El régimen chavista, ahora madurista, ha sido constante en su estrategia del miedo. Para mantenerse en el poder, en la medida que su popularidad decaía, aumentaba la represión hasta llegar a los niveles de hoy.
Con el paso del tiempo, su cobertura ideológica inicial, sus pretensiones de control totalitario de la sociedad, el llamado socialismo del siglo XXI, fue cediendo ante las ambiciones y los crematísticos intereses financieros de sus promotores. Los rasgos ideológicos iniciales del proyecto político se fueron desdibujando aceleradamente hasta convertirse en un régimen delincuencial que ha encontrado en organizaciones criminales el substituto del apoyo popular perdido. La proclamada constitucionalmente democracia participativa y protagónica, poco a poco, se fue convirtiendo en una dictadura criminal, tanto en sus ejecutorias, como en su organización.
En este estado degenerativo del proceso venezolano ocurre en Santiago de Chile el secuestro y vil asesinato del teniente Ronald Ojeda, venezolano de 32 años, exiliado en el país austral. De acuerdo con la policía chilena, los autores materiales serían miembros del Tren de Aragua, organización criminal de origen venezolano que se ha expandido por varios países. Entre las hipótesis manejadas por los investigadores chilenos ha venido cobrando fuerza señalar al régimen de Maduro como los autores intelectuales del crimen. Dicha posibilidad encaja perfectamente con la estrategia del miedo, con los señalamientos de la existencia en Venezuela del llamado Cartel de los Soles, la naturaleza delincuencial del régimen venezolano, y el comportamiento histórico de las dictaduras.
Ampliando el marco de nuestros comentarios y perspectiva, observamos lo que ocurre fuera de nuestras fronteras. En Haití, la violencia permanente imperante obliga a prolongar el estado de emergencia, luego de producirse, recientemente, la fuga masiva de presos de la penitenciaria nacional de Puerto Príncipe por el asalto de pandillas criminales que piden la renuncia del primer ministro. En Ecuador, a comienzos de año, el recién asumido presidente Noboa decreta el estado de excepción ante la grave crisis de seguridad causada por ataques de bandas de delincuentes.
Aunque parece no haber relación entre estos acontecimientos, tienen en común, a la par de ocurrir todos en América Latina. En nuestra región los índices de asesinatos y la desigualdad son los más altos del mundo y expresan las dificultades crecientes de los gobiernos para combatir la delincuencia organizada. Nos recuerdan la advertencia que hace algún tiempo hacia Moisés Naím en Ilícitos sobre la globalización del delito, mas no de su combate.
Indudablemente, el problema de la delincuencia organizada, hoy transnacional, se ha ido incrementando en nuestro subcontinente. Los hechos lo demuestran. Es el resultado de viejas y variadas causas. Entre otras: 1) La corrupción que con frecuencia ha ido transformando la política para, en muchos casos, estar determinada por la asociación entre delincuentes y poder político; 2) La pobreza y los gravísimos problemas sociales sin resolver; 3) La preminencia del vil metal sobre cualquier otra consideración axiológica en crecientes sectores y muy especialmente, en nuestras clases dirigentes.
Frente a problemas de esta magnitud y complejidad, al igual que en otras áreas, la tendencia predominante ha sido proponer soluciones simplistas de diferente cobertura ideológica que dividen y polarizan la sociedad, señalan culpables que siempre son los otros, antes que responsables, y al final terminan en fracasos que profundizan los problemas señalados.
También se va haciendo evidente que los recursos nacionales son cada vez más insuficientes. De conveniente ha pasado a ser indispensable, una respuesta supranacional a muchos de nuestros problemas. Es necesario que la cooperación internacional se traduzca en la creación de mecanismos supranacionales para combatir este estado de cosas.
Lamentablemente, en muchos países y particularmente, en los más desarrollados, en los más democráticos, se recurre o se propone, cada vez con mayor fuerza, a formulas del pasado, aislacionismos y nacionalismos superados que evaden las responsabilidades globales en un mundo donde cada vez más los problemas de unos son problemas de todos.
En nuestra sufrida Venezuela está más claro que debemos continuar y profundizar el inmenso esfuerzo que venimos haciendo para salir de nuestra criminal dictadura, pero también para alcanzar la cooperación y el apoyo internacional necesario para fortalecer y crear instancias supranacionales, indispensables para resolver nuestros problemas y combatir y castigar a los que hacen del delito su forma de vida. Se trata de avanzar en el restablecimiento del régimen democrático, único compatible con la defensa de derechos fundamentales y su vigencia efectiva, sino también con la lucha contra el crimen organizado que se globaliza y que en América Latina adquiere creciente influencia en regímenes de variada naturaleza.
@rafidiaz
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