Quien mira hacia afuera, sueña.
Quien mira hacia adentro, despierta.
Carl Gustav Jung
En días recientes, volvimos a reírnos a carcajadas mirando uno de los cortometrajes donde aparece ese extraordinario personaje llamado Charlotte… Charlie Chaplin fue su creador. Él creció al calor del teatro recibiendo esa herencia de sus padres, artistas del music-hall. Debutó a los cinco años y de pequeño tuvo también otros oficios: mandadero, soplador de vidrio, vendedor callejero… Su familia era muy pobre ¡Y de allí salió para encantar al mundo con su cancha en la escena! Con el tiempo, se formó hasta llegar a ser actor, humorista, compositor, productor, guionista, director, escritor y director de su plan de vida, de su propia obra hasta convertirse en uno de los artistas más universales de la historia, uno de los hombres más reconocidos de la cinematografía mundial, un tipo paradigmático, un tipazo creador de maravillas como aquella otra llamada El gran dictador, película de 1940 y de toda vigencia, donde nos regala lecciones de vida y le da en la madre a tanto salvaje perverso y a tanto caníbal depredador en funciones de decisor.
Charles Spencer Chaplin integró y magnificó sus habilidades socioemocionales; aprendió desde pequeño que “las virtudes se construyen a través de los hábitos. El hábito se compone a través de la repetición de una serie de actos. Lo que se parece mucho a cómo se aprende a tocar piano, a practicar algún deporte, o como cuando se aprende a montar bicicleta o a escribir. Es la repetición de actos lo que va generando la disposición que equivale al hábito o a la virtud… y la virtud fundamenta la acción. En la ética nos interesa lo que la gente hace, no la bondad del hombre que está dormido». Así lo ha dicho el novelista, poeta y ensayista chileno Arturo Fontaine.
La ética, como ustedes saben, es el conjunto de costumbres y normas que conforman una cultura, que dirigen o valoran el comportamiento humano en una comunidad. ¡Y hablando de lo humano y la comunidad!… Suele ocurrir que, muchas veces, tiene uno en su familia o en su vecindario más cercano, personas que son como libros andantes o que son tan expresivos que resultan ser los primeros histriones en nuestras vidas ¡el alma de las fiestas! ¿Se imaginan un vecino como Chaplin?! Una suerte de animadores o animadoras de nuestra existencia, seres mágicos que siempre recordamos por sus ocurrencias, por su gracia, por su don de gente o por lo mucho que nos enseñan para toda la vida. Y sí, para vivir la vida como lo que es: un milagro y una sola…
Yo tenía un abuelo que era un duende, parte de sus gracias era hacernos reír o sonreír sin pedir permiso y sin que hubiese algo especial para celebrar. Era una persona que disfrutaba de todo, desde las cosas más sencillas de la vida y hasta las más complejas. Podía hablarnos con igual pasión sobre el dolor de la muerte o sobre la alegría de vivir. Le encantaba tararear y dibujarse en caricaturas. Es decir que no se reía de los demás, sino que se reía de sí mismo y con los demás.
En estos días compartíamos estos recuerdos de nuestros abuelos en un grupo de estudio y uno comentaba cómo también tenía una abuela a quien le gustaba ir al teatro, tenía amigos actores y actrices que poblaban su casa como una feria cuando les visitaban; le fascinaba ver películas mudas, en blanco y negro, porque le encantaban las bromas que hacían las y los intérpretes para provocar la risa. Ella era calladita, pero ¡sus carcajadas se escuchaban en toda la cuadra!
¡Qué oficio tan noble ese de hacer reír! ¿cierto?… Quizás sea por eso que todavía nos causen risa o, al menos, una sonrisa las gracias puestas en las creaciones de Charlie Chaplin, Buster Keaton, Laurel & Hardy, La Pandillita, Chespirito o Radio Rochela. El propio Charles Chaplin decía: Un día sin sonrisas es un día perdido.
¡Qué maravillas las que el teatro nos entrega! ¿De qué está hecho este poderoso invento de la humanidad? ¿Cuáles son las esencias y extractos de este arte antiguo y contemporáneo?
Mencionemos algunas… Comenzamos diciendo que el humano es un ser teatral… que mucho de lo que aprendemos en nuestras casas lo hacemos por mimetismo, por imitación a las otras y los otros, tal como prosigue en el teatro. Aprendemos de la madre y el padre, las hermanas y los hermanos, los abuelos y abuelas, las primas y primos ¡Ah, los primos y las primas! ¡Tan importantes! ¿Verdad? Imitamos y aprendemos de los vecinos y vecinas, las y los artistas, las actrices y los actores que aparecen y se hacen moda desde la televisión y la radio, el cine y las artes escénicas; luego la escuela, sus maestras y maestros, la calle y el resto de la vida por delante en el gran teatro del mundo. Y ese gran teatro está conformado también, gentilmente transitado, por el sentido lúdico propio de todos los seres humanos y que nos hace ser aquello que Huizinga nos enseñó con el nombre de “homo ludens”.
En nuestra región, han sido varios los artistas del teatro que nos han enseñado cómo prosigue el camino del mimetismo al teatro, del “homo ludens” al teatro. Es el caso, por ejemplo, del artista chileno Oscar «Cuervo» Castro -recientemente fallecido- ¡más de cincuenta años haciendo teatro! para quien la sopa era lo más importante del teatro. Fue fundador del Grupo Aleph y concebía las tablas como una excusa para compartir. Por eso, al final de sus funciones, siempre ofrecía comida a los espectadores. Y en los elencos hacía convivir a actores aficionados con artistas consagrados, o niños junto a personas mayores. Todos podían actuar. Entendía al teatro como una fiesta democrática.
Es el caso también del maestro Augusto Boal, dramaturgo, escritor y director de teatro brasileño -nominado al Premio Nobel de la Paz en el 2008-, conocido por el desarrollo del Teatro del Oprimido, un método y una formulación teórica de un teatro pedagógico que hace posible la transformación social. En su libro Juegos para actores y no actores, escribió: «El Teatro del Oprimido es teatro en la acepción más arcaica de la palabra: todos los seres humanos somos actrices y actores porque actuamos, y espectadores, porque observamos. Todas y todos somos todos espect-actores»… En su esencia y su presencia el teatro vale por sí mismo y como una cornucopia de abundancias. Tan potente que aun en la pasada situación de cuarentena, el teatro pudo proseguir su curso a través de Internet.
Nos gusta afirmar que el teatro es un medio ejemplar de comunicación, de educación y de arte para el ennoblecimiento de la vida ¿Por qué decimos esto? Entre otras muchas razones, porque el teatro nos ayuda a reencontrarnos con las emociones, con la esencia humana. Nos suelta la lengua y nos permite ser más expresivos. Nos permite el don de la empatía y el goce de la participación. Nos hace reconocernos en lo que somos, mejorando nuestra autoestima y optimizando nuestra etnoestima. Nos prepara en la multiatención, un asunto bastante necesario para, por ejemplo, apreciar la diversidad. Sin tenerlo entre las manos, el teatro nos permite ser y estar como quien vuela papagayo… ¡Con los pies en el suelo y la cabeza en el cielo!
El teatro nos acompaña desde los albores de la humanidad y, desde entonces, nos ha permitido afinar los sentidos. Entre otros, el sentido de la contemplación. Como disciplina dentro de las artes escénicas es poesía tangible que pervive junto a los títeres y la danza, el ballet, la ópera, la zarzuela, el teatro musical, el performance, el cabaret, el recital, el music-hall, los guiñoles o el circo, espacios mágicos donde una gente le cuenta historias a otra gente. Uno busca en un diccionario y ahí también aparece el teatro ¡Tal como puede florecer en sus edificios propiamente teatrales o sorprendernos en una calle de Santiago o de cualquier ciudad o pueblo del mundo! Desde el delicado escenario de los títeres Lambe-Lambe concebido para un espectador o desde la plaza central para el disfrute y participación de muchas personas.
Uno va al teatro para sorprenderse ¡Y, efectivamente, es sorprendente observar cómo además el teatro es el padre de muchos de nuestros inventos más contemporáneos! La radio, la televisión, el cine, YouTube, vimeo, netflix, tiktok y toda esa creciente variedad de medios, tienen su afluente original en el teatro. Un arte que nos permite inventar, socializar y hacernos más humanos porque el Teatro no acontece dentro de nosotros, según pasa con otros géneros literarios como el poema, la novela o el ensayo, sino que pasa fuera de nosotros… Tenemos que salir de nosotros y de nuestra casa para ir a verlo ¡Aunque hoy podemos verlo también desde nuestras casas ¡que no es lo mismo, pero se le acerca! Basta con mirar portales como los que abundan en internet dedicados a este arte, todavía amparados por las nueve musas de la mitología griega, pero especialmente por Terpsícore, Euterpe, Melpómene y Talía.
Entre otras de las bondades propias del teatro, nos encontramos con su carácter gregario. Es decir, el teatro precisa del grupo humano para que se produzca el milagro de la representación. De manera que, en su hacer, participan varias personas hermanadas para provocar la magia y, con el mismo propósito, hacer milagros, generar belleza. Mujeres y hombres, dramaturgos, intérpretes, directores, productores, técnicos, se unen para, como en un ejercicio de matemáticas, sumar y multiplicar para otros seres humanos que también vendrán en grupo, el honorable destinatario privilegiado de nuestros afanes: el público.
¿Qué les sugieren estos nombres: Aristófanes, Shakespeare, Moliere, Pirandello, Ibsen, Miller, Cabrujas, Buenaventura, Sieveking? De Grecia a Chile, pasando por Italia, Estados Unidos o Noruega, Colombia o Venezuela, cada país tiene sus propios demiurgos, sus propias escritoras y escritores de la escena, sus dramaturgos ¡que forman parte en cada nación de la Marca-País! Unas personas que suelen trabajar en la mayor soledad, concentrando en sus esfuerzos tanto la historia como el porvenir para juntarlos con gracia y vibraciones, y ayudar a conformar así el gran gabinete de las emociones humanas que es el teatro, este gran reservorio de lo que seremos antes de convertirnos en polvo. Lo que escriben dramaturgas y dramaturgos va a parar a las manos de las actrices y los actores, eventualmente de directoras y directores, quienes serán los encargados de darle vida al drama, de armar el juego de apariencias, junto a sus equipos de trabajo. En un trabajo que pude tomar meses y a veces años, el elenco se encierra durante varias horas seguidas, días y noches para encontrar una voz colectiva propia, unas formas expresivas originales o renovadas que, en todo caso, nos sorprenderán siempre por su capacidad de sacudirnos. Entre otras razones, porque lo que se busca -en el fondo- es ofrendar a las diosas y los dioses. Con esa alta elevación como propósito, el elenco se esforzará por emocionarnos, haciendo que se unan nuestros sentires, nuestros pensamientos y nuestras hechuras como seres humanos en una representación donde podamos encontrarnos en nuestra esencia humana. Las emociones forman parte de la materia prima con la que las y los intérpretes desarrollamos nuestro trabajo de artesanía emocional, intelectual y física ¡Qué mejor esencia!
El teatro ha tenido sus altas y sus bajas durante la historia de la humanidad y, aún en tiempos como los que corren, el teatro prosigue su curso ineludible, su trayecto inagotable. ¡Figúrense ustedes! Que el teatro ha tenido momentos tan luminosos en la historia de la humanidad que hubo un momento en la península ibérica cuando se vivió lo que se conoce como el Teatro del Siglo de Oro Español ¡¿Se imaginan eso?! ¡Un siglo completo de oro! Hay historiadores que afirman que esa bonanza duró más de cien años. En todo caso, se trata de un período histórico donde florecieron el arte, las letras ¡y el teatro, ahí! De ese momento, proviene una palabra luminosa para decirnos qué es el teatro: Cuatro tablas, dos actores y una pasión, así lo dijo Lope de Vega.
En párrafos anteriores mencionamos a Don Oscar Castro «el Cuervo» quien hizo de su arte en Chile un modelo de teatro comunitario al servicio de la conversación, del intercambio, de la participación y de la construcción democrática ¡Y eso lo empato con lo que escribí en textos pasados al dedicarlo a Don Humberto Maturana! Para el Maestro Maturana, las emociones son fundamento de todo hacer. Don Humberto nos recordará siempre que el amor y el juego son fundamentos olvidados de lo humano. Si convenimos en que el teatro apela a nuestras emociones y, además, es lúdico, un juego que nos permite mirar otras realidades posibles y mejores, y que es un inmenso gesto de amor, estamos persuadidos que Don Humberto estaría de acuerdo con nosotros en que el teatro es también un gran ejercicio de lenguajear.
El Maestro Humberto Maturana nos habló y nos habla sobre el valor de la conversación como espacio de encuentro humano. De esa materia está compuesto también el teatro. Y, decimos nosotros, en la construcción del mundo que soñamos, en la hechura cotidiana de nuestro proyecto de país, el arte del teatro también favorece en nuestra contemporaneidad una comunicación que facilita el encuentro respetuoso y no violento, como vehículo de colaboración para la construcción de proyectos comunes como la democracia. Sí, porque el teatro compromete al individuo consigo mismo y con los demás, con la otredad, con lo diverso, para disponernos mejor a la vida comunitaria.
El teatro es tan maravilloso en sus posibilidades que nos permite respirar mejor y centrarnos, expandir nuestras mentes y el resto de nuestros cuerpos, ¡al mismo tiempo que nos pondera el ingenio! Es decir, enaltece nuestro ingenio, lo revisa, lo examina y lo engrandece. Lo recarga. Es provechoso para la reinvención del sí mismo, para nuestra propia reingeniería cuando hace falta.
¡Viva el teatro! ¡Soñemos con él y bastante! Desde el sitio donde se esté hagamos teatro con la materia propia de cada cual sabiendo que cada una y cada uno de nosotros somos únicos, irrepetibles y singulares ¡recurso natural no renovable! de donde es que surgen a veces ciertas originalidades. Cada quien tiene fantasías y vivencias susceptibles de convertirse en teatro, ya lo decía el escritor español Don Juan Ramón Jiménez: «He soñado mi vida y he vivido mi sueño». ¡Sueñe y viva cada quien el suyo! ¡Soñamos y vivamos el nuestro! ¡Viva el teatro!
arteascopio.com