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Democracia migrante

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Si bien pudiésemos partir de la premisa que las últimas décadas del siglo XX la democracia se estableció como forma de gobierno a nivel mundial, tras largos procesos de transición, apertura, liberalización y profundización democrática, no es menos cierto que viendo el recorrido de la democracia y posteriormente analizando su funcionamiento, los estudios e indicadores alrededor de ella (Latinobarómetro –encuesta mundial de valores–, informes del PNUD y otros) junto a la batería de textos e investigaciones recientes y variadas, da la impresión de que la democracia sufre un proceso de estancamiento y en otros casos retroceso.

Célebres autores han dedicado recientemente sus investigaciones y libros a describir estos fenómenos vinculados a las transformaciones que registra la democracia a escala mundial. En tal sentido, tendríamos en óptica o perspectiva de Guy Hermet que la democracia está invernando, Guillermo O’Donnell nos habla de disonancias, Pierre Rosanvallon nos propone la categoría de contrademocracia y el surgimiento de la política en la era de la desconfianza, Daniel Innerarity plantea una democracia compleja, Tulio Hernández es partidario de una democracia migrante, Gurutz Jáuregui abraza la idea de la democracia en la encrucijada, Yascha Mounk precisa que el pueblo está contra la democracia, John Keane confronta la vida y muerte de la democracia, entre otros autores y categorías que nos sirven de andamiaje en la actualidad para pensar y repensar la democracia.

Estos autores tienen en común no sólo la preocupación por la democracia, sino además el coincidir sobre el acecho y tal vez estancamiento que la democracia exhibe en estas primeras dos décadas del siglo XXI, donde el resurgimiento de populismos de variado cuño, militarismos, pretorianismos, antipolítica y otros virus vuelven a florecer frente a democracias desinstitucionalizadas o precarias y nuevos y si se quiere sofisticados autoritarismos.

América Latina es un laboratorio y contexto en donde todo es posible. Venezuela es el mayor ejemplo de retroceso institucional o regresión democrática, en paralelo al personalismo nocivo inaugurado por Rafael Caldera en 1993, y recrecido a niveles exponenciales y nunca antes vistos con Chávez y Maduro respectivamente en estos años.

Se revisan los estudios, informes diversos, investigaciones y estadísticas, todos ratifican el grado de precariedad y regresión institucional en el caso de Venezuela, no sólo en términos de partidos, clase política, sino además en el resto del andamiaje institucional (sindicatos – gremios – grupos de interés – etc.). Ni hablar de la división y autonomía de los poderes públicos, el Estado de derecho, la celebración de elecciones periódicas, confiables y transparentes (con este CNE recién nombrado) y otros aspectos y variables que es necesario corregir. No es eslogan, pero la democracia se construye y perfecciona con más y mejor democracia no hay otra receta, ruta o forma de lograrlo.

El éxodo venezolano, nuestra diáspora en los años de revolución, no tiene antecedentes y a nivel mundial sólo es comparable con el éxodo registrado en la Siria de Bashar Al-Ásad. Los venezolanos y especialmente la juventud tienen un catálogo de motivos para explicar su huida o éxodo (democracia migrante), básicamente un país que hace años retrocedió tanto en un sinnúmero de aspectos, que terminó ofreciéndoles nada o poco a los venezolanos en lo que refiere a la salud preventiva y curativa, empleo de calidad, salarios dignos, expectativas de vida, poder adquisitivo, capacidad de ahorro, oportunidades de surgimiento y ascenso social (la llamada cuarta república permitió literalmente que los llamados “pobres” a través del estudio y el trabajo se convirtieran en clase media, y la quinta república se encargó de volverlos a convertir en pobres y, peor aún, desplazados).

Debemos recordar que el venezolano nunca fue extranjero. El que podía salir o viajar lo hacía coyunturalmente con fines precisos, salud, estudio o turismo. Pero jamás pensaba abandonar al país que lo vio nacer. Es imperdonable lo que como sociedad hemos vivido y registrado al tener que dejar el terruño, hogares partidos o separados, y por supuesto que también hay un largo catálogo de experiencias de venezolanos, muchas experiencias exitosas -porque este país ha parido talento puro y las universidades nunca dejaron de formar con criterios de excelencia y calidad-, pero también hay muchas experiencias tristes, dolorosas e intensas de compatriotas migrantes o desplazados.

En muchos países fuimos en un tiempo bien recibidos, en otros y más recientemente pareciera que nos ven como una “plaga”, y por supuesto los maltratos y xenofobia están a la orden del día. Recapitulando el sentido de esta columna que El Nacional me concede cada miércoles, más allá del invierno o retroceso que la democracia experimenta en la modernidad líquida, perfectamente dibujada y desarrollada en la saga de sus libros por ese gran sociólogo alemán como es Zygmunt Bauman, queda claro que todos tenemos enormes retos por preservar la democracia o recuperar esa suerte de régimen híbrido que registra Venezuela con una mixtura de autoritarismo, militarismo y algunos elementos democráticos.

Los venezolanos estamos literalmente regados por todo el mundo. Las experiencias y testimonios son variados sobre todo de nuestros jóvenes. En simultáneo distintos intelectuales, profesores y demás con el apoyo de algunas ONG han logrado constituir grupos de estudio, grupos de análisis y otros, esos esfuerzos no tienen otro objetivo que permitir deliberar, estudiar, analizar y auscultar lo registrado en nuestra Venezuela, en muchos casos evaluando a través de la política comparada las experiencias de Colombia, Perú, Bolivia, Ecuador, Argentina y otros casos de estudio, a partir de similitudes en algunos procesos, diferencias en otros, pero que sin dudas conforma un esfuerzo tesonero, valioso y por demás obligatorio de apoyar.

Democracia migrante es uno de esos proyectos ciudadanos liderado por el sociólogo venezolano Tulio Hernández Montenegro y un equipo de jóvenes talentosos y profesionales básicamente venezolanos, que persiguen concientizar, divulgar y lejos de quedarse en un lamento o luto migrante (por demás justificado) agrupar todo ese talento joven que por una diversidad de motivos migró y cargó en sus maletas, en sus laptops y mochilas sueños, anhelos, recuerdos, experiencias, estudios, títulos y demás, y que desde afuera o del extranjero hacen grandes esfuerzos por insertarse en el mercado laboral, además de no divorciarse del país que los vio nacer, y ser testigos de excepción no sólo de la mayor diáspora y éxodo a nivel mundial, sino ser portadores de la necesidad de recuperar la democracia, sus partidos, sus liderazgos, sus procedimientos, los resortes institucionales en momentos nada gratos para Venezuela.

Acertadamente, Zygmunt Bauman señala que “el conformismo generalizado y la consecuente insignificancia de la política tiene un precio. Un precio muy alto, en realidad. El precio se paga con la moneda en que suele pagarse el precio de la mala política: el sufrimiento humano. Los sufrimientos vienen en distintas formas y colores, pero todos pueden rastrearse al mismo origen. Y estos sufrimientos tienen la cualidad de perpetuarse. Son los que nacen de la mala práctica política, pero que también se convierten en el obstáculo supremo para corregirla”.

El esfuerzo titánico del Proyecto Democracia Migrante permite de forma regular la realización de charlas, conversatorios, talleres de formación política y ciudadana, que paradójicamente es uno de los aspectos y roles que nuestros partidos políticos en Venezuela descuidaron. Hay enormes retos en medio de la vorágine venezolana en la necesidad de formar, de promover una tarea pedagógica en términos de institucionalidad, roles, funciones, civismo y eso compete a todos, a las universidades, a los colegios profesionales, a la Iglesia, a los particulares, a los que se fueron y a los que nos quedamos.

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