romero no ha sido presa de la soberbia. No exhibe las poses ridículas de quienes han triunfado intelectualmente.

«No asumo la literatura como medio para trepar escalones de poder, posiciones sociales, económicas o políticas» –me diría más tarde, en el curso de una grata conversación que tuvimos en la tasca del hotel donde lo hospedamos.

Casi a las trece horas, terminó el envite de «Investigaciones Literarias». Visto que el edificio donde resido limita con el lugar de alojamiento del escritor, regresé con él y su esposa en un vehículo de la Universidad de los Andes. Nos despedimos en el umbral del hotel y acordamos reunirnos nuevamente en el bar, a las quince horas.

Fui puntual. Lo busqué en compañía del comunicador Mauro Dávila [director del semanario La Calle, que deseaba conocer a Denzil] y Gustavo García («Asesor Cultural» del Colegio Nacional de Periodistas).

Romero se presentó, solo, en la tasca e iniciamos, luego de los apretones de manos, la plática:

Te presento a Mauro Dávila y Gustavo García –inferí-. Son dos excelentes amigos  […]

Me da gusto conocerlos –replicó.

Sea bienvenido a nuestra ciudad –expresó Dávila.

Nos sentamos y un mozo nos sirvió cervezas.

Denzil –formulé, con dificultad, ello puesto que habían aumentado los decibeles de la música-: estás destinado a convertirte en uno de los hacedores que relevarán a los clásicos del «Boom Latinoamericano de Literatura». Pese a tu despegue internacional, todavía eres un intelectual accesible: ante colegas, periodistas, lectores. ¿Qué opinas de los autores que, luego de alcanzar cierta reputación, se muestran arrogantes? ¿No te transformarás en uno de esos insoportables seres?

Romero, que minutos antes había corregido mi afirmación según la cual fue El invencionero su primer libro  (cuyos originales leí en funciones de «asistente del director» de Publicaciones de la ULA, Carlos Contramaestre), inmediatamente me respondió:

La fama, Alberto, es un monstruo de muchas cabezas. Yo, a pesar que comienzo a sentirme conmovido por la aceptación de mi obra literaria, haré lo que pueda para no perder mi afabilidad y «don de gentes». Soy una persona extrovertida. Me gusta mucho comunicarme, convivir, y espero que la notoriedad no me esclavice al extremo de cambiar mi temperamento o conducta. La condición humana, primero, comporta el servicio y entrega a los demás […]

Eres alguien que, de estar en la «Vanguardia Literaria Venezolana» sin claudicar frente a las absurdas exigencias de la «Oficialidad Cultural», saltó largo con una novela intitulada https://es.scribd.com/document/428604413/La-Esposa-Del-Dr-Thorne-Denzil-Romero […] ¿Qué sucede con los grupúsculos de intelectuales del país que, ulterior a publicar  «revolucionarios manifiestos», de repente terminan burócratas de recintos para la cultura?

Dávila se disculpó por interrumpirnos. Inquirió al autor de Infundios: ¿ejerce Ud. el Derecho? ¿Le gusta la profesión de abogado tanto como escribir?

Romero calificó esa disciplina [la «Abogacía»] de buena manera, con exiguas observaciones a su rigidez filosófica. Repetí mi emplazamiento de la víspera, con el permiso del director de La Calle, para que Denzil prosiguiera:

No he visto como golpe del azar el éxito de mi novela La esposa del Doctor Thorne, sino como resultado de mi constancia. No entiendo la Literatura como medio de escalamiento de poder: es mi manera natural de crear, expresarme y sentirme importante. Vale decir, la entiendo como el medio del cual dispongo para trascender mi inmediatez […]

Encendimos un par de cigarrillos y libamos. Dávila y García nos escrutaban, interesados en nuestro «dialectalismo».

Por circunstancias biográficas, soy un desubicado generacional en el país –profundizó Denzil-. Si bien pertenezco a la llamada «Generación del 58», y pese a escribir desde temprana edad, me mantuve rigurosamente inédito al extremo de publicar mi primer libro [El hombre contra el hombre] al borde de los 40 años. En todo caso, no creo que el ejercicio literario sea cuestión de «manifiestos» y «posiciones teóricas»: más o menos orgánicas, concebidas al modo de plataformas de trabajo, sino el resultado de una dedicación permanente, partiendo de convicciones. Si ese trabajo, individualmente realizado, se proyecta al grado de producir una escuela, magnífico que así sea: porque ello contribuye al enriquecimiento de la Historia Literaria de la Nación Venezolana. Pero, sin duda, las grandes obras parten y han surgido de grandes esfuerzos individuales. Usar la literatura como instrumento para la consecución de «recompensas extraliterarias» es execrable oportunismo.

Ya internacionalmente reconocidos, nuestros escritores latinoamericanos [Cortázar, García Márquez, Benedetti, et.] elogiaron a Fidel Castro Ruz y su Revolución comunista cubana. Luce ineludible requisito para ser promovido al Nobel de Literatura. ¿Repetirás ese ceremonial?

Siempre he sido amigo de la Revolución cubana –confidenció-. Desde mi juventud, milité. Primero en lo que se llamó, para la época, la «Izquierda de Acción Democrática». Fui uno de los fundadores del MIR [«Movimiento de Izquierda Revolucionaria»]. Posteriormente, cuando adoptó la «línea guerrillera» y del «Foquismo», me separé por estar en desacuerdo. Pero, sin romper mis vínculos emocionales e ideológicos con esa tendencia política […]

«A partir de entonces –sentenció-, he procurado mantenerme independiente: simpatizando con la izquierda, pero cuidando que mi postura política no contamine mi trabajo literario. Soy una persona respetuosa de las creencias ajenas, y siempre he valorado la esencia del Ser Humano por encima de los accidentes que pueden acontecer a su individualidad. Lo que afirmas, que hay que adherir a izquierdas para ganar el Nobel, tengo la sospecha que es verdad. Presumo que ello obedece a razones geopolíticas que la Academia Sueca utiliza, a menudo, para discernir tan importante galardón. Hasta hoy, los latinoamericanos a los cuales se les ha concedido son amigos de la Revolución cubana. A corto plazo, no creo que se produzcan variantes de esa tendencia».

Empero, sé que lo piensas: Octavio Paz, Vargas Llosa, Uslar Pietri y otros merecen el Nobel […]

No dudo de la calidad de sus obras literarias. Tanto Paz como Vargas Llosa, por ejemplo, son excelsos escritores. Sin embargo, la acotación que te hacía en mi anterior respuesta es el resultado de la observación personal de una realidad: la Academia Sueca manipula el otorgamiento del Nobel.

Si la situación se invirtiera, ¿cuál sería la actitud de nuestros escritores?

Romero meditó. Después, dirigiéndose a Mauro y Gustavo, expresó su preocupación por mis malas intenciones en el papel de «explorador de conciencias». Palmeó mi espalda y musitó:

No creo que una obra literaria, de cualquier matiz, para justificarse, requiera elementos distintos a los de su propia validez estética. A pesar de ser un escritor que ha sido galardonado nacional e internacionalmente, puedo asegurarte que [en la medida que mi confesión sea creíble] jamás he trabajado en función de premios.

¿Qué piensan ahora de ti los críticos?

En mi caso, Jiménez Ure, se ha operado un proceso inverso. Advierto que mis triunfos internacionales y la difusión de mi obra en ámbitos mayores, lejos de predisponer favorablemente a la crítica, la ha contrapuesto. En un principio, los críticos celebraban la aparición de mis libros con halagos. En la medida en la cual mi obra se consolidó y ganó la adhesión de lectores, buena parte de ellos se revirtieron. Pareciera que, respecto a mí, hubiese cundido la rabia y dolor por los triunfos obtenidos. Por doquier, han surgido francotiradores que maldicen de mí y me malquieren. Para tales, «no soy el escritor capaz de realizar, en el futuro, una obra de mayor o menor envergadura, sino que me despeñé por el camino del éxito fácil, no importa de qué signo, en aras de un afán mercantilista, no importa a qué precio […]»

Denzil Romero, quien aludía palabras de Alexis Márquez Rodríguez, me aseguró que sus declaraciones no eran las de un resentido. Yo le creí por cuanto culminó diciéndome que, no obstante la rabia y envidia de quienes no soportan sus triunfos, le queda la satisfacción que críticos tan respetados como Juan Liscano, Roberto Lovera De Sola, Pedro Beroes y Manuel Bermúdez sigan elogiándolo sin rencores.

@jurescritor


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