OPINIÓN

¿Democracia de medianoche?                                                                        

por Luis González Del Castillo Luis González Del Castillo
protestas Trump

Foto AFP

Despejada la incógnita de cómo se resolvió, pusilánimamente, la situación sobre dudas, ¿razonables o no? en los resultados electorales presidenciales para transmisión de mando del próximo 20 de enero en Estados Unidos; se produce una suerte de temporal alivio de tensiones acumuladas, aun antes del inicio del gobierno federal por parte de la administración Trump-Pence hace cuatro años.

La sociedad estadounidense, rica en diversidad humana, en iniciativas de avances innumerables producto de un sistema de libertades incesantemente impulsor de la promoción del talento humano; sin embargo, ha estado padeciendo durante las últimas décadas que siguieron a la caída del muro de Berlín y a la disolución soviética, en una suerte de diabetes ideológica al creerse que la gordura del sistema es robustez. Una suerte de síndrome de anquilosamiento, por creerse a sí misma tan poderosa, como el último gallo en el patio internacional, lleno de muchas gallinas por cierto. Por ello, probablemente, se ha dedicado a una fratricida lucha de poder interna, que sin duda está socavando las bases de la que fue su ejemplar democracia.

El pretendido sistema de modernismo electoral no encuentra en la realidad política de enfrentamientos actuales acomodo para dirimir por si solo las complejas realidades que con humildad, como observador de buena intención y de afecto por una sociedad que conozco, y a la que he admirado, desde cuando por primera vez pude vivir durante un tiempo en Boston, luego en Chicago, más tarde en Florida, y haber viajado a varias de sus ciudades por trabajo y estudio.

El efecto de los cambios que se están verificando curiosa y causalmente cada 30 años, aproximadamente, generaciones tras generaciones que podemos contar de 15 en 15 años. Desde cuando emergió como la gran potencia occidental después de la Segunda Guerra Mundial a finales del año 1945. Luego vinieron los años sesenta. Los noventa y ahora 2020. Nuevamente se han venido agitando determinados supuestos, de consensos básicos fallados, sobre los cuales se asentaría equilibradamente dicho sistema político-económico y social de libertades. La realidad, como comentaremos luego en otros artículos, es que dichos consensos son hoy materia de preocupación universal, pues tales están resquebrajados por la situación mundial. Aunque en la Europa de algunos exquisitos, más por hipocresía o porque no quieran reconocer la situación pretenden ignorarla. Al parecer la revisión de acuerdos definitivos sobre temas de profunda controversia cultural, al parecer, no se han extinguido aún completamente como quería pensarse. Como se diría para el amor, podría valer también para el odio y el atraso, “donde hubo fuego cenizas quedan”.

Temas tan claves como la igualdad ante la ley no parecen haber alcanzado tan contundentes niveles de calidad, como se había pensado, para juzgar y poner en su puesto a los que hoy se presentan como poderes superiores al Estado. Sobre todo a la hora de juzgar encumbrados dirigentes políticos o muy ricos empresarios del entramado internacional, ¡donde hay lavado parejo de capitales y conspiración criminal para exportar! El racismo tampoco parece haber quedado tan liquidado dentro de las percepciones culturales de aceptación y reconocimiento del otro. La trata de personas y la migración descontrolada es otra cachetada a los politiqueros disfrazados de estadistas. La máxima necesaria de garantizar igualdad y respeto ante un “sistema de leyes” no es percibido por los ciudadanos estadounidenses como tan efectivo en estos tiempos, tampoco. Hoy no parece estar nada bien orientado socialmente el tema de la desigualdad económica, la inequidad, y por tanto la abismal diferenciación de oportunidades entre los acumuladores de capital y poder frente a las mayorías que siembran y hacen industria. Los que manejan capitales y tecnologías Se llevan una exagerada tajada. La religión, los preceptos de comportamiento irracional, o aquellos basados en una interpretación específica distinta a la que el Estado laico y de valores compartidos pretendiera, entre otros asuntos dilemáticos, como el aborto por ejemplo, que no están ni de lejos consensuados suficientemente, en este muy diverso país. Desde una muy sencilla transfusión sanguínea que le salve la vida a un niño, o una vacunación masiva como forma de protección sanitaria de la sociedad planetaria, inflama creencias esotéricas sobre las consecuencias de control genético de la raza humana, a través de teorías de conspiración biotecnológica, entre otras malas hierbas se han dejado crecer en las mentes de amplios sectores de la sociedad.

Entre tanto, son de obligada reflexión dos variables fundamentales a las que le he estado dando mi especial atención frente a fundamentalistas e hipócritas de oficio, que se consideran por cierto a sí mismos dirigentes o intelectuales: a) El problema de la promoción del conocimiento y la transparencia, en lugar del esoterismo y la penumbra interminable de discursos demagógicos, desde las cuales se pretende controlar desde la violencia la dominación de las naciones. Procurar hacia el Estado la exigencia de una gestión direccionada hacia la entrega de mayores y mejores resultados comprobables, de prosperidad compartida en salud, educación y seguridad tendría que ser la función a seguir para incrementar bienestar constantemente a través de los sucesivos gobiernos democráticos. b) El deber de aplicar evaluaciones, más o menos objetivas de ideas y resultados. Pensamientos y programas de gestión que luego dese los resultados determinados, podamos comparar y determinar, con la mayor nitidez posible, cómo ha quedado el entorno en el cual han actuado los gobiernos. Que sean los ciudadanos, cada vez mejor preparados y a través de métodos científicos de comprobación y experiencias, el mejor control de gestión de las administraciones, y de dichas variables actuantes en los procesos que se pretenden dirigir, para poder mejorar los desempeños y por tanto mayor felicidad en nuestras sociedades humanas de las que formamos parte. Ese es el deber ser de una real democracia, en la cual prevalezca la verdad y el gobierno comprobadamente elegido, en un plazo temporal determinado e inalterable, nos entregue cuentas de día y no que se nos imponga una “democracia de medianoche”.