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¿Demencia manifiesta o sólo cinismo cruel?

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Asombran los dislates y extravagancias a que está llegando Maduro en sus intentos por aparentar la “normalización” del país –como si no hubiera pasado nada–, luego de haber alineado a sus acólitos del cne y del tsj de la manera más burda tras la Gran Mentira de que ganó las elecciones del 28J. En su torre de marfil, rodeado de aduladores interesados, no se da cuenta de que nadie se lo come, que TODOS SABEN que el presidente electo por los venezolanos es Edmundo González Urrutia. Pero, como ya no puede disputar eso con la verdad (las actas) se comporta ahora como si no hubo elecciones.

El diario Últimas Noticias recoge las siguientes “reflexiones” suyas vertidas en su programa Con Maduro + sobre el modelo de democracia que él, pretendidamente, está levantando hoy en Venezuela:

Nuestro modelo es diferente. En otros países se acuerdan del pueblo solo cuando hay elecciones… acá lo vivimos … en algunos lugares” –se refiere al alcalde de Maracaibo, Rafael Ramírez C., a quien hizo destituir por supuesta corrupción– “y nunca volvió a visitar un barrio desde que fue electo”. 

Luego de tan crasa injusticia con quien muchos señalan fue un buen alcalde, se lanza con una sarta de elucubraciones incoherentes y sin sentido, como si tuviera que decir algo de interés. Invocó a un “poder popular” para consolidar “el Congreso del Bloque Histórico de las 5 Generaciones” (¿?), con “la más amplia e incluyente convocatoria” de “todas las fuerzas sociales del país”, y obtener tres productos: “el plan de las 7T (Transformaciones) (¿?) con acciones mediatas, la construcción del nuevo Estado, con acciones radicales de construcción de lo nuevo y la visión de 30 años, … un país democrático y en paz”.

Tal despliegue de onanismo mental es para asomar que va a “refundar el Estado … llueva truene o relampaguee”. Y siguió adelante, ¡como si realmente creyese que fuera a permanecer años en el poder!, hablando de “conmover las bases del Estado burgués venezolano, … construir un Estado comunal, un Estado democrático, un Estado de verdad, de la gente, del pueblo (¡!), … sobre la base constitucional, el mandato constitucional (¡!), sobre la base de la experiencia y el empoderamiento de nuestro pueblo…”. 

Pero no se trata de lo que en guasa algunos llamarían “soliloquio” –un loco hablando solo– pues aparece en un video Diosdado Cabello haciendo malabarismos para argumentar que, si la soberanía reside en el pueblo, con el pueblo se hará la “revolución”, obviando, olímpicamente, la descomunal violación de esa misma soberanía popular al pretender desconocer su expresión en el resultado electoral del 28-J. 

Y, claro, con Diosdado uno cae en cuenta que Maduro no está desvariando. Mucho peor. Ambos lo que expresan es un cinismo cruel e inhumano. Así tratan a los habitantes del país. Se burlan de ellos de la forma más insensible, ignorando toda consideración ética, humanista, de empatía para con su sufrimiento, que pudiese frenar, en el plano moral, la continuada destrucción de sus condiciones de vida. 

No, Maduro no está loco. Quien desmanteló las instituciones del Estado democrático –primero bajo su mentor, luego por motu proprio– hasta llegar a violar de la manera más flagrante, inescrupulosa y grosera el ordenamiento constitucional que rige la conformación de la República (que la soberanía popular es la fuente insoslayable del poder, artículo 5°) al alegar, contra toda evidencia, que ganó las elecciones, lo que está haciendo es expresar el más burdo e insultante cinismo. “Refundar el Estado”, ¡por favor! Será terminar de destruirlo. Un sainete más intentando “pasar la página”, como si nada pasara, como si gozase de la legitimidad y del mandato popular para seguir arruinando nuestro futuro.

Pero quien se lleva el palmo en cuanto a cinismo se refiere, incluso por encima de él y Diosdado, es “Torquemada” W. Saab. Después de inventar las acusaciones más absurdas para “justificar” la salvaje ola represiva con que el fascismo acalló la protesta popular ante el robo electoral de Maduro, tiene la desfachatez de decir que, con ello “se evitó una guerra civil”, pues era lo que buscaba la protesta (¡¡!!). Así trata de lavar su cruel responsabilidad en la detención de casi 2.000 ciudadanos, la mayoría de extracción humilde y, entre ellos, más de un centenar de menores, que reclamaban el respeto por el resultado electoral –porque las evidencias son incontrovertibles– o que, simplemente, coadyuvaron al triunfo opositor, ejerciendo sus derechos. Y ni siquiera “pesa sobre su conciencia” la muerte, bajo custodia del Estado, de Jesús Martínez Medina, apresado por el “delito” de haber sido testigo de mesa de la oposición. Notoriamente, T.W. Saab carece de conciencia. El siguiente día, en reconocimiento tácito del tamaño de sus excesos represivos, anuncia la revisión de 225 casos de detenidos, porque “Venezuela se erige sobre valores superiores como la vida, la justicia y los derechos humanos”. (¡¡!!)  

En su encuesta de octubre, Mercanálisis registra que 90,7% de los consultados señala que Edmundo González Urrutia ganó las elecciones del 28J y sólo 6,6%, Maduro; 80,9% confía en María Corina Machado y 53,4% coinciden en que hay persecución e inseguridad contra quienes piensan diferente al gobierno (23,6% no quiso responder). 40,6% de los encuestados piensa irse de Venezuela y otro 31,1% no sabe; 72,2% afirman que no votarán en las elecciones regionales con el actual CNE; y un 66,1% señala que quien debe asumir la presidencia el próximo 10 de enero es Edmundo González Urrutia. Y ello consigue eco multitudinario internacionalmente. La mentira de Maduro habrá de salirle muy costosa. 

A estas alturas, es cuesta arriba albergar alguna esperanza de llegar a un entendimiento con el núcleo fascista a que nos enfrentamos –Nicolás Maduro, Diosdado Cabello, Vladimir Padrino, Jorge y Delcy Rodríguez y Tarek W. Saab– para abrirle posibilidades a la transición democrática por la cual clama el pueblo. La banda de los seis carece de toda consideración ética, moral, humanitaria, venezolanista y legal como pensar en los intereses de sus compatriotas. Pero quienes los acompañan, militares y civiles que han venido consintiendo, aunque fuese en silencio, sus disparates y desmanes, ¿a cuenta de qué se van a comprometer hasta el final con la Gran Mentira que, de no ponérsele un parao, acabará con el país? Porque, como señalan las encuestas, la inmensa mayoría no acepta que se le intente gobernar con base en tal fraude. Claro, para los fascistas, la soberanía popular no existe. En su desenfreno cínico, “el pueblo” es ese público cautivo que aparece, siempre los mismos, ante Diosdado o Maduro. 

Y ello obliga a replantearse la disyuntiva que titula este artículo. Efectivamente, rige un cinismo cruel, de mentes enfermizas que buscan eternizarse en el poder reprimiendo y desoyendo las exigencias de justicia y libertad por las que claman, donde sea, los venezolanos. Y entonces, ¿a quién creen que van a gobernar, haciendo qué? Pero es que esto no lo procesan sus neuronas. Están sumergidos en una burbuja de falsedades que los aísla de la realidad –esquizofrénicos–, mientras terminan de cogerse lo que queda. Así, apareció hace poco uno de los voceros más prominentes del fascismo venezolano, Jorge «el Furibundo» Rodríguez, conduciendo un «Congreso Antifascista» que él convocó (¡!). Claro, su estrella está de baja, luego de la contundente derrota electoral de Maduro. Dicen que fue el artífice de la decisión de participar. Algo tiene que hacer ahora, ¿pero hasta cuándo seguir cayéndose a embustes?

La apuesta de tantos venezolanos por irse es señal clara de que no ven futuro si las cosas no cambian. Y los que no se van, igual saben que el presidente electo el 28J es Edmundo González Urrutia, porque estuvieron ahí, vieron las actas. También saben que, de terminar por deslegitimarse las instituciones, el único derrotero posible es hacia abajo. ¡Cómo si las cosas no estuviesen ya bastante mal! Por eso María Corina Machado tiene razón. Al chavismo le conviene negociar la transición democrática con Edmundo González U. mientras exista disposición de llegar a entendimientos, incluyendo una justicia transicional, que les ofrezca condiciones que no obtendrán cuando se les derrumbe todo. Quienes no han sido cómplices de crímenes de lesa humanidad deben evitar que se consuma el fraude de Maduro. 

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