“¿Cuales son las fuerzas de que dispuso el hombre para conquistar la hegemonía del planeta?” y el filósofo francés (Rostand, 1941) responde: “Son dos; la inteligencia y el sentimiento social, o como dice Muller, la astucia y la camaradería. El hombre está desprovisto, no tiene colmillos como los animales, ni garras ni armaduras; es enclenque, inerme y vulnerable. Pero, por una parte, predomina sobre sus otros compañeros de vida por la potencia de su cerebro; por otra parte, se siente atraído por sus semejantes, tiende a formar grupos con los otros individuos de su especie, y son estas tendencias sociales las que, multiplicando al hombre por sí mismo, le han proporcionado el medio de alcanzar resultados tan prodigiosos, tanto en el campo del saber cómo en el campo del poder».
“No comparto tu opinión, pero daría mi vida por la defensa de tu derecho a expresarla”. Voltaire, con esa frase que de suyo es un clásico por cierto, resume lo que presentare como el “hombre humanidad”, pero en concordancia con el sentido ciudadano que está en ella implícita.
El homo humanitas es un constructo con el que deseo mostrar ahora una categoría en crisis precisamente. Un hombre que se asume representado en otros, en la evolución y mejoramiento de ellos como de sí mismo, un ser que reconoce en su ser a los demás y no por ello deja de ser distinto. Un ente único y semejante, pero que cuida ambos aspectos de su naturaleza que sabe compleja y milita sensible en esa doble condición.
En las anteriores entregas discurrimos sobre una suerte de fenomenología que parece caracterizar al hombre en este tiempo histórico, y que lo compromete seriamente en su significación social e individual. Sostenemos que el que es hoy, difiere del que otrora y destacamos que es una suerte de mutación que pone a prueba al zoon politikon con el que desde Aristóteles lo veníamos definiendo.
El zoon politikon era un ser social y para la sociedad. Lo veíamos como un actor dentro del teatro social. En ocasiones positivamente apreciado pero, para bien o mal, socialmente social. El castigo a su mal comportamiento era a menudo el ostracismo y así privarlo de su vita activa, como diría nuestra apreciada y admirada Hannah Arendt. Al agresor, al malhechor se le llamó antisocial.
El verus homo, así denominamos a esa realidad deliberadamente ausente del espacio público, ya por desdén, ya porque los hechos lo ubican dentro, pero fuera, espiritualmente y culturalmente disiente, difiere del zoon politikon. Él existe, él es, en una perspectiva existencial que lo plena o lo convence de su razón de ser y permanecer.
La sociedad de hoy es una coincidencia espacial de individuos posesivos, una suma, un agregado; lo que la hace una sociedad que no asocia, que opone, que disuelve cuando segmenta. En ese estadio, conspira contra la ciudadanía como membresía del cuerpo deliberante y decisorio, divide o priva de sus contenidos a la noción de soberanía que deja de ser nacional porque siéndolo estimula la exclusión.
Una sociedad que deja pues de serlo. Sin comunicación entre sus miembros porque no comparte ni legitima al hacerlo valores comunes, tal vez a la solo excepción del derecho humano a ser diferente y la disposición a la crítica indiscriminada ante todos los elementos que antes la cohesionaban, incluyendo una democracia que como bien nos advierte Daniel Inneraty, se ha quedado desfasada casi completamente.
Frente al valor de universalidad ciudadana propia del pensamiento humanista y las propuestas de construir una ciudadanía del mundo por citar a Ferrajoli, encaramos como expresión de la conciudadania uno de los capítulos del nuevo populismo que nos explica mucho de lo que acontece por doquier. Cabe una cita de Rosanvallon iluminadora, como a menudo pasa en una entrevista que concede y que corresponde a una interrogante pertinentísima: En los últimos años el populismo no ha hecho más que ganar terreno. No solo en América Latina, sino también en Europa. ¿Cuál es la razón?
“Además de los modelos sociales que hemos enumerado, defendidos por la derecha y por la izquierda, hay una tercera vía propuesta por el populismo para el que la respuesta es la homogeneidad. Su discurso es siempre el mismo: ‘Nuestras sociedades van mal porque son heterogéneas y porque hay gente que viola las reglas de juego’. Y los que violan esas reglas son en algunos países los inmigrantes; en otros, las élites. De modo que, si conseguimos desprendernos de ellos, todo irá mejor. Y todo iría mejor si, en vez de abrirnos al mundo, aplicáramos una política proteccionista. Esa es exactamente la visión que se había desarrollado en Europa a fines del siglo XIX, cuando el teórico de la derecha nacionalista Maurice Barrès decía en 1893 que «la nación se definía mediante la exclusión. Para él, el proteccionismo era la idea constitutiva del nacionalismo. Pero no el proteccionismo como elemento de política económica, sino como filosofía radical. Naturalmente, esas políticas de la hegemonía alimentan la xenofobia. Hoy lo vemos en Europa. El populismo es un discurso sobre el Estado de Bienestar, un discurso sobre la cuestión social: para los populistas, la identidad y la homogeneidad son la respuesta a la cuestión social”.
Con esos insumos en el pensamiento, la semana pasada rematábamos entre preguntas así, “¿El intelectual orgánico gramsciano habríamos dicho, debe ser citado para que rinda unas posiciones juradas sobre este contencioso, pero quién lo representa hoy en día? ¿Quién explica, elabora, piensa, convence, demuestra o persuade hoy? ¿Qué ha sido de la verdad que gozó siempre de prestigio? ¿Dónde anda el poder y cuál es hoy en día su naturaleza? Esas serán nuestras interrogantes a intentar responder…” (Del mutante humano y otras veleidades mas (II))
Con el respeto debido a Manuel Castell y a sus textos importantísimos sobre la comunicación y su significación en el ser social y, en las relaciones de poder, me permito avanzar una opinión sobre el rol que visualizo es el de los medios de comunicación y su papel como el intelectual orgánico gramsciano.
En efecto, el siglo XX unió la radio, la TV, la prensa escrita para configurar y especialmente en la última mitad, un cuadro hegemónico que los hizo inclusive legítimos administradores de todas las verdades y en ese logro, paulatinamente, se convirtieron en censores prestos y ágiles para, apuntalados en ese dominio, revisar, encausar, vigilar, juzgar a todo y a todos, deviniendo además en otro miembro de la oligarquía del dinero universal.
Los medios en varios escenarios, incluso, se hicieron del poder político y si no fue el caso, en múltiples teatros, se infiltraron o mantuvieron un elevado ascendiente que para muchos, además, no era solamente por su presumido papel de rectores de la verdad sino que se les atribuyó un valor ético y moral que la sociedad les concedía. Bastaba que lo dijeran los medios.
Pero el siglo XXI trastocó las cosas o las descubrió para todos y les desnudo, inclusive, en un arrebato de autenticidad paradójico, reclamándoles la manipulación regular e interesada de la noticia y la fabricación de verdades falsas. Entretanto, la verdad verdadera, se marchó a las calles que ahora, en el cosmos digitalizado, se llaman redes donde compite con las mentiras y vehículos de captación para guiar, torcer, orientar.
El resultado es una impresionante y gravosa fragmentación que disuelve, en el novedoso ethos digital, entre cálculos y por fuerza de las realidades, tamizados por el espectáculo que se aprecia como un elemento que transversaliza la cultura que deja de ser para, acomplejada, plegarse al instante, al momento, en que se expresa para apartar, instrumentar por lo demás, al mismísimo tiempo y al espacio y posarse, dominante y sensual en el prisma que lo irradia todo insolente.
El homo economicus es arrastrado por el fenómeno que acopla el cambio tecnológico, con el afán individual y posesivo como patología, trasladando al sistema de producción y consumo, un agente pragmático y a ratos, simplemente egoísta y misógino inclusive. El asunto se deja ver en variadas dimensiones de la mundología, en una vorágine de fantasías y derroches imaginativos que ha creado un mercado y a todo evento disputa al del intercambio convencional, sus espacios y cadenas de distribución.
En el ínterin, entró en sueños el ciudadano, el zoon politikon se ausenta del tablao, ya no se oye sino esporádicamente su vitoreó y aplauso, su voz, su protesta es tan propia que, solo en la coyuntura asemejara ser colectiva. El hombre hedon o utilitarista, et verus homo, lleno de aparatos para comunicarse pero, solitario y fascinado, empalagado consigo mismo, ahito de imágenes de sí, trasladado por la tecnología allende las fronteras sensoriales y epistémicas clásicas, adicto a todas las formas de digitalización, deja de ser responsable de los demás y ni siquiera lo es de sí mismo. Tiene planteado incluso, dejar que no solo el vehículo se conduzca por el solo sino que, está tentado dejar el oficio de pensar a la inteligencia artificial.
Empero lo anotado, la naturaleza juega otra carta con ribetes hobbesianos y el coronavirus de súbito nos muestra, nuestra vulnerabilidad, debilidad, precariedad. Al grito del planeta herido, desgastado, explotado se unen las endemias que no economizan a nadie y que nos prueban que, la humanidad para vivir requiere que los hombres ni olviden ni prescindan de los otros hombres, pero esa circunstancia dramática es menester comprenderla y sopesarla.
Fue premiada la película surcoreana Parasite, que nos restriega un asunto que no es nuevo, pero que siempre como ahora aconteció. Nunca nos vimos iguales en realidad, porque no lo somos. La igualdad es una perspectiva educada para ver más hondo, más profundo. Es un ademán del espíritu que persigue la alteridad. Es un trazo racional asido a nuestra evolución. Pero igualdad e identidad son regalos envenenados.
Hay algunas personas que huelen distinto, hay una suerte además de aporofobia que destaca, pero ¿siempre no fue así? Víctor Hugo con insoportable brillantez nos lo arrostra y aquellos miserables ¿no son como los de antes y no serán como los que vendrán? En Venezuela ya se habla siguiendo a los hermanos cubanos, de una antropología dañada por la experiencia de la sumisión, la resignación, la enajenación, el hambre, la desilusión, la frustración del homo. Hay un venezolano deambulando entre nosotros que nos ofende y nos solivianta que cada día se hace más presente y más patético.
Pero lo peor consiste en la extirpación, la castración, la lobotomía del ciudadano que consiste en el credo totalitario que postula un igualitarismo como camino a la igualdad y se convierte en el fin del argumento crítico, sin el cual, en alguna medida, el homo sapiens pierde su esencia que además, vinculo yo, modestamente, pero con la entidad de todas mis convicciones, substancialmente unida al paradigma del ciudadano griego y a la poli.
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