«La inocencia no mata al pueblo,
pero tampoco lo salva;
lo salvará su conciencia
y en eso me apuesto el alma»
Alí Primera, «Coquivacoa».
En su reciente artículo titulado “Delcy Eloína quiere negociar”, publicado en TalCual, mi amigo Freddy Núñez logra encapsular, con brillantez y contundencia, el sentir de millones de venezolanos. Sus palabras, profundamente arraigadas en la realidad que vivimos, me invitan a aplaudir y ampliar las reflexiones que allí plantea. Porque, como bien señala Núñez, el intento de negociar del régimen no es más que una confesión pública de su precariedad, y cualquier diálogo debe partir del reconocimiento inequívoco de la voluntad popular expresada el pasado 28 de julio.
Núñez no exagera cuando califica la elección de esa fecha como un momento heroico y soberano. No fue un simple proceso electoral, como ocurre en las democracias consolidadas. Fue un acto de resistencia, la categórica afirmación de una nación que, después de 26 años bajo el yugo de primero una «democracia sui generis» que mutó hasta la satrapía que encarcela y tortura invidentes, niños con autismo, embarazadas, y compite con el dictador ruso por el galardón a «las ventanas más peligrosas», decidió levantarse de su postración. La victoria del pueblo venezolano, y de su presidente electo Edmundo González Urrutia, marca el fin de una era signada por la ruina moral, económica y social que el chavismo encarnó con descaro.
Freddy acierta al describir el 28 de julio como el resurgimiento de una ciudadanía que, por años, fue reducida a la miseria y dependencia. Ese día, no solo se eligió un nuevo liderazgo, sino que se rechazó categóricamente el modelo cubano que el régimen intentó imponer, con todas sus secuelas de terror, censura y represión aprendidas de las viejas tácticas de la KGB soviética. Y como bien apunta, ese modelo no solo fracasó, sino que quedó expuesto en su agonía.
El busilis del asunto
La frase que Freddy usa para resumir el núcleo del problema –“¿El régimen de Maduro quiere negociar?”– contiene una verdad incómoda y evidente. La menor de los Rodríguez Gómez, con su habitual retórica de descalificaciones y ambigüedades, ya ha descartado a sectores de la oposición al catalogarlos como “extremistas”. Pero su aparente disposición a negociar no debe confundirse con un acto de buena fe. Es, más bien, un reflejo de su desesperación ante lo inevitable. Como bien señala Freddy, el único diálogo posible comienza con el reconocimiento del triunfo de la oposición y la entrega del poder el 10 de enero de 2025.
Cualquier negociación que no parta de este principio sería una traición al mandato popular, un intento de prolongar el sufrimiento de un país que ya no puede soportar más. Freddy lo deja claro: no se trata de “pasar página” ni de “cogobernar”. El régimen está al margen de la Constitución, y su palabra –como la economía que han devastado– carece de valor.
La urgencia de la unidad nacional
Otro aspecto clave del artículo de Núñez es su llamado a la unidad. “Es urgente mantener y aumentar la unidad nacional”, escribe, y no podría estar más de acuerdo. La represión desatada desde el 29 de julio ha sido brutal e indiscriminada, alcanzando a líderes opositores, ciudadanos comunes e incluso a los sectores más vulnerables de nuestra sociedad. Freddy menciona, con razón, que esta lucha ya no es solo de los opositores tradicionales. El descontento permea incluso en sectores históricamente afines al régimen.
Sin embargo, esta unidad no debe confundirse con debilidad. Como bien recuerda Freddy, la oposición ha atravesado un desierto lleno de obstáculos, traiciones y negociaciones estériles. Este no es el momento para “zarandajas” –y permítanme robarle esa deliciosa palabra a mi amigo– como las mesas de diálogo que en el pasado solo sirvieron para legitimar al régimen. Es el momento de exigir el cumplimiento de la Constitución y de mantenernos firmes en la defensa de la voluntad popular.
El final de una era
Freddy concluye su artículo con una verdad ineludible: al régimen se le acabó el tiempo. Por primera vez en décadas, la dictadura enfrenta un liderazgo legitimado por una abrumadora mayoría – el de María Corina Machado- y una ciudadanía empoderada que no se dejará engañar con promesas vacías ni maniobras dilatorias. La pregunta que plantea es tan simple como poderosa: “¿Qué hacemos? ¿Negociamos para que siga la desgracia nacional? ¿O utilizamos todos los recursos necesarios para hacer cumplir la Constitución y la voluntad del país?”
La respuesta, como bien lo expresa Núñez, es clara. No hay lugar para más maniobras del régimen ni para los “semipernos colaboracionistas” que, como él describe con fina ironía, intentan vendernos lecciones de política mientras su historial de fracasos es más evidente que nunca.
Una Venezuela posible
El artículo de Freddy no solo analiza con precisión el momento político actual, sino que nos recuerda lo que está en juego: la posibilidad real de un cambio, de una Venezuela democrática, justa y libre. Por primera vez en años, vemos una luz al final del túnel. Pero esa luz no brillará por sí sola. Depende de nosotros, de nuestra capacidad para mantenernos firmes, para no negociar con quienes han destruido nuestro país y para exigir el cumplimiento de la voluntad popular.
Como Freddy, yo también creo que el 28 de julio marcó el fin de una era. Pero ese fin no se concretará hasta que el régimen ceda, y eso solo ocurrirá si mantenemos la presión, la unidad y la claridad de propósito; asunto que aplica tanto para los civiles como para las fuerzas armadas, todos en estricto apego al mandato constitucional fundamental de 1961, teóricamente ampliado y reforzado en 1999: la soberanía reside en el pueblo y la ejerce mediante el sufragio. Como bien señala, «Los ciudadanos estaremos obligados por la máxima ley de la república a proceder de acuerdo con lo establecido en los artículos 5, 328, 333 y 350, y la fuerza armada nacional deberá cumplir con su deber». No es momento de treguas ni de concesiones. Es momento de avanzar con determinación hacia la Venezuela que todos soñamos.
Y en ese camino, las palabras de mi amigo Freddy Núñez son una brújula invaluable.
Cierro estos comentarios dejando una nota en memoria de algunos ausentes que acumularon décadas de prisión y de indomeñable lucha: que las enseñanzas de Alberto Ravell, Pocaterra, Miquilena, Consalvi, Lepage, Ruiz Pineda, T. Petkoff, Barreto y Ojeda Negretti sean el faro que nos guíe.
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