Pobre la democracia. Pobre la República. Comenzaron a manosearlas sin respeto alguno las dictaduras totalitarias y tiránicas de la antigua URSS (Unión de Repúblicas Socialistas y Soviéticas), en que varios de los países integrantes del conglomerado redondeaban “repúblicas democráticas”.
¿Alguien con un mínimo de seriedad podría hablar de separación e independencia de poderes en Rusia (la de antes y la de ahora), o en alguno de aquellos satélites o en la Cuba de Castro o en la serie de regímenes ”progresistas” que han proliferado, particularmente en América Latina, después de la caída del Muro de Berlín y el resquebrajamiento de Rusia? Del “fin de la historia”, ja, ja.
¿Alguno de esos gobiernos tiene o tuvo algo que ver con lo que es una democracia?. Con todo lo que implica la democracia –libertad de expresión y elecciones libres, por citar algún detalle–. Con la “democracia liberal”, que no hay otra. La que además de la grosera prostitución a que fue y es sometida por aquellos, ha sido remendada para su mal, con las mejores intenciones, quizás, por quienes han pretendido “perfeccionarla”, con el propósito de hacerla “más humana”. ¿Es que hay algo más humano que un sistema en que la soberanía radica en la nación y cuyo fundamento es garantizar los derechos y libertades inalienables de todos y cada uno de los ciudadanos, con sus diferencias y con sus defectos y sus virtudes?
Hecho pedazos el bloque totalitario –la llamada izquierda, que así lo adoptaron y lo impusieron ellos– sus fanáticos defensores, cual coronavirus de hoy, salieron a infestar al mundo. A infiltrar y destruir desde adentro a la democracia. Y les va yendo bien.
Gran mérito le corresponde, sin duda, a la propia izquierda. Otrora se despedazaban entre sí -ver guerra española- y cada uno era líder de una versión propia del socialismo y marxismo y leninismo, y desperdiciaban esfuerzos. Pero eso fue hasta que se dieron cuenta de que por la tan despreciada vía electoral podían llegar. Como contrapartida tuvieron a favor la división de los “demócratas”, sus ambiciones y falta de altura, que se contagiaron de la fiebre de los múltiples liderazgos. Hay numerosos ejemplos: el caso de Venezuela en el último cuarto de siglo es riquísimo.
Pero veamos el más fresquito: el caso de Bolivia. En el país del altiplano las elecciones, después del intento de fraude en reiteración se fijaron comicios para el 3 de mayo. Este próximo 3 de febrero tienen que presentarse todos los candidatos. Las encuestas dicen que el Movimiento al Socialismo de Evo Morales está a la cabeza con 26% del favor ciudadano. Esto es: 26 a favor y 74 en contra.
El rechazo a Evo y su partido es apabullante. Y asunto concluido.
Sin embargo, no es tan así. Para captar los votos de esas tres cuartas partes de bolivianos hay o había al escribir este artículo entre 7 y 9 candidatos. Quizás sean algunos menos, pero no será un candidato único ni dos. La oposición de ayer más que competir por el triunfo pugna por algunos cargos como diputados y en el Senado –lo que ya preanuncia divisiones futuras a nivel legislativo– y por salir segundo e ir al balotage. Eso en la creencia de que en segunda vuelta la gran mayoría votaría en contra del candidato del MAS. Y es probable que se dé algo así. Pero a no confiarse porque en la campaña cada uno de los candidatos va contra todos los otros, no solo contra Evo, y eso va deteriorando imágenes.
Y por si faltara algo, Evo desde su plataforma en Argentina anuncia o amenaza con que va a ser candidato a un cargo legislativo. Evo, cuyo intento de fraude quedó al descubierto, debería estar preso, pero, lo dicho, la izquierda lo hace bien. Si se acepta que Evo sea candidato será electo y tendrá fueros para volver, y si lo hace –si es que se anima– será un agitador de peso que además contará hasta con una milicia propia de cocaleros, aunque él lo niegue. Y si no se admite que el ex presidente sea candidato en función de los delitos cometidos, los probados y los que se investigan, se ensucia la cancha, que es los que se busca. Se dirá que no son elecciones libres porque hay candidatos proscriptos.
Mientras tanto, los demócratas de Bolivia se pelean entre ellos por el segundo puesto.