Con respecto a esos particulares es de pensar que el teniente Cabello se caracteriza por la audacia de opinar sobre todo lo que ignora. En días pasados, el canciller de Colombia lo puso en su sitio con el viejo refrán «A palabras necias, oídos sordos». Ahora declara, con relación a los opositores refugiados en la Embajada de Argentina, en Caracas: «No hay salvoconducto para los que no aman esta patria».
Por supuesto que el susodicho nunca ha leído el célebre ensayo de Vladimir Lenin «La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo» publicado en mayo de 1920, que le retrata precisamente por su infantilismo, muy puntualmente en asuntos diplomáticos, justo cuando arde el conflicto Ecuador-México. ¡Claro! ¿Cómo se le piden peras al olmo?
Resulta, Cabello, que en mayo de 1858 una revuelta militar se alza contra el gobierno nepótico y corrupto del general José Tadeo Monagas (pretendiendo salir de Guatemala para caer en «guatepiol»), quien cobardemente renuncia y se asila en la Embajada de Francia, adonde acude una turba para sacarlo por la fuerza. La solidaridad diplomática llegó entonces a extremos del bloqueo de nuestras costas, obligándose el nuevo gobierno a suscribir un documento que garantizara el respeto a las sedes diplomáticas y en consecuencia, la del perseguido expresidente Monagas y familiares, para expedirle el salvoconducto. Proceso que fue lento por las improvisaciones y, peor aún, en desconocimiento de los asuntos internacionales y sus tratados, que condujo a la renuncia de ministros e intervención de la entonces Asamblea Nacional Constituyente de 1858 y a lo que la historia recoge como «Protocolo Urrutia», suscrito por el ministro de Relaciones Exteriores, el destacado abogado Wenceslao Urrutia, quien también renunciaría, acusándosele de proteger a Monagas y a la representación francesa al reconocer que «actuaba de buenos oficios». En todo caso, Urrutia, que conocía de derecho internacional, era consciente del reconocimiento de perseguido de Monagas y le dio protección. Lo cierto fue que el noble y ejemplar ciudadano Fermín Toro terminaría convenciendo a las partes en conflicto y el Protocolo se cumplió, pudiendo salir del país Monagas y su familia.
En aquel episodio salió perdiendo Venezuela, por la evidente irresponsabilidad y fanatismo de los adversarios del corrompido Monagas, que pudo haber sido enjuiciado sin el ensañamiento que aquel tuvo para con ellos, cruel y despiadado, resultando que justo a 166 años se repite el escenario rocambolesco que nos llevaría a la guerra federal (matazón de gente) y visto por el historiador Tomás Straka…»será en la diplomacia por donde comenzaría el desplome. No podia ser de otra manera, porque era la parte más delgada de la cuerda institucional. Sí: todo cuanto pueda decirse sobre la precariedad del Estado venezolano durante el siglo XIX se resalta especialmente en los tumbos de su vida diplomática. Apartándose su fracaso histórico, fracaso que sigue doliendo con intensidad – en defensa de su integridad territorial hay una multitud de episodios mayores y menores que develan los alcances de una institucionalidad débil, de una patética discontinuidad política y de una crasa falta de profesionalismo en el manejo de las relaciones exteriores… El llamado «Protocolo Urrutia» es, al respecto, un caso emblemático. Allí se cruzan los vértices internos y externos de nuestras desventuras nacionales».
No por casualidad, en los asuntos diplomáticos, los venezolanos hemos ido de desventuras en desventuras. El Esequibo, es el más insensato juego del régimen militar-civil y peor estupidez aun es el desconocimiento del derecho internacional del gobierno argentino que brinda protección a unos ciudadanos venezolanos perseguidos políticos.
Moraleja: el canciller Wenceslao Urrutia es el bisabuelo del diplomático de carrera, no de carreras, Edmundo González Urrutia. ¿Cómo te parece, Cabello?
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