“Salen de sus celdas. Se dan la mano, sonríen. Les leen la sentencia, les sujetan las manos por la espalda con esposas, les ciñen los brazos al cuerpo con una faja de cuero y les ponen una mortaja blanca como la túnica de los catecúmenos cristianos. Abajo está la concurrencia, sentada en hilera de sillas delante del cadalso como en un teatro… Firmeza en el rostro de Fischer, plegaria en el de Spies, orgullo en el del Parsons, Engel hace un chiste a propósito de su capucha, Spies grita: «la voz que vais a sofocar será más poderosa en el futuro que cuantas palabras pudiera yo decir ahora». Les bajan las capuchas, luego una seña, un ruido, la trampa cede, los cuatro cuerpos caen y se balancean en una danza espantable” Crónica de José Martí
Hoy es Primero de Mayo y se celebra en muchos lugares el día internacional del trabajador, suerte de efeméride para conmemorar un episodio de esos que reivindican y al mismo tiempo avergüenzan al ser humano.
Se les llamó anarquistas, socialistas a un puñado de obreros que reclamaban allá en Chicago los llamados tres 8. Una jornada que comprendiera en el cada día, 8 horas de trabajo, 8 horas para el descanso y 8 horas para la formación. Aquello que hoy en día aceptamos como natural, supuso un enfrentamiento mortal entre los dueños del capital morbosamente aferrados al laisser faire, laisser passer, le monde va de luí méme, haciendo sin embargo llamado al Imperium para hacerlo cómplice del dominium y prevalecer a rajatablas sobre la justicia.
Trajeron al abuso y a la muerte, como si ella pudiera silenciar a los que sienten, saben, entienden, no solo en su conocimiento sino en su corazón, que son víctimas de los que predominan, tal vez a ratos con derecho formalmente, pero no por ello exentos del deber de la justificación y revisión de sus actos. La equidad como la ley, nos enseñó Aristóteles, es parte de la justicia.
El desafío al credo liberal mostró además, entre varias cosas, una en particular; en las relaciones de poder siempre subyace un trasfondo moral y a la postre se hará presente de diversas formas para desnudar los desequilibrios y el desorden que puede morar en el orden falaz, montado el susodicho en la simulación, en la paradoja basada en la violencia que impone y la conciencia que reclama. Siempre que eso acontece o aconteció, hubo y habrá tensiones y, a menudo, braceo y hasta el sangriento duelo de voluntades.
Empero cabe una advertencia que resalta aunque no se atienda. El homo politikon se desvía y en el extravío ignora lo que ya sabe, lo elemental, lo que su mente le terminara por mostrar aunque ya lo sabía y es que convive con otros que como él, aspiran, esperan, recrean un ideal de bienestar.
Pero si sabemos eso y lo vimos repetirse hasta la saciedad por doquier y en todo tiempo, ¿por qué no lo metabolizamos en el ejercicio de la convivencia, en la constatación del choque de los intereses y la conflictividad social? Eso se llama política y desde la antigüedad hemos escuchado los relatos de filósofos e historiadores que nos señalan que el bien supremo de la vida segura, solo obra en la concertación y en la paz, que son por cierto, los auténticos valores superiores. Viene a cuento, aquella sentencia atribuida a Francisco de Goya y otras veces evocada: “El sueño de la razón, engendra monstruos”.
No hay un Día del Trabajador. Ganarás tu sustento con el sudor de tu frente, rezan las escrituras. La necesidad es diaria y debe proveerse para la vida, lo cual no pasa inadvertido ni puede ser banalizado y allí se fijó Marx y lo resaltó en el examen que hizo con Engels: “Mientras no conocemos la ley de la naturaleza, wsta, al existir y actuar al margen de nuestro conocimiento, nos convierte en esclavos de la ‘ciega necesidad”.
Claro que sesgados ambos, concluyeron y derivaron de esa constatación los padres del socialismo científico, hacia una estación conceptual importantísima, harán hallazgo de la libertad como dominio del ser, en tanto que dominio de la sujeción de la necesidad y emancipación por la voluntad, apurando que ese argumento estriba en las relaciones sociales y en la organización de la coexistencia se aparece para comprender y asumir.
El tiempo histórico del socialismo científico y en buena medida su laboratorio es el mismo de lo que la academia llamará la cuestión social y en la que la sociedad laboral hacía del trabajador una víctima de los excesos del capital, produciendo una elevación de las tensiones y una denuncia de injusticia penetró transversalmente a la estructura societaria y a sus cuerpos intermedios inclusive.
La emergente ciencia social con sus ensayos y conjeturas produjo una coincidente revelación que mostraba en ese estadio de la revolución industrial y el ascenso de la burguesía y de los dueños de los medios de producción, una descomposición profunda que degeneraba hacia conflictos violentos y la sanción de una división de los factores concernidos, capital y trabajo, desnudando el maltrato, la explotación, el abuso y una suerte de desconocimiento de la más elemental dignidad de la persona humana. La Iglesia se sumó al cuestionamiento con la encíclica Rerum Novarum del papa León XIII.
La esclavitud y la exacción como resultado de la puesta en práctica de una noción de libertad que lo permitía todo, tropezó con corrientes de inspiración humanista que se les enfrentaron y aunque el capital hizo llamado al Estado y a su imperativo de orden a cualquier costo, dejó ver las costuras de un sistema ilegítimo que de suyo comprometía la paz social. La necesaria revisión, discusión, debate sobre la temática abrió las compuertas a una avasallante verdad. Era menester replantearse las cosas y ello suponía, hacer del Imperium un árbitro por la paz y la estabilidad. Alemania con Bismarck pero también Inglaterra y Francia iniciaron un proceso que trajo cambios significativos y se constituyeron en antecedentes del Estado benefactor, aunque en paralelo, surgió la propuesta socialista con una oferta que sedujo a muchos y se convirtió en un influyente actor en el teatro de la historia.
La secuencia hasta nuestros días recoge, reproduce, ratifica el impasse entre las perspectivas citadas que oponen, una idea de libertad sin interferencias de unos y otra que postula la ruptura de la dependencia que se origina precisamente en las relaciones sociales, subordinando a unos sobre los demás pero que dispone un período de control de los pretendidos sojuzgados sobre los sojuzgantes. Ambas posturas se asumen a menudo como dogmáticas y parten de la negación de la otra.
Felizmente la racionalidad ha desempeñado un rol que ha permitido evolucionar hacia fórmulas económicas sistémicas que coadyuven al abordaje de los conflictos de intereses que están obviamente en el trasfondo de la disputa, y encuentren puntos de acuerdo y de coexistencia. El Imperium ha entendido su papel y si bien garantiza el derecho de propiedad y los derechos del capital, también procura la igualdad de los ciudadanos en cuanto a oportunidades refiere y valora los derechos del trabajador desde una perspectiva en que el interés social es apreciado.
La política económica de los Estados persigue entonces objetivos estructurales y coyunturales, asegurando un manejo tentativamente balanceado entre las relaciones del capital y del trabajador, mirando el asunto en torno al índice de desarrollo humano y en paralelo, la salud del sistema que auspicia la libre iniciativa, la propiedad y la seguridad compartida sin prescindir de la justicia social y la paz como objetivo estratégico.
La gestión de esa economía en la que concurren intereses a menudo contrapuestos, pero también realidades que convienen a todos, ha ido armando un cierto eclecticismo que favorece a todos aunque a menudo pareciera que volviéramos al inicio comentado y a las radicales repitencias argumentales que para afirmarse niegan al interlocutor.
El por muchos llamado capitalismo ha triunfado, evidentemente, en la confrontación con el denominado socialismo, pero conoce ciclos que lo ponen constantemente a prueba, dejando ver que no hay una solución permanente porque la dinámica de la relación capital trabajo varía y se torna a ratos más proclive a la revisión, por conducir hacia planos que la exponen al juicio crítico. La historia sigue su tránsito como testigo del hombre que muta constantemente y de sus realizaciones que no son, por lo general, sino la búsqueda de un lado del ideal perfectible y del otro, de ese lado egoísta, ambicioso, codicioso, frívolo que sale en la misma fotografía.
En la contemporaneidad hay una brega entre el homo sapiens, el homo faber, el homo politikon, el homo elektronikón, el homo digitalis y el homo Deus. Cabe volver a citar al papa Francisco cuando inteligente y penetrante opinó que no era que vivíamos una época de cambios, sino más bien un cambio de época. Para el trabajador, sin embargo, todos los días son buenos siendo que para vivir, debe trabajar.
@nchittylaroche
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