A Humberto Njaim, in memoriam
Eloy García, catedrático español de Derecho Constitucional ha realizado –entre otros de sus aportes a la reflexión política– el estudio introductorio a ese magnífico texto de J. G. A. Pocock. El momento maquiavélico, una investigación sobre la concepción política que emergió durante el Renacimiento italiano, en general, y la República de Florencia, en particular, que constituye una expresión acabada de esa epistemología contemporánea denominada Contextualismo o Historia de las Ideas, perspectiva que ha imbricado la temporalidad como arista constitutiva para comprender una realidad histórica cuyo abordaje tiene resonancias para nuestra situación presente. Uno de los ángulos de la lectura es cómo un cierto lenguaje político es sustituido por otro debido, no a la arbitrariedad de los actores políticos del momento, sino a la necesidad de abordar una problemática para la cual no tiene respuesta el marco conceptual imperante. Diría Thomas Khun que los nuevos paradigmas emergen cuando los marcos de referencia aceptados por una comunidad de estudiosos muestran una incapacidad intrínseca para entender las nuevas problemáticas y resolverlas.
En la página 58 del referido “Estudio introductorio” de ese texto de Pocock, dice Eloy García que la presión ciudadana por trascender la idea de “democracia como una mera sucesión de procesos formales” ha fundamentado la búsqueda de su justificación instrumental y sustancial. La primera justificación valida la idea de democracia como forma de gobierno, mediante el ejercicio de la representación política(gobernantes electos) para abordar y decidir acerca de los asuntos públicos; la segunda justificación alude al valor de la participación ciudadana para la generación de bienes públicos: el porqué de la democracia coloca el continuum representación-participación articulándolo a la deliberación, lo cual connota la necesidad de reconocer la complejidad inherente al ejercicio comunicacional de actores políticos (gobernantes y ciudadanos) en una búsqueda de significaciones compartidas, lo que requiere debate y generación de consensos. Por ello, autores como Habermas y Apel, entre otros, sostienen que la genuina democracia queda justificada mediante una ética discursiva que fundamente una práctica deliberativa que trascienda el mero debate: el problema es de qué manera articular los resultados de la deliberación a la toma de decisiones pública y, lo más importante, a la generación de bienes públicos mediante criterios de equidad e imparcialidad.
La problemática que genera el fortalecimiento de la democracia está expresada en las tensiones entre políticos y ciudadanos. El cauce y liberación de ellas demanda el ejercicio de las mejores capacidades y juicios en la práctica ciudadana guiada por los ideales de libertad y de igualdad. El problema, sin embargo, no consiste solo en la supuesta incompetencia de los ciudadanos para tomar decisiones políticas, sino en la dificultad que enfrentan los políticos y gobernantes para afrontar los retos cambiantes de hoy.¿En qué radica esa dificultad? Este artículo explora dos conjeturas: la comprensión de la complejidad y el gobierno del cambio.
El pensamiento político de la modernidad se fundamentó en la física newtoniana. Basta con leer la primera parte del Leviatán de Hobbes para constatar esta aseveración, así como en la noción de ‘balance entre los poderes públicos’ en El Espíritu de las Leyes de Montesquieu y del ‘check and balance’ (peso y contrapeso) en El Federalista. Gracias al conocimiento e incorporación del desarrollo científico de su época, la teoría política moderna encontró salidas a las problemáticas propias de la modernidad, diferentes en su origen y alcance de aquellas que fueron abordadas durante el Renacimiento.
En nuestra época, no pareciera haber una claridad de cómo incorporar los enormes avances realizados en física, desde los albores del siglo XX, que dejaron atrás al paradigma newtoniano. ¿En qué consisten esos avances? En que superan, dice Stephen Hawkings en Historia del Tiempo, ese sueño de Laplace de un universo determinista: la Teoría de la Relatividad, la Física Cuántica, la Teoría del Caos fueron sopesados por Husserl, dando origen a la Fenomenología y a la adopción de la temporalidad como arista constitutiva del razonamiento, que vemos reflejada en la Hermenéutica de Heidegger y Gadamer, en el Contextualismo, en la Teoría Crítica de la Sociedad y en las miradas de Foucault, Arendt y André de Muralt. Todas esas perspectivas aceptan la complejidad y apuntan al desarrollo de una comprensión de la totalidad de una problemática, en nuestro caso la política, de un modo integral: hay que ver la totalidad en cada parte y cada parte en la totalidad. Esta es la manera como es dicho por la matemática fractal.
Así mismo, dado que la complejidad no es solo estructural sino también temporal, es necesario problematizar nuestra dificultad cultural para cambiar. Los premios Nobel de 2002 y 2017 han sido otorgados por ese desarrollo dela Psicología cognitiva aplicada a los temas de decisiones racionales. Según ese conjunto de investigaciones, nuestros supuestos y sesgos distorsionan la percepción y el análisis de cada decisor generando una imposibilidad para el genuino cambio socio-político. Cambiar significa reconocer nuestras limitaciones, aceptar otras miradas, abandonar ese confort de creerse instalado en la certeza. El gobierno del cambio pareciera ser la vía para fortalecer éticamente el ejercicio democrático.
Mario Briceño Iragorry reflexiona en su texto Mensaje sin destino (1951): “Para la formación de una conciencia nacional es necesario confiar más en el poder creador de la síntesis que en los frutos aislados y severos del análisis.… el mundo, como idea y como voluntad, jamás podrá representarse por medio de un monumento de un solo estilo, sino como construcción dialéctica donde armonicen las contrarias expresiones del pensamiento y del querer humanos”.